El año se despide con las espadas bien en alto. Con noticias que nos informan de la intensificación de las acciones bélicas en los conflictos actualmente abiertos en el mundo y con anuncio de planes que suponen una ampliación significativa de los dichos conflictos. El más caliente de dichos escenarios, por su escala, su magnitud y su excepcional importancia estratégica es el conflicto ucraniano. El ataque con drones ucranianos a la residencia oficial del presidente Vlamídir Putin - el segundo intento serio de asesinarle -, realizado el sábado pasado, es una buena prueba de que, tanto el régimen de Kiev, como la coalición de los países dispuestos encabezados por Londres, París y Berlín, que le respalda incondicionalmente, no está dispuesto a permitir que la guerra termine pronto.
Cierto, tanto Zelenski como los lideres de la mencionada “coalición de los dispuestos”, afirman que ellos también quieren la paz en el martirizado país, pero no la paz en los términos planteados por Rusia e incorporados en buena medida por el plan de 28 puntos acordados por enviados de Putin y de Trump en reuniones informales celebradas semanas atrás en Florida y en Moscú. Desde entonces el líder ucraniano ha mantenido reuniones con los lideres de la mencionada “coalición de los dispuestos” en las que se han esforzado por echar atrás las concesiones hechas a las demandas rusas contempladas en el plan de los 28 puntos. El resultado es un plan de 20 puntos, que, aunque mantiene el no a incorporación de Ucrania a la OTAN, contempla unas “garantías de seguridad” que serían dadas por Estados Unidos y por la existencia de un ejercito de 800.000 soldados que contaría con la ayuda militar de los europeos y la creación de una zona desmilitarizada de 150 millas a lo largo tanto del lado ucraniano como ruso de la frontera común. Así como el condicionamiento de la aceptación de la incorporación de las regiones ruso parlantes de Donetsk y Donbás a su aprobación por el parlamento ucraniano, ratificado por un referéndum. Medidas que Rusia no tiene la más mínima intención de aceptar.
Cabe subrayar que en su viaje a Mar –a - Lago para entrevistarse el sábado pasado con Donald Trump, Zelenski hizo escala en Halifax, se reunió con Mark Carney, el primer ministro canadiense. y luego mantuvo una video conferencia con Starmer, Macron, Merz, Mark Rutte y Úrsula von der Leyen, quienes le ratificaron el respaldo político incondicional que le vienen ofreciendo desde cuando lo recibieron en Londres con todos los honores después de que literalmente Trump lo echara de la Casa Blanca, el 1 de marzo de este mismo año. Von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea, ofreció sin embargo más que un simple respaldo al plan de paz de 20 puntos antes mencionado: lo anuló de un plumazo, declarando que la UE respalda la “soberanía y la integridad territorial de Ucrania”. O sea, su derecho a recuperar las regiones ruso parlantes, hoy incorporadas a la Federación Rusa, y a contar con el ejército del tamaño que desee y establecer alianzas militares con quien le de la gana, incluidas en primer lugar las potencias europeas.
Una declaración nada sorprendente. No solo porque es el resumen de la posición política que ha mantenido frente al conflicto ucraniano desde que está al frente de la Comisión Europea, sino porque ella ha sido la mas activa promotora del plan de expropiar los fondos soberanos rusos congelados en los bancos europeos, en especial en Euroclear, una cámara de compensación con sede en Bruselas, que custodia entre 180.000 y 193.000 millones de euros de los fondos del Banco Central de Rusia. Expropiación destinada a financiar la continuidad de la guerra en Ucrania. El plan fracasó estrepitosamente, tanto por la firme oposición del primer ministro belga y de otros lideres europeístas, como por la demanda presentada por Rusia ante 14 tribunales en cuatro continentes contra dicha expropiación, que esgrime toda legislación internacional que garantiza la propiedad de los activos soberanos.
El remedio al descalabro fue la emisión de una deuda pública, con cargo al presupuesto de la UE de 100.000 millones de euros destinada a financiar la continuidad de la guerra y el funcionamiento del Estado ucraniano por los próximos dos años. Un paquete que incluye en primerísimo lugar el elevado pago de la deuda publica y desde luego la corrupción endémica que afecta al régimen de Kiev desde los días en los que Hunter Biden, hijo del presidente Joe Biden, fue nombrado director de Burisma Holding, la mayor empresa de gas y petróleo de Ucrania. El mes pasado, la oficina anticorrupción ucraniana destapó una trama de corrupción responsable del desvío de fondos destinados a la infraestructura eléctrica de cerca de cien millones de dólares, presuntamente dirigida por Andri Yermak, el todo poderoso asesor del presidente Zelenzki, considerado el cerebro gris del régimen. Advertido a tiempo de la orden de arresto en su contra, tomó el primer vuelo de avión disponible a Israel, donde ahora está refugiado. En el allanamiento de su mansión, la policía encontró un inodoro macizo. Algo que no sorprendió a analistas estadounidenses conocedores de los enormes casos de corrupción en el Iraq ocupado, que estiman en 43.000 millones de dólares el monto de los fondos desviados de sus fines oficiales durante los cuatro años que dura la guerra en Ucrania. En beneficio de los oligarcas y los cabecillas del régimen ucraniano e incluso de parlamentarios estadounidenses. Ya existe una lista de 13 congresistas de dicho país que habrían recibo sobornos para aprobar medidas legales de apoyo financiero a Ucrania.
La proyectada guerra abierta con Rusia, enfrentaría a países sobreendeudados con un país cuya deuda pública esta estimada en el 18 % de su PIB.
Pero si en definitiva son los beneficios empresariales y sobre todo los financieros son los que están detrás del empeño de perpetuar la guerra formulando planes de paz que para Rusia resultan inaceptables, el problema aparentemente insoluble que es que la continuación de la misma solo podrá hacerse por la vía del endeudamiento masivo de países sobreendeudados. El nivel de endeudamiento de Francia, Gran Bretaña, Italia y España es equiparable al que exhibía Gran Bretaña al final de la Segunda Guerra Mundial y cuyos costos financieros le obligaron a ceder la primacía mundial a Estados Unidos. Forzando el reemplazo de la libra esterlina por el dólar como moneda de reserva mundial. Todos estos países, con la excepción de Alemania, tienen deudas públicas que superan el 100% del PIB. Por lo que suena a delirio belicista los planes de preparación para una guerra directa contra Rusia, una vez que el ejercito ucraniano colapse, anunciados por dichos países que incluyen el rearme acelerado y el restablecimiento del servicio militar obligatorio. La proyectada guerra abierta con Rusia, enfrentaría a países sobreendeudados con un país cuya deuda pública esta estimada en el 18 % de su PIB. Una fortaleza económica equiparable a la de Estados Unidos en el momento de intervenir en 1941 en la Segunda guerra mundial, gracias a que el crack de la bolsa de Nueve York de 1929 había volatizado literalmente la deuda pública, permitiéndole multiplicar el gasto público e incrementar extraordinariamente sus inversiones en una industria militar, que obró como un potente motor de su economía. En 1945 su deuda pública, después del gigantesco gasto militar que representó su participación en la guerra mundial, representó aproximadamente el 110% de su PIB. Hoy, cuando se anuncian planes para hacerle la guerra a gran escala a China, su deuda publica representa el 125%. ¿De dónde va a sacar entonces el dinero para financiar una guerra abierta y a gran escala contra la primera potencia industrial del planeta, cuya deuda publica representa el 80% del PIB y cuyo sistema político socialista le permite someter a su poder financiero a las exigencias de la guerra de una manera que no puede hacer el sistema político liberal estadounidense. ¿Emitiendo mas deuda? ¿Justamente ahora cuando la decisión de China de vender bonos del Tesoro, y de la Hacienda de Japón de elevar el tipo de interés de sus bonos ha causado reducción significativa de la venta de dichos bonos? No olvidemos que China y Japón han sido hasta la fecha los mayores compradores de tales bonos. Y cuando el petrodólar sustentado por la obligación impuesta a Arabia saudita y a los Emiratos árabes de comprar su gas y su petróleo en dólares se desmorona y cuando la posibilidad de apoderarse las enormes reservas de petróleo de Venezuela, las más grandes del mundo, está en veremos, dada la obstinada resistencia del gobierno del presidente Nicolás Maduro a entregárselas.
Pero volvamos a Europa, para detenernos en Alemania. Son bien conocidos los llamados del canciller a rearmarse para convertir de nuevo al país en la primera potencia militar de Europa. El hecho de que su deuda pública represente el 63% de su PIB convierte en verosímil esa promesa. Pero enfrenta el grave problema político que supone la previsible oposición a este proyecto por parte de Francia y la Gran Bretaña y de los países que, como Polonia y los Balcanes sufrieron los horrores de la ocupación alemana durante la Segunda guerra mundial. Eso para no hablar de los países integrantes de la extinta Unión Soviética, que perdieron en conjunto 27 millones de vidas humanas, mujeres y niños incluidos.
Siempre queda la opción de deshacerse de la deuda declarando una moratoria sine die de la misma. O recurriendo a la astronómica devaluación del marco decretada por la República de Weimar en los años 20 del siglo pasado. Pero nada parece indicar que los gobiernos occidentales estén dispuestos a tomar alguna de estas dos opciones. Todos están en manos del poder financiero
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