En política, como en el fútbol, los equipos que no saben a qué juegan terminan peleando entre sí. El Pacto Histórico es el mejor ejemplo: una coalición que fue poderosa en votos, pero torpe en normas. No es persecución ni censura. Es una mezcla de improvisación legal, exceso de ego y fe ciega en que la voluntad política puede reemplazar la ley.
Las reglas del juego (que no se pueden saltar ni con discurso)
La Constitución y la Ley 1475 de 2011 son claras: para que un movimiento sea partido político y tenga personería jurídica, debe sacar al menos el 3 % de los votos legislativos, tener estatutos democráticos y rendir cuentas ante el CNE. Sin ello, un movimiento es como un ciudadano sin cédula: puede gritar, pero no puede firmar.
La Colombia Humana: en limbo judicial
La Colombia Humana de Gustavo Petro nunca presentó lista al Congreso en 2018, así que no alcanzó el umbral legal. En 2021, la Corte Constitucional le concedió un permiso temporal, no una membresía vitalicia. En términos futboleros: juega con tarjeta amarilla y sin camiseta oficial.
El Pacto Histórico: unión libre sin acta de matrimonio
Para participar en 2022, Petro y sus aliados formaron el Pacto Histórico, coalición de partidos con personería (MAIS, Polo, UP, Comunes) y otros sin ella (Colombia Humana, Fuerza Ciudadana, Soy Porque Somos).
El resultado fue exitoso electoralmente, con la ayuda del Pacto de la Picota y el constreñimiento u obligación a los votantes que tuvieron las armas al cuello del ELN para votar. Sacaron 16 senadores y más de dos millones de votos, pero legalmente el Consejo Nacional Electoral (CNE) fue tajante: las coaliciones no son personas jurídicas. El Pacto tiene votos y poder, pero no documento de identidad. Es una familia numerosa sin registro civil.
El logo que desapareció
En el formulario de la consulta del 26 de octubre de 2025, el logo del Pacto no aparece. No es censura: es legalidad. Nadie puede acreditar su propiedad. MAIS dice que es suyo, la Colombia Humana lo reclama y la UP lo comparte. El CNE, para evitar tutelas, lo eliminó.
Un “pacto” sin logo es como una revolución sin bandera: todos marchan, pero nadie sabe detrás de qué color.
Los candidatos y el tarjetón inestable
En el tarjetón figuran Iván Cepeda, Carolina Corcho y Daniel Quintero. Cepeda representa un partido legal; Corcho, un movimiento con tutela; y Quintero, una colectividad sancionada.
La ley exige que las consultas sean entre partidos con personería vigente. Este tarjetón es jurídicamente inestable: de tres patas, dos están flojas.
Consulta partidista vs. interpartidista: la confusión preferida
La Ley 1475 distingue dos tipos de consulta: la partidista (un solo partido elige candidato) y la interpartidista (varios partidos definen uno común). El Pacto pidió una consulta partidista, no interpartidista. El ganador quedará inscrito como candidato presidencial, sin posibilidad de participar en otra consulta posterior.
Algunos sectores del progresismo, sin entender la ley, piden una “consulta de la consulta”. Además de ilegal, raya en lo absurdo. El periodista Melquisedec Torres lo resumió: “Se llama autosaboteo, congresista, no sean tramposos.”
El costo del desorden
La consulta costará unos 200 mil millones de pesos. La ley establece que, si los partidos no respetan los resultados o el ganador renuncia, deben reintegrar el dinero al Estado.
Si el Pacto no acata su propio proceso, podría terminar pagando por su confusión. Sería la primera coalición que se cobra a sí misma por desorganizada.
El caso Quintero: excusa falsa, derrota anticipada
Daniel Quintero se retiró de la consulta no por falta de garantías, sino de votos. Las encuestas y apoyos internos lo dejaban sin posibilidad de ganar. Eligió la vieja estrategia del político acorralado: irse denunciando lo que no existía.
Prefirió culpar las reglas antes que admitir su derrota. Y para completar, podría terminar respondiendo por los recursos públicos invertidos en la consulta, pues su retiro voluntario sin sustento compromete a los participantes.
En pocas palabras, Quintero se pegó un tiro en el pie: después de tanta voltereta electoral y corrupta, terminó enredado en su propio guión.
Moraleja con ironía
El Pacto Histórico tiene discurso, apoyo popular y narrativa épica, pero padece una enfermedad vieja: la improvisación crónica.
La Colombia Humana depende de una tutela, el Pacto no es partido, el logo no tiene dueño, y dos de los tres candidatos no cumplen la ley.
No es persecución: es desorden. El progresismo quiso cambiar la historia, pero olvidó que también hay que llenar los formularios.
Y al final, la responsabilidad no se disuelve entre los partidos, ni entre las tutelas ni entre los logos: recae sobre quien los dirige.
Petro construyó una coalición sin cimientos jurídicos, sembró caos en la forma de gobernar y ahora cosecha confusión en su propio movimiento.
El líder que se presentó como el abanderado del cambio terminó preso de su propio desorden político. El Pacto fue su invento y también su espejo: improvisado, contradictorio y sin GPS.
Petro armó el Pacto, lo desordenó y ahora se enreda en su propio laberinto. Responsable de su propia debacle.
Del mismo autor: ¿Por qué Gustavo Petro no encarna los valores del Nobel de la Paz?
Anuncios.
Anuncios.


