Por los deportistas agradecimiento, no orgullo
Opinión

Por los deportistas agradecimiento, no orgullo

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agosto 03, 2015
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Existe una perversión trágicaen la obsesión de atribuir al origen ciertas desgracias de manera automática y en el hecho de aceptar esos juicios como verdades inmodificables.

Los colombianos estamos condenados a ser, en el mejor de los casos, segundos.
Ese mantra que por generaciones repetimos y aprendimos, se instaló como escrito en mármol en el inconsciente nacional por generaciones y encarna a la perfección la perversidad a la que me refiero. Y justamente ahí, en la posibilidad de borrar lo que parecía firmado en piedra, reside el valor de lo que nuestros deportistas han conseguido en los últimos años.

He escuchado críticas al desempeño final de la delegación colombiana en los Juegos Panamericanos de Toronto, he percibido la desilusión ante la pérdida del Tour de Francia que por segundo año consecutivo se le escapa de las manos a Nairo Quintana y sigo escuchando las patéticas voces de quienes repiten el eco de la supuesta conspiración que nos sacó del mundial de Brasil. Pero lo que no puedo dejar de pensar es que, en lo deportivo, mi país vive un momento que ni en mis más delirantes sueños de infancia hubiese podido imaginar.

He aquí los logros en los que se fundamentó el orgullo deportivo nacional durante mis primeros veinte años de vida: las medallas de plata del tirador Helmut Bellingrodt en los olímpicos de Munich y Los Angles, el subcampeonato del Deportivivo Cali en la Copa Libertadores de 1978, el empate 4-4 con la Unión Soviética en el mundial de Chile 62 y el campeonato mundial de ciclismo de Cochise Rodríguez en 1971.
Un capítulo aparte habría que dedicar al boxeo que no se cansó de regalar campeones a Colombia desde el legendario Kid Pambelé. Sin embargo y precisamente por el origen humilde de los boxeadores y por sus calamitosas historias personales que combinaban hambre, privaciones y pobreza, el boxeo, si bien entregó alegrías, también reforzó la percepción del sino trágico asociado al deporte nacional.
Comparado con ese escenario, lo que ocurre ahora con el deporte colombiano supera cualquier fantasía.

El quinto lugar en el mundial de fútbol de Brasil y el goleador del torneo, la campeona mundial de salto triple, la mejor bicicrosista del mundo, el ganador del Giro de Italia, el indiscutible título de potencia mundial del patinaje, el quinto lugar en los panamericanos superando a países como México y Argentina o las medallas olímpicas en judo, taekwondo, lucha, pesas y atletismo, eran apenas fantasías inalcanzables para la Colombia de los años 80 o 90.

No creo que los triunfos de los deportistas sean un legítimo motivo de orgullo nacional porque no creo que se deba experimentar orgullo por triunfos que en su gran mayoría responden al esfuerzo individual de los deportistas y de sus núcleos familiares. Pero son, eso sí, ejemplo vivo y valiente de cómo vencer lo que hasta hace años considerábamos una predestinación inapelable.

¿Orgullo colectivo legítimo? El del pueblo chileno, por ejemplo, que consiguió la aprobación del proyecto de gratuidad de la educación luego de una fuerte lucha popular. O el del pueblo cubano que erradicó el analfabetismo en un épico esfuerzo nacional.
Más que orgullo, lo que me inspiran los actuales deportistas nacionales (junto a sus equipos de trabajo y a los dirigentes del deporte honestos y trabajadores) es un profundo agradecimiento por mostrarnos que la repetida frase somos un país perdedor no es más que retórica vacía. (Como coda inconexa, escribo que desearía pensar lo mismo de la frase somos un país destinado a la violencia).

 

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