Todos amamos a nuestros hijos, sin embargo por desconocimiento, podemos destruirlos en sus afectos y en su salud física. Cuando como padres, abuelos o cuidadores, tenemos la crianza de un ser en nuestras manos, tenemos también una gran responsabilidad, la de edificarlos con información que les ayude a mantenerse sanos y felices.
Somos el resultado de la unión entre una célula masculina y una femenina, ambas esencias viven dentro de nosotros luego de la primera división celular hasta la muerte. Las luchas entre los padres pueden repercutir en los hijos de muchas maneras, desde alteraciones emocionales y mentales que fácilmente relacionamos, hasta deficiencias inmunológicas y enfermedades malignas.
Como adultos tenemos la capacidad de filtrar la información que recibimos, decidimos si recibimos o no un insulto, por ejemplo. Para los niños es diferente, ellos se tragan entero nuestro veneno, si les hablamos mal del padre o la madre, nos lo creen y los destruimos a ellos, no solo a la pareja como podemos creerlo.
Así como para la procreación se hace indispensable la presencia y fusión de lo masculino y lo femenino, en la vida de cada ser humano, se hace indispensable la presencia de ambas figuras en equilibro, aun en la ausencia de uno de los dos. La presencia de lo femenino reconocido como valioso e importante otorga el principio blando de la humanidad, la flexibilidad, la bondad. El principio masculino es fundamental para el desarrollo de la disciplina y el respeto por la autoridad, un valor tan desaparecido de esta sociedad de padres ausentes y madres que por su resentimiento o desconocimiento no logran dar a sus hijos una imagen íntegra de los dos principios.
Quienes tenemos niños a cargo y vivimos la difícil experiencia de una separación o asumimos una relación difícil de la que no salimos, hemos de sacarlos del medio y dejarlos fuera del conflicto. Nada tienen que ver ellos en que no seamos capaces de comprender al ser al que alguna vez amamos (ojalá no lo olvidáramos) o al ser con el que, por cualquier razón nos unimos para gestar la vida.
Darle lo mejor a los hijos es aceptar el reto que tenemos en las manos y amarlos con consciencia, ternura y alegría. Si ya cometimos muchos errores, el remedio no es la culpa, pero rectificar y decirle cosas como: “me equivoqué, tu padre o tu madre es un ser humano con virtudes y defectos como todos”, es empezar a remediarlo. No significa negar realidades, aun cuando la realidad es difícil, podemos ayudar a nuestros hijos a leerla con compasión, comprendiendo la ignorancia del otro, lo que con seguridad les hará menos daño que el odio y el resentimiento que a veces alimentamos.
En adelante pongamos atención a las palabras para que los niños crezcan como nos dice un mandamiento: “honrando a padre y madre”. Independiente de que seamos o no cristianos, este mandamiento nos invita a reconocer la naturaleza que vive en cada uno. Honrar lo femenino y lo masculino afuera equivale a honrarlo dentro, y finalmente es honrar lo que somos, un paso importante para amarnos a nosotros mismos y generar salud individual y colectiva.