La vida de las mujeres guerrilleras en las filas de las Farc ha causado grandes intrigas y diversas opiniones en la sociedad colombiana. Abundan las historias sobre la guerra y el papel de las mujeres en el conflicto armado. Por eso, para entender lo complejo de su vida, hacemos esta aproximación a su historia sobre el antes y el ahora, en pleno tránsito a la vida civil.
Hablamos con María Rosalba García, conocida como Eliana, la exguerrillera viva de más edad que haya pertenecido a las Farc y que hoy, 59 años después de su ingreso, mantiene sus recuerdos intactos. Nos cuenta, por ejemplo, que en 1960 y 1970, no había distinción entre hombres y mujeres del campo en cuanto a las acciones de represión y abusos por parte de las autoridades o grupos paramilitares, todos eran perseguidos, sin reparar en dichas diferencias.
“En esa época de guerra, a diario se escuchaba de asesinatos de personas conocidas, más que todo a los hombres, los hacían desaparecer. Para ese entonces, se dio la invasión a Marquetalia (1964), se empezaron a ver las masacres, los hombres se fugaron al monte y allí es donde empiezan las mujeres a tener una vida muy difícil porque tocaba hacerlo todo: criar a los hijos en medio de tanta violencia, sembrar para poder comer y también sostener a aquellos hombres que se fueron al monte para defender sus vidas”.
Las mujeres que formaron parte del movimiento guerrillero en los años de la Operación Marquetalia hacían tareas que no eran tomadas como importantes. Así empezaron a buscar la manera de organizarse, ya que seguían teniendo los mismos roles de una ama de casa a la que se le agregaban los peligros de la guerra. En aquel entonces, las mujeres en la guerrilla, aún no cargaban un arma, pero sí debían tomar la dura tarea de trabajar la tierra y cultivar para lograr alimentar al ejército insurgente que crecía en las montañas.
Eliana ingresó a la guerrilla en 1974, tenía 25 años de edad, “Varias mujeres se habían ido con sus maridos para el monte, pero yo ingresé por la mala situación. Éramos muy pobres y la situación solo se ponía peor”. En el 74, el movimiento guerrillero era aún pequeño. Eliana tenía 25 años y estaba casada, pero el marido no quería “dejarme” ingresar, “pero yo no estaba a gusto con ese matrimonio”. Eliana ingresó al Cuarto Frente de las Farc. “Conmigo solo éramos tres mujeres y nuestras labores aún estaban limitadas a los roles que la sociedad siempre nos ha impuesto”.
Debido a lo intenso de los operativos militares en contra de la guerrilla, el movimiento va adaptándose y una mujer debe funcionar como una combatiente más. “Fue muy difícil pasar de ser una ama de casa a ser una guerrera, pero lo habíamos logrado gracias a los esfuerzos y discusiones que nos dimos con los comandantes. Ellos entendieron que nosotras también podíamos”.
Una vez se estaba en las filas, ya no había vuelta atrás, solo quedaba avanzar. Eliana también quería ir a un combate. A “las mujeres también nos mataban y éramos torturadas por la fuerza pública hasta la muerte. Ese temor por ser asesinadas y violentadas condujo a muchas mujeres a ingresar a la guerrilla para defender sus vidas y dignidad”.
Paulatinamente, las guerrilleras fueron siendo involucradas en los procesos de formación socio política y en el entrenamiento militar. Se pasó de la militancia en una célula apartada a conformar células mixtas con guerrilleros hombres y a prestar guardia. En ese entonces, las guerrilleras aún no lograban participar en las conferencias porque se les consideraba poco indicadas para tomar decisiones, pero esto también tuvo que cambiar.
Las combatientes lograron aspirar a puestos de mando que dependían de los méritos, un excelente comportamiento y la calidad de las acciones que podían realizar. De esta manera, el tradicional machismo arraigado en el campo colombiano y algunas costumbres fueron poco a poco aplacadas bajo un estatuto, que obligaba a un trato igualitario que les permitiera a las mujeres participar.
El testimonio de María Rosalba o Eliana como prefiere ser llamada hoy a sus 69 años, y de otras exguerrilleras de las Farc, evidencian que las mujeres que han dejado las armas, no deben asumirse solo como víctimas, sino como mujeres aguerridas, que dominan sus miedos, de ideología firme, que defienden a sus familias y territorios como combatientes de un movimiento insurgente.
Cuando en los años 90 del siglo pasado, el tema de la igualdad se puso en la palestra. Esta postura atrajo el ingreso voluntario de muchas mujeres a las filas guerrilleras que encontraron un enfoque y una práctica diferente a la que les tocaba vivir en sus pueblos. La participación de las mujeres, al interior de las Farc, permitió que aprendieran a leer, escribir y a asumir que eran sujetos de derechos.
Victoria Sandino fue una de las que ingresó a la guerrilla procedente de la ciudad. En aquel entonces, era estudiante y sufrió de cerca la violencia política que la condujo a ingresar al movimiento armado. La también exsenadora del Partido Comunes fue la primera mujer en participar en una mesa de negociaciones como vocera. En 2016 cuando se firmó el Acuerdo de Paz, las mujeres de las Farc ya habían ganado más terreno con su participación y muchas guerrilleras realizaban trabajo político y pedagógico con las comunidades. “Cuando fuimos a La Habana, éramos 30, 13 mujeres conmigo y 17 hombres. Eso de por sí fue un récord mundial en participación de la mujer en la firma de un acuerdo de paz…Yo fui la primera mujer que llegó a una mesa de negociación con vocería propia, aun así, no era del Estado Mayor, no era del Secretariado. Esa vaina jerárquica era muy fuerte”, expresó.
La mujer guerrillera desarrolló una lucha feminista al interior de la insurgencia transformando positivamente a una organización político-militar, en un organismo más equitativo y rompiendo paradigmas obsoletos estructurados hacía mucho tiempo.
El actual proceso de reincorporación ha traído nuevos retos a las hoy exguerrilleras. Cuando se estaba en la guerrilla, mujeres y hombres tenían alimentación, vestido y salud asegurados. Hoy reciben una renta básica que debe alcanzarles para garantizar alimentación, salud, y demás necesidades de ellas y sus familias. Las excombatientes han adelantado emprendimientos productivos, pero no son autosostenibles. En seis años de reincorporación, las condiciones de vida de las exguerrilleras, sin duda, han afectado su participación activa en los procesos sociales.
Hoy, las firmantes de paz no cuentan con una vivienda digna, ni un trabajo estable. Muchas son madres que además apoyan la economía de sus familias y sus oportunidades están limitadas al trabajo agrícola o a la atención de billares y tiendas. A pesar de este panorama en la reincorporación, Eliana, Victoria y miles (verificar dato) de exguerrilleras más, combaten a diario en su trasegar como lideresas. De la misma manera que lograron concretar reivindicaciones a favor de los derechos de las mujeres en las filas insurgentes, desde otros escenarios, igualmente riesgosos, hoy continúan impulsando su liderazgo social y comunitario.