Ni aves de rapiña, ni avestruces

Ni aves de rapiña, ni avestruces

El actual fortalecimiento de la ultraderecha no es responsabilidad de la izquierda ni de los gobiernos progresistas, aunque los errores de estos puedan incidir en esta situación

Por: Edwin García Maldonado
noviembre 01, 2018
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Ni aves de rapiña, ni avestruces
Foto: Fabio Rodrigues Pozzebom / Agência Brasil -CC BY 2.0

El camino de los pueblos de América Latina nunca ha sido fácil. En nuestros países desde el mismo siglo XIX hubo dictaduras militares o civiles (algunas disfrazadas de democracia), para garantizar el robo de los recursos naturales y la represión. Ahí están los casos en nuestra historia.

Esas dictaduras fueron instauradas muchas veces a sangre y fuego, otras veces a través de elecciones fraudulentas. No podría atribuirse la responsabilidad de su instauración a los pueblos que resistieron estoicamente, algunos hasta la victoria.

De igual manera, el actual fortalecimiento de la ultraderecha no es responsabilidad de la izquierda ni de los gobiernos progresistas (o antiimperialistas, antineoliberales o revolucionarios), aunque los errores de estos puedan incidir en esta situación. Endilgar a estos gobiernos esta responsabilidad es desconocer la esencia del capitalismo y reducir el análisis al facilismo y la superficialidad.

No obstante, también es cierto que el adversario fascista avanza en la medida que se incrementan nuestros errores. Corregir los propios desaciertos es fundamental, permite analizar y evaluar con más tino la acción del adversario. Aprender implica analizar autocríticamente los fenómenos y las experiencias propias.

Claro está que la izquierda debe reflexionar sobre sus errores. No reconocerlo es carencia de humildad y negar la imperfección de toda obra humana. Aunque no sea suya toda la responsabilidad, pretender que no hay qué mejorar es de suma terquedad.

Entonces, hay dos extremos dañinos en los análisis que se vienen haciendo al respecto del fortalecimiento de la ultraderecha en el continente: uno lo constituye achacar toda la responsabilidad a la izquierda; el otro extremo está en rehuir al reconocimiento de la responsabilidad que quepa a los gobiernos alternativos. No podemos ser aves de rapiña, tampoco avestruces.

Desde luego, tampoco caben los análisis desesperanzadores, menos las actitudes apocalípticas. Ante las circunstancias adversas urge el carácter creativo y propositivo, con la convicción en la posibilidad de alterar el curso de los acontecimientos, con capacidad de recomponernos y una conducta superior.

Sobre uno de los aspectos que más se debe recapacitar es el de la unidad de las fuerzas y expresiones que se oponen a la ultraderecha. Si se sigue fomentando la división y profundizando “diferencias”, el adversario común (fascismo) seguirá avanzando.

En América Latina la unidad de los demócratas se impone como la más urgente necesidad. Esa unidad debe ser oportuna y sólida.

Es un imperativo sumar mucha gente a los proyectos políticos alternativos. Sumar, no restar; ganar aliados, no generar enemigos innecesariamente. Avanzar juntos en las coincidencias, con la única condición de la férrea aplicación de principios éticos: honestidad, transparencia y consecuencia absoluta.

No puede haber transigencias a la hora de observar los principios éticos y morales, en esta materia no hay matices ni pueden tolerarse “licencias”. Ser sumamente cuidadosos y estrictos en su cumplimiento es la única alternativa para significar la consecuencia de una gestión en defensa de los humildes.

Se impone, igualmente, la necesidad de programas de gobierno únicos construidos en unidad y, sobre todo, a través de mecanismos que permitan la participación de la ciudadanía en su elaboración. El carácter que resulte para estos programas, “moderados” o “radicales”, tendrá la legitimidad de una obra democrática. Estos programas deben ser la hoja de ruta hacia el poder.

Su control debe ser promovido en las comunidades, las cuales deben convertirse en garantes del cumplimiento a través de mecanismos eficaces que permitan tal cometido.

En conclusión, dar mucha participación a la ciudadanía es el antídoto para el mal que carcome al continente: participación tanto en la elaboración de los programas como en su control y fiscalización.

Los pueblos superan incluso los errores de sus dirigentes. Brasil y América Latina sabrá aprender y buscar el camino de su felicidad y desarrollo.

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