Hace unos días compartí por Facebook la noticia de que el Impact de Montreal, un club de futbol canadiense, había llegado a la final de la Liga de Campeones de la Concacaf. Era muy grato e interesante comprobar cómo el Club de futbol más importante de la provincia donde vivo actualmente, había logrado llegar tan lejos. Un gran amigo bumangués inmediatamente respondió el enlace de una manera que considero típicamente colombiana: “Más audiencia tendrá un partido del Bucaramanga en la Z”. Esta respuesta puede simbolizar la creencia estereotipada de que, de Colombia para arriba, el futbol no significa gran cosa, mucho menos en un país como Canadá, de modo que de nada le valdría a ese “clubcito” ganar una copa de poca monta que no representará nada para el universo del futbol.
Quise decirle a mi amigo que si bien el futbol en Canadá no tiene la importancia ni el poder que en Colombia o en cualquier país suramericano, que es ínfima su popularidad respecto al Hockey –el deporte nacional- o a los deportes de invierno y que este partido no tiene la trascendencia de un clásico brasileño o argentino, los actuales triunfos del equipo montrealés merecen su importancia, habida cuenta que es cada vez es mayor la acogida y la popularidad de este deporte en el país norteamericano. Le quise mostrar que, contrario a lo que piensa, Montreal tiene dos impresionantes estadios de futbol por falta de uno y que hay partidos que han logrado la asistencia de más de sesenta mil espectadores. La idea general era que supiera que existe un interés creciente de los canadienses por el futbol –deporte que en España enterró la tauromaquia y ya invade el continente asiático en su totalidad- y que con la progresiva llegada de migrantes de todo el mundo se ha producido la apertura de más escuelas de entrenamiento, de suerte que el panorama promete ser diferente en un futuro no muy lejano. Los triunfos del equipo montrealés son una muestra de que en el futbol nada está escrito, nada es inmutable.
En cambio, este episodio me ha servido como una excusa para resaltar un asunto que siempre ha llamado mi atención: el de la percepción que tienen muchos colombianos de que el universo geográfico –cultural y físico- en el que viven es el mejor posible y que más allá de sus fronteras el edén imaginario se acaba. Esta inocente visión es la que ha permitido engendrar afirmaciones clásicas como aquellas de que Colombia es el mejor paraíso del mundo, de que nuestra ciudad es el mejor vividero, de que nuestra comida es la más exquisita, de que “nuestras mujeres” son las más bellas de la tierra, etcétera. Valorar y realzar el paisaje que habitamos es, en el sentido estricto, necesario, positivo y fundamental porque es lo que permite generar identidad con aquello que nos pertenece. Pero el error reside en estimar lo foráneo sin conocerlo y de manera automática –o sea, inconsciente- restarle su valor al equipararlo con lo nuestro. La frase “Más audiencia tendrá un partido del Bucaramanga en la Z” presupone que cualquier partido del equipo bumangués, así descienda hasta la categoría más ínfima, tendrá mayor trascendencia que la final que va a disputar el club canadiense. Afirmación no sólo despectiva sino falsa desde todo punto de vista, toda vez que, por ejemplo, el promedio de asistencia a los estadios en los que juegan los equipos norteamericanos miembros de la Major League Soccer – principal liga del sistema de ligas de fútbol de los Estados Unidos y Canadá – duplica el promedio de asistencia en los estadios colombianos, así cueste creerlo.
Los prejuicios preestablecidos que se transmiten culturalmente dentro del inconsciente colectivo, son los que han dado forma a las ya clásicas nociones colombianas de que los escandinavos son aburridísimos porque habitan países fríos todo el año, mientras que nosotros somos la flor de la alegría y la felicidad; de que los alemanes son nazis y racistas por esencia, en tanto que nosotros somos el fiel espejo de la hospitalidad con el extranjero; de que todas las mujeres “no latinas” son horribles, mientras que aquí no hay “vieja fea”; de que en países como Canadá no hay fauna ni flora que valga la pena, solo renos y pinos; de que Ecuador es un atrasado “paisucho” repleto de indígenas, mientras que nuestra patria es ya una potencia emergente; en fin. Toda esta suerte de estereotipos inventados sin ninguna consideración, con la inocencia de quien repite lo que escucha y no se toma el trabajo de investigar, de indagar, de sopesar, lo único que logran es reproducir la ignorancia y, en casos extremos, alimentar las manifestaciones de violencia y segregación.
Compatriota colombiano, si eres de los que recrea este tipo de prejuicios: no dejes de amar tu país y sigue creyendo en lo que allí existe y estás ayudando a edificar; pero no te enfrasques en la necia idea de que las fronteras que habitas son la realidad mejor, la única y verdadera. El mejor regalo que te puedes dar es salir de tus fronteras imaginarias y darte cuenta de que hay otros paraísos posibles, otros manjares posibles y otras felicidades posibles. Sólo así tu espíritu se tornará más comprensivo, más abierto, te volverás más sabio, no tragarás entero porque has visto y comprobado que no era tan cierto lo que creías. Si aún no puedes hacer el viaje físico, comienza tu encuentro con el mundo a través del buen cine y la buena literatura. Lee libros de historia, de ciencias y antropología. Así, dejarás de ser el “montañero” inocente que juzga lo que no conoce y repite lo que escucha.
Québec, Canadá, 13 de abril de 2015.
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