Iván Cepeda no consigue emocionar a la gente y eso pone en riesgo su aspiración presidencial

Aunque muchos reconocen su coherencia y trayectoria, Iván Cepeda enfrenta críticas por su falta de conexión emocional y su estilo distante del pueblo

Por: Juan Sebastián Restrepo
octubre 06, 2025
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Iván Cepeda no consigue emocionar a la gente y eso pone en riesgo su aspiración presidencial
Foto: Leonel Cordero / Las2orillas

A medida que avanza el debate sobre el liderazgo dentro de los sectores progresistas del país, el nombre de Iván Cepeda aparece como una figura respetada, con historia y coherencia política. Sin embargo, en distintos sectores sociales se repite una percepción que preocupa a su entorno: su figura no emociona ni moviliza y, según muchos, no logra conectar con la gente.

En barrios populares de Medellín, Bogotá y el Caribe se escucha una idea que empieza a hacerse común entre votantes cercanos al petrismo: Cepeda no es visto como un candidato del pueblo. Aunque se reconoce su trayectoria y su compromiso con la defensa de los derechos humanos, crece la sensación de distancia entre su discurso y las emociones de la ciudadanía.

Múltiples sectores coinciden en afirmar que Cepeda no sería un digno sucesor de Gustavo Petro. Aseguran que, aunque intenta mostrarse cercano al proyecto político del presidente, en realidad mantiene una posición ambigua.

Esa distancia, interpretada por muchos como falta de claridad, ha llevado a que se le tache de tibio. Hay quienes lo describen como un dirigente que prefiere los matices y evita tomar posiciones firmes en los momentos decisivos. Para sus críticos, esa tibieza se ha convertido en un problema político en tiempos donde la ciudadanía exige emociones claras, mensajes directos y liderazgos fuertes.

A esto se suma la idea de que Cepeda no pertenece a la clase popular. Algunos lo perciben como un político proveniente de una élite intelectual, desconectada de las realidades cotidianas de los barrios, las veredas y los sectores marginales.

A pesar de ello, hay sectores que continúan apoyándolo, reconociendo su historia y coherencia política. Sin embargo, incluso entre quienes se declaran seguidores, se percibe una cierta resignación. Muchos reconocen que están con Cepeda, pero admiten que su edad le dificulta desenvolverse con facilidad en los múltiples escenarios de la lucha política. La edad aparece como un factor que genera dudas sobre su capacidad de liderar una campaña intensa, dinámica y mediática.

Por otro lado, la idea de la derrota se ha convertido en una sombra que acompaña cualquier análisis sobre su eventual candidatura. En las calles, en los barrios y en los espacios comunitarios se repite una frase: “Cepeda conecta con los intelectuales, pero no con los pobres, con él perdemos”. Se argumenta que su estilo pausado, su tono académico y su falta de cercanía con las bases populares dificultan cualquier posibilidad de triunfo en una contienda electoral marcada por la emoción y la conexión directa con la gente.

Según analistas, el problema es que Cepeda no conecta. Su discurso es sólido y coherente, pero frío y sin emociones. En contextos donde los candidatos deben inspirar, su estilo no genera entusiasmo. Quienes han asistido a sus intervenciones aseguran que sus discursos son densos y poco movilizadores. Algunos relatan que han ido a escucharlo y se han aburrido, convencidos de que con él no hay pasión política. Esa sensación deja a Cepeda fuera de la contienda presidencial frente a candidatos con mayor capacidad movilizadora.

La desconexión se nota especialmente en los sectores populares. En los barrios, donde las campañas políticas se definen con el contacto directo con la población, se considera que Cepeda no tiene fuerza suficiente. Muchos coinciden en que su falta de empatía y presencia puede ser su fracaso. Su figura, respetada, pero distante, no logra generar entusiasmo ni identidad colectiva. En un escenario donde la emoción es clave, esa falta de conexión podría ser decisiva.

La edad, la tibieza y la distancia emocional se combinan en una fórmula que preocupa a muchos sectores progresistas. Se considera que Cepeda pertenece a otra época y que hoy la política exige cercanía, dinamismo y presencia constante en redes sociales y territorios. En ese sentido, su figura parece rezagada frente a liderazgos más jóvenes y carismáticos.

Mientras tanto, la comparación con Daniel Quintero se hace inevitable. El exalcalde de Medellín, identificado como una figura más emocional, popular y visceral, ha ganado terreno entre las bases cercanas al petrismo. En múltiples conversaciones aparece la idea de que, al ser más joven y contestatario, Quintero es una figura más relevante para afrontar la carrera presidencial.

Se le percibe como un líder con capacidad de conectar con las emociones, con un discurso combativo y un estilo cercano a la gente. Para muchos sectores del petrismo, el contraste es evidente: Cepeda representa la coherencia y la ética, pero no la pasión ni la conexión. Quintero encarna la energía, la cercanía y la emoción. De ahí surge una conclusión que circula con fuerza: “Quintero debe ser el candidato del petrismo”.

Esta comparación ha encendido un debate interno dentro del progresismo. Algunos defienden la figura de Cepeda como símbolo de integridad y consistencia ideológica, mientras otros sostienen que en política no basta con tener razón, sino también emocionar y conectar. En un país donde la política se vive con intensidad emocional, la falta de conexión puede ser fatal.

Los analistas coinciden en que el futuro del progresismo dependerá de su capacidad para combinar ética y emoción. Cepeda tiene historia, coherencia y credibilidad, pero su mensaje no resuena con las nuevas generaciones ni con los sectores populares. Quintero, por su parte, representa la energía y la identidad del petrismo, aunque genera resistencia en algunos sectores más tradicionales.

En las calles, la conversación parece tener un veredicto: Cepeda no conecta, no emociona, no levanta pasiones. Sus discursos se perciben distantes y su figura, aunque respetada, parece agotada. En cambio, Quintero despierta entusiasmo, cercanía y esperanza.

El progresismo colombiano enfrenta así una disyuntiva entre el respeto a la historia y la necesidad de un liderazgo emocional. En un contexto político marcado por la polarización y la urgencia de conectar con el pueblo, las percepciones podrían definir el rumbo electoral. Y hoy, la percepción dominante es clara: Cepeda no emociona al pueblo y su liderazgo se siente distante y envejecido.

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