Una política sin principios decae en una sociedad sin valores

Una política sin principios decae en una sociedad sin valores

Un análisis ético-filosófico al ejercicio de la política en Colombia

Por: jhon jairo acevedo vélez
febrero 28, 2018
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Una política sin principios decae en una sociedad sin valores

La visión de la política en la actualidad ha decaído dramáticamente, y en el contexto colombiano, hablar de política o de políticos, es hacer referencia a una profesión de descrédito y corrupción. El ejercicio de la práxis política ha quedado relegada al plano proselitista, cuya única finalidad es conseguir votos cada dos años, de acuerdo al calendario electoral, donde los candidatos se preparan para armar empresas electorales cuya única función es buscar adeptos, prosélitos a su causa electoral. Y, ¿en dónde quedó el ejercicio de la Política, la búsqueda del bien común? Al respecto es importante remitirnos a la esencia de las cosas, de las palabras, en este caso de la Política. Desde la antigüedad, para los griegos la política estaba relacionada con la eudemonia: Aristóteles la consideraba como la felicidad, la política como el arte del bien común. Por tanto, definía al hombre como un Zoon politikos, un ser social, que debía estar regido por leyes y normas para alcanzar esta felicidad.

Asimismo, en el mundo antiguo había tres tipos de personajes que tenía la tarea de orientar al pueblo y su función comprendía tres aspectos: profetizar, legislar y aconsejar. La tarea era compleja: anunciar la promesa del reino y denunciar las injusticias que se cometían, ya no en el paraíso sino en la tierra, era la labor del profeta que se registra en el Antiguo Testamento; hacer las leyes para guiar a los hombres era el encargo del legislador Romano, y finalmente, aconsejar el mejor gobierno de la polis, tarea del filósofo Griego, caracterizado por tres elementos: la parresía, la isegoria y la isonomía.

Para los atenienses la política debía estar encarnada por el hombre virtuoso (Areté) surgido en el seno de la polis: ciudadano, (polites) quien sometía sus criterios a la discusión de la comunidad. Este es un elemento histórico fundamental que no se debe soslayar, donde los ciudadanos libres participaban en la elaboración de sus propias leyes discutiendo públicamente sobre temas de política amparados por dos principios reconocidos por todos. De un lado, la libertad para hablar (parresía) y del otro, la igualdad en el uso de la palabra (isegoría). Pero su relación con la ciudad-estado debía corresponder a unos parámetros técnicos y de buen juicio para que fuese aceptada por los oyentes y enmarcada dentro de la oratoria, como el arte del buen decir.

Su esencia radicaba en plantear argumentos racionales a fin de convencerse entre sí con miras a determinar las políticas públicas de la polis. Este ejercicio griego de intervención pública, que se realizaba en el areópago, luego pasa al forum, para los romanos, puede tomarse como el comienzo de ese ejercicio político que hoy conocemos como gobierno democrático, que se realiza en el parlamento, caracterizado por un gobierno basado en razones y no en la fuerza o en el poder despótico.

Ahora bién, ¿quién cumple estas virtudes? Como virtud, los políticos, como profesión, no son dados a decir la verdad, ni dejar expresar al otro y mucho menos, actuar bajo parámetro de igualdad ante la justicia. Ahora decir la verdad (aletheia) es sinónimo de muerte política, pues el ciudadano no ve en este gesto una virtud, sino un defecto. Una realidad histórica ilustra esta situación. En la campaña para presidente en el año 2010, dos candidatos de fuerzas políticas opuesta se enfrentaban en la última vuelta por llegar a la Casa de Nariño. Antanas Mokus, del Partido Verde, encarnaba la ola verde, un movimiento político social; en la otra orilla, Juan Manuel Santos Calderón, del Partido de la U, encarnaba las viejas tradiciones, la política proselitista y clientelista, respondía a viejas castas dominantes.

En ese ejercicio democrático, Antanas Mokus, en una entrevista televisiva se dignó a decir que iba a subir los impuestos, iba a negociar o buscar una salida pacífica al conflicto armado colombiano, que al posesionarse como presidente iba a entablar relaciones diplomáticas con el gobierno de Chávez y además agregó, que él no profesaba ninguna religión y, por el contrario, era ateo. Su espíritu filosófico, lo llevó a promulgar su verdad, a decir y actuar a partir de sus valores éticos como ciudadano virtuoso, a retirar la máscara para ser transparente con el ciudadano; sus verdades fueron desaprobadas y más aún, su profesión agnóstica, terminó de acabar su trayectoria presidencial.

En cambio, el candidato Juan Manuel Santos Calderón, en ese mismo espacio televisivo atinó a controvertir todo lo dicho por su antagonista: no iba a subir los impuestos y lo firmaría sobre mármol, ya llevamos varias reformas tributarias y el IVA en el 19%; no iba a negociar con las FARC e iba a seguir con la política de Seguridad Democrática, liderada por su mentor, Álvaro Uribe Vélez. Luego de recibir la cinta presidencial, comenzó las negociaciones con este grupo insurgente, hasta lograr la paz; rechazaba cualquier acercamiento con el gobierno del dictador Hugo Rafael Chávez Frías, por ser antidemocrático: a las pocas semanas de ser entronizado como presidente emperador, salió a la Quinta de San Pedro Alejandrino en Santa Martha a abrazar a su “nuevo mejor amigo”; además, es un católico profeso y cada año celebra en Te Deum en la Catedral Primada de Bogotá, como antesala a las fiestas patrias. Todo un patriota que encantó a las masas de votantes y se quedó con la Silla de Bolívar. Y lo que prometió ¿sí lo cumplió? No hay virtud en mentir y por tanto, sería catalogado por los griegos un Sofista, que miente con la palabra.

Ahora bien, en la actualidad no encontramos un verdadero ejercicio político que permita pensar en una sociedad mejor, y siguiendo la visión del profeta, nos adentramos a un cataclismo moral; en una sociedad donde delinquir paga y a los políticos corruptos se les premia votando por ellos o sus familiares; los dineros públicos no son sagrados, son parte de un botín de guerra; las campañas políticas superan el salario de cualquier congresista; donde la verdad esta relegada al olvido y sólo funciona la posverdad; donde la justicia opera para los más indefensos y débiles de la sociedad; la imagen de un personaje político es una simple valla publicitaria sin contenido ni profundidad.

En una sociedad, donde el hastío y el desgano hacia la política es el común dominador, donde el abstencionismo es el ganador en cada campaña electoral y las instituciones promulgar una democracia a medias, para seguir fortaleciendo sus aparatos de poder, no podemos esperar otra cosa que una sociedad fracasada y una nación sin sentido.

Son 2.700 candidatos que se van a enfrentar en las urnas el próximo 11 de marzo, y después de un congreso cuestionado y una imagen desfavorable para la mayoría de los ciudadanos de bien, que busca nuevamente reelegirse para seguir con sus andanzas cada vez cuestionadas, ¿no habrá doscientos sesenta y ocho congresistas que nos representen dignamente y con virtudes cívicas y democráticas? Ahí está la salvación de nuestra democracia.

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