Sobre mi despedida de Las2Orillas
Opinión

Sobre mi despedida de Las2Orillas

Por la sensación de que la inviable sociedad colombiana no merece la intranquilidad de nadie (incluyendo la mía), necesito alejarme de la toxicidad de enfrentarme a la realidad de nuestra nación

Por:
noviembre 21, 2016
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Varias personas —¡bastantes!— me han escrito preguntando por qué hace varias semanas no aparece mi columna de los lunes en Las2Orilas.

No pensé que fuera necesaria una explicación dada mi categoría de opinador advenedizo. Sin embargo, la insistencia de algunos de ellos -a quienes admiro y respeto- bien vale estos párrafos.

Desde hace casi tres años asumí como un honor el compromiso de escribir una publicación semanal y durante ese tiempo lo disfruté y viví con intensidad profunda.

Mi oficio no es el de escritor. Mi vida personal —perdonen el flash autobiográfico— se compone de un mosaico de actividades que considero un privilegio. En primer lugar soy un músico. Ese oficio me ocupa en labores como escribir textos, hacer arreglos, componer por encargo, desarrollar montajes o presentar conciertos. Un sinnúmero de tareas que copan el gran porcentaje de mi tiempo. Aun así, mi hiperactividad me ha llevado a otras inguandias.

Estudio el pregrado de Filología Hispánica en la Universidad de Antioquia, me sumo a algunas actividades gremiales y trabajo eventualmente como corrector de estilo, docente en escritura de textos para canciones, conferencista y chef aficionado.

Durante estos tres años, el esfuerzo en términos de tiempo que implicó preparar una columna semanal lo encontré siempre compensado por la sensación —tan inocente como pretenciosa— de estar aportando, así fuese de forma minúscula, a la construcción de una sociedad plural.

El resultado del plebiscito del pasado dos de octubre y que ese mismo día me parecía sobre todo devastador, terminó siendo con el paso de los días menos eso y más un mensaje esclarecedor: lo que conocemos como Colombia es un etéreo fundado sobre la indiferencia (cuando no el desprecio) frente al dolor del otro. La insolidaridad es nuestro germen y la aplastante mayoría de los colombianos solo viven para garantizar lo suyo. No es que a mis casi cincuenta años desconociera esta realidad. Es, simplemente, que uno sigue guardando parcelas de esperanza y la bofetada del plebiscito devastó la última que me quedaba.

Conozco muchísimas personas que votaron por el No. Al igual que en las toldas del Sí el abanico era amplio: tanto cretinos incapaces de pensar por sí mismos como personas conscientes, preparadas y bien intencionadas.

 

La mayoría del No, independiente de lo sólido o no del argumento que haya elegido,
lo prefirió a la posibilidad de salvar las vidas
de quienes en realidad ponen al cuero a las balas (y que, obviamente, no son ellos)

 

Sea como haya sido, el resultado de las elecciones me dejó dos claridades incontestables: la primera fue que ellos, los que eligieron el No, representan la mayoría. La segunda es que esa mayoría, independiente de lo sólido o no del argumento que haya elegido, prefirió ese argumento a la posibilidad de salvar las vidas de quienes en realidad ponen al cuero a las balas (y que, obviamente, no son ellos).

Porque eso era el acuerdo de paz: no una garantía, no una certeza, pero sí una posibilidad de salvar algunas de las vidas de los más desfavorecidos. Una posibilidad derrotada por una mayoría que —seamos optimistas y supongámosla informada— decidió a conciencia que la posibilidad de salvar esas vidas valía menos que sus argumentos.

Por salud, por tranquilidad, y sobre todo por la sensación que ahora me domina, la de que la inviable sociedad colombiana no merece la intranquilidad de nadie (incluyendo la mía), necesito alejarme de la toxicidad de enfrentarme a la realidad de nuestra nación y recogerme en los espacios que encuentro libres de pretensiones utópicas: las cancioncitas, la literatura, la lingüística, mi esposa, mis gatas...

Para con Las2Orillas solo tengo palabras de agradecimiento ante el gesto irresponsable de graduar de columnista a un simple escritor de estrofas.

Espero, de corazón, poder reencontrarme con el oficio de opinador cuando este país sea otro o cuando a mí no me destroce el que siga siendo lo que siempre ha sido.

Gracias a todos los que preguntaron

Pala.

 

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