La llegada del iPhone 17 al mercado global ha generado una vez más filas, titulares y un despliegue publicitario casi hipnótico. En países industrializados, el fenómeno se asume como parte del ciclo del capitalismo; pero en América Latina —y en Colombia en particular— adquiere un matiz paradójico y preocupante.
El costo del lujo en un país desigual
Según datos del Banco Mundial (2024), Colombia registra un ingreso per cápita de 7.500 dólares anuales, frente a un dispositivo cuyo precio de lanzamiento supera los 1.000 dólares. La brecha es aún más visible cuando millones de colombianos sobreviven con uno o dos salarios mínimos (280 a 560 dólares mensuales), muchos en medio de la informalidad y el endeudamiento.
Un símbolo de estatus
No se trata de rechazar la tecnología, sino de cuestionar un consumismo que empuja a endeudarse o sacrificar lo esencial por “estar a la moda”. Como advertía el sociólogo Zygmunt Bauman, vivimos en sociedades donde la identidad se mide por lo que se posee y no por lo que se es.
El iPhone 17 funciona como símbolo de estatus: quien no lo tiene, teme ser excluido de su grupo social. Las redes sociales amplifican esta presión con publicidades, modelos irreales y promesas de éxito, activando emociones ligadas a recompensas efímeras.
El contraste latinoamericano
Mientras se celebra el nuevo dispositivo, millones de latinoamericanos siguen sin agua potable, educación básica o un plato de comida al día. Ese contraste es el espejo incómodo que la región debería mirar.
La paradoja de la modernidad
Las multinacionales tecnológicas acumulan ingresos superiores al PIB de varios países, mientras sus consumidores quedan atrapados en una lógica que privilegia la apariencia sobre la dignidad y lo esencial.
En este contexto, el iPhone 17 no es solo un teléfono: es un recordatorio de que, aunque la tecnología alcanza alturas inimaginables, gran parte de nuestras sociedades aún tropieza con las carencias más básicas. La pregunta incómoda sigue en el aire: ¿qué significa realmente estar a la vanguardia?
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