Álvaro Uribe: con sesgo e inquina

Álvaro Uribe: con sesgo e inquina

Uribe ha acusado a periodistas de narcos o violadores; a profesores, de guerrilleros; a víctimas, de culpables y se ha retractado a medias ensuciando el buen nombre

Por: Yarley García Castañeda
abril 20, 2023
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Álvaro Uribe: con sesgo e inquina

Álvaro Uribe es un personaje como pocos han existido o existirán en Colombia y sin duda la forma en la que lleva sus comunicaciones, bien podrían ser objeto de estudio por la manera en la que ha sometido a periodistas, académicos, activistas y víctimas del Estado a una espiral del silencio que alcanzado hasta quienes lo han  investigado y confrontado con coraje y gallardía, a costa de ser perseguidos, intervenidos, espiados, vilipendiados, amenazados y hasta exiliados por este hombre fuerte que usa Twitter y los medios tradicionales  que le abren los micrófonos para expresarse  hacia sus detractores con sesgo e inquina.

Hace poco vimos la retractación que hizo Beto Coral, activista político, en la que debió aclarar de que el expresidente — presidente eterno, para muchos de los melancólicos del Estado del Terror y el conservadurismo extremo— no es un líder paramilitar o socio de las BACRIM, ni un ciudadano que haya cometido delito alguno, por no tener pruebas que respalden sus palabras.

Coral, no solo debió retractarse sino que su mensaje claro y contundente debe permanecer en Twitter, para que los usuarios reales y las bodegas con troles sin rostro lo reproduzcan, comenten y le den alcance, porque como dijo el abogado De la Espriella: “la honra y el buen nombre de una persona debe ser respetado”.

Lo malo de la honra y el buen nombre es que al parecer son dos activos de los seres humanos que tienen valor dependiendo de quién las posea o de quien las quiera conservar: si eres un político vigente en las últimas tres décadas de historia del país, si en ese camino entendiste que la política atraviesa irremediablemente las relaciones de los hombres en todos sus campos púbicos y te hiciste de seguidores, pupilos, aprendices, partidos políticos, la simpatía de  cargos estratégicos en las tres ramas del poder público, uno que otro periodista que  entiende este noble oficio no como un ejercicio de contrapoder sino como una ventana de exposición para obtener fama y dinero y un par de abogados prestigiosos, por su puesto tu honra y buen nombre valen lo que pesan: toneladas de influencias y poder.

Es por eso que Álvaro Uribe ha acusado a con su mano pesada a periodistas de ser narcotraficantes o violadores de niños, a profesores de ser guerrilleros, a víctimas de culpables, y se ha retractado a medias, como se le ha dado la gana, dejando siempre la estela de duda sobre la honra y buen nombre de otros que no tienen su legado peligroso, que no pueden volver con tranquilidad a pisar su país y que en el peor de los casos ya no están en este mundo, porque a ellos la espiral del silencio les atravesó el cuero literalmente y no en forma de miedo.

La obra de teatro de las retractaciones del “presidente eterno” tiene ya muchos actos, pero lo que ha ocurrido con el periodista Daniel Coronell es algo que va un paso más allá, porque este último no es un activista sino un periodista que le ha hecho contrapoder a este “político intocable” investigando los hechos macabros que han rodeado su vida, no con sesgo e inquina sino con una rigurosidad documental, testimonial y un peso probatorio por el que hasta hoy no ha tenido que retractarse, aunque la justicia que en Colombia —que es de bolsillo del que gobierne— demore más que los años bisiestos que han pasado desde que Uribe se montó al poder.

Es fácil para un abogado como Lombana parecer elocuente en el formato radial que da para todo, mientras tilda el oficio periodístico que ha hecho Coronell como sesgado.  Casi enternece su defensa que muestra al expresidente como un hombre cuya familia ha sido perseguida mientras afirma que la retractación fue bien cumplida, como si Daniel Coronell además de no ser narcotraficante, fuera un hombre sin oficio que se ha dedicado a perseguir a  un pobre caudillo del pueblo y no un periodista amenazado y exiliado que con documentos en mano ha hecho que Álvaro Uribe Vélez comparezca ante una justicia que por intentar protegerlo, ha devaluado el precio del honor y la honra de todos los que por palabra o política han sido sus víctimas.

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