La jefe negociadora del gobierno con el ELN, cuya negociación está suspendida, envío este texto como réplica al artículo El fracaso de la negociadora Vera Grabe con el ELN que acaba de hacer otro atraque, ahora en el Cesar
He leído el artículo publicado el 19 de diciembre de 2025 titulado “El fracaso de la negociadora Vera Grabe con el ELN que acaba de hacer otro atraque, ahora en el Cesar”1 en la que, a propósito de hechos violentos atribuidos al ELN en el que se incluye el ataque que ustedes describen en Aguachica (Cesar), se formula un juicio contra mí, y se pretende presentar mi nombre como explicación del comportamiento de una organización armada ilegal.
Mi vida pública, así como mi vida privada, han estado atravesadas por un compromiso histórico con la paz, con la convicción de que Colombia no está condenada a la guerra como destino. Hice el tránsito a la paz, he hecho de la paz mi camino, y defendido por décadas, desde distintos escenarios, que la paz no es una consigna ni una fotografía que se toma en un momento, sino una responsabilidad ética con las víctimas, con la sociedad y con las generaciones que no deberían heredar un país donde la violencia sea el lenguaje preferido.
Por eso quiero expresar, como lo he repetido durante años, que ningún hecho de violencia es aceptable y que toda agresión contra la vida, a la población civil y a los integrantes de la Fuerza Pública del Estado colombiano merece ser condenada con claridad, solidaridad con sus familias y exigencia de verdad, justicia, reparación y no repetición.
También corresponde recordar que en el debate público parece olvidarse deliberadamente que todo esfuerzo de paz es frágil. Es frágil porque se intenta detener dinámicas de violencia que llevan décadas, porque se enfrenta a economías ilegales e intereses con mucho poder, porque hay desconfianza acumulada y porque cuando se persiste en la violencia se rompe la esperanza y se sabotean las salidas dialogadas. Que un proceso de paz atraviese crisis, suspensiones, tensiones o retrocesos no demuestra que los diálogos sean inútiles, solo demuestra que la paz es una tarea difícil y que, cuando se intenta, se hace bajo la presión constante de quienes se benefician de la continuidad del conflicto y la violencia.
Por eso me preocupa personalmente el tono de su artículo, porque considero que cae en una simplificación peligrosa según la cual la paz “se hace” como si fuera una cosa que se fabrica y se entrega, o como si dependiera de una persona, en este caso en mi rol como jefa de delegación. En esa visión hay, por decirlo con claridad, una descalificación e incomprensión, pues desconoce el humilde, pero persistente esfuerzo de quienes buscamos mediante el diálogo que en el país dejemos de contar los muertos y se termina favoreciendo la tesis de que la violencia es más realista que la paz. Con ese lente, cualquier ataque de las organizaciones armadas que existen en el país se puede usar para concluir que insistir en la paz es un error, cuando el verdadero error histórico que puede cometer la sociedad colombiana sería el de resignarse a la violencia y normalizarla.
En esa medida, en el texto que tuve la oportunidad de leer no se resalta la discrepancia, porque en democracia tenemos derecho a disentir frente a las causas de la violencia, sino el ataque personal que se me formula. Las2orillas pasa de narrar hechos violentos que no provienen de mi voluntad o de mis decisiones, a sugerir que mi permanencia en una tarea institucional para dialogar por la paz me vuelve responsable de la violencia de una organización armada ilegal con la que se intenta permanentemente retomar una ruta para finalizar el conflicto. Establecer ese salto es dañino pues soy jefa de la delegación de paz del Estado que realiza constantes, por lo general invisibles, esfuerzos por la reactivación del proceso y gestiones humanitarias, buscando que el ELN cese sus actividades ilegales y de afectar a la población colombiana, por lo que no tengo responsabilidad sobre sus crímenes, ataques o continua afectación a la población.
Atribuirme los comportamientos y conductas de un actor armado ilegal equivale a reemplazar la complejidad del análisis sobre la paz, la seguridad y la violencia por el señalamiento, así como a confundir deliberadamente responsabilidades para construir un culpable fácil.
Dialogar y negociar no es rendirse. Dialogar y negociar es buscar que cesen los hechos que ustedes mismos describen como demostraciones de fuerza y persistencia de la violencia. Sin embargo, ningún esfuerzo de paz puede confundirse con impunidad social frente al horror, ni con indiferencia ante las víctimas. Si el ELN insiste en la violencia, la exigencia debería dirigirse hacia quienes la ordenan y la ejecutan. El deber constitucional del Estado colombiano es combinar con rigor los instrumentos de protección a la población, la Fuerza Pública, la justicia, el respeto por los derechos humanos y la búsqueda de caminos verificables para poner fin al conflicto.
Finalmente, hago un llamado a trabajar por la paz con responsabilidad pública. La paz no la logra una persona, ni un gobierno, ni una delegación: se construye por una sociedad cuando decide con convicción que el diálogo construye democracia y que la violencia no puede tener lugar en nuestro esfuerzo colectivo por vivir con tranquilidad, ni arrebatarnos la esperanza. Ojalá todas y todos podamos señalar con claridad a los responsables de la violencia, sin renunciar a la complejidad de los análisis.
Agradezco que esta comunicación sea divulgada en su medio con el propósito de exponer mi punto de vista ante el público frente a los esfuerzos de paz.
Atentamente,
Vera Grabe
Jefa de la Delegación de Paz del Gobierno nacional en los diálogos para la paz con el Ejército
de Liberación Nacional - ELN
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