El 9 de agosto de 1994, a las 9:05 a.m., Manuel Cepeda Vargas salía de su casa en la Localidad de Kennedy, rodeado de papeles, de decretos y sueños, para cumplir con sus tareas en el Senado de la República. Ese día fue asesinado uno de los últimos congresistas de la Unión Patriótica. El nombre de la estrategia se llamaba "Golpe de gracia": el asesino solo necesitó un tiro certero a través de la ventana de su auto.
A los pocos minutos, su hijo, un joven de 32 años, llegó a dar una entrevista. Pocos creerían que alguien, ante la brutalidad del asesinato de su padre, pudiera dar una entrevista con tanta calma, pidiendo el cese de la violencia contra la oposición y la izquierda. Ese joven era Iván Cepeda.
Esa voz pausada, que algunos podrían considerar poco expresiva, contiene todo, menos silencio. Durante los últimos 30 años, ha convertido la lucha por la justicia ante el crimen de su padre en la búsqueda de la justicia por el crimen de miles de líderes sociales. Iván Cepeda es una de las voces más reconocidas de las víctimas de los crímenes de Estado.
En ese proceso, también fue Representante a la Cámara por Bogotá, Senador de la República y ahora es precandidato presidencial por el Pacto Histórico. Todo sin tener que alzar la voz, sin exagerar sus gestos. Así pudo convertir un plan orquestado para silenciarlo en el primer juicio contra un presidente en la historia de Colombia.
Decía Jaime Pardo Leal que "la sangre de los revolucionarios se convierte en semilla". Ante el genocidio cometido contra la militancia de izquierda, a veces nos parecía que eso no era posible. Pero Iván está aquí para demostrarnos lo contrario: Iván es sangre y semilla.
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