Las edades del hombre (I)
Opinión

Las edades del hombre (I)

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noviembre 01, 2013
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En estos feriados de los primeros días del penúltimo mes empezamos a sentir que el año se acabó. Además somos exquisitamente sensibles al paso del tiempo. Miren no más las palabras al inicio de esta columna: primeros días, penúltimo mes, empezamos y el año se acabó. La mente humana se dedica frecuentemente a meditar el paso del tiempo aunque a veces quisiera no hacerlo y olvidar esa inclemente realidad que no logra comprender del todo. Para el médico es muy importante ser consciente de la etapa de la vida en que se presenta su paciente. Los diagnósticos y tratamientos varían por supuesto con la edad cronológica pero aún más importante es la comprensión de la enfermedad misma en las distintas edades del hombre y la mujer. Por ejemplo, hay que recordar aquello que creo decía Borges: la muerte es el único monstruo que es más bello de cerca. Es esencial conocer el momento, la edad existencial del paciente, lo que espera de los años y los días. Y a veces solo se espera una buena muerte.

Pero en general tememos al tiempo, nos preocupa, nos crea ansiedad. No sabemos vivir el hoy como tantos sabios nos han recomendado. Nos quejamos siempre de estos tiempos que nos han tocado. Ya San Agustín decía en su Sermón 80: “Te quejas de los tiempos y los tiempos somos nosotros”. Y el salmista rogaba a Dios en el Salmo 90: “Enséñanos a llevar buena cuenta de nuestros días para que adquiramos un corazón sensato”. Entonces se trata esencialmente de adquirir un corazón sensato, una plena madurez humana ante el inexorable paso del tiempo.

Para llevar esa buena cuenta de nuestros días tratamos de predecir cuánto viviremos y en cuantas etapas podemos dividir este tiempo. Todas las culturas lo han intentado tratando de precisar ciertas edades del hombre. La Biblia dice que Dios le dio al hombre setenta años, o tres veintenas y una decena traduce la Biblia inglesa del Rey Jaime. Les recomiendo un artículo del New York Times que se titula “Cómo dividimos nuestros tres veintes y diez” (Octubre 19, 2009). Pasemos revista a las diferentes soluciones a ese problema.

La verdad es que el hombre primitivo no se preocupaba mucho de ello porque vivía solo hasta los 30 o 35 años cuando la vida humana era “solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta” como dice Hobbes. Luego en la Revolución Neolítica se forman ciudades y los restos óseos muestran que se vivía hasta los 50 años más o menos.  Pero en esas antiguas ciudades cuyo crecimiento llamamos civilización empezamos a encontrar evidencias de desigualdad social, desnutrición, frecuentes enfermedades infecciosas, guerras, incendios y destrucción violenta de algunos poblados. En Egipto, por ejemplo, las tumbas de los obreros de las Pirámides son muy distintas a las de sacerdotes, cortesanos y por supuesto a las de los faraones.  Imposible no recordar la frase de Walter Benjamin “No hay monumento de civilización que no sea un monumento de barbarie”. O preguntarse como Neruda en nuestro continente “Piedra en la piedra, el hombre ¿dónde estuvo?”

Pero la vida humana sigue y se prolonga. La sabiduría de los Vedas reconoce cuatro etapas en nuestro vivir: célibe hasta los 25 años, amo de casa entre 25 y 50, peregrino de 50 a 75 y “el que renuncia” después de 75.  Esta última edad también se llamaba la de quien se retira al bosque. Es interesante que la vida óptima era larga pero terminaba en renuncia. El príncipe Siddharta Gautama se rebela a las expectativas de su familia como se narra en el Buddhacarita o Vida del Buda y sale de su palacio una noche (la Gran Salida) dejando atrás mujeres y progenie cuando aún era amo de casa. Actúa así buscando la solución definitiva al sufrimiento humano que ha reconocido en un anciano, un enfermo y un cadáver. Podríamos decir que la herejía del Buda fue emprender su etapa de peregrino y renuncia cuando era aún muy joven.  Pero eso le condujo a la Iluminación y una sabiduría muy importante en la evolución del pensamiento humano por la cual es conocido tradicionalmente como El Médico del Mundo.

El budismo posterior reconoce también cuatro etapas en la vida del hombre pero distintas y quizás más profundas. Estas son en su orden: la de quien entra en el río, la del que se devuelve saliendo una vez del río, la del que no sale ya del río y la del que atraviesa el río. Al salir del río del tiempo y las ilusiones se entra al Nirvana, la Iluminación, el Apagamiento, el Desapego, la Última Muerte. A esta madurez plena se llega entonces tras crisis vitales como en las edades o etapas de desarrollo de la personalidad de Erikson que se prolongan hasta la muerte y comentaremos en próxima columna (continuará).

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