En la primera columna "La tinta y el plomo: padres de la democracia" contamos cómo la imprenta fundó la idea de República, un país que se escribía a sí mismo por los que sabían leer, mientras se luchaba a sangre y fuego por los que no sabían, pero creían en la libertad.
El siglo XX inauguró una nueva revolución la República eléctrica. El vapor, el telégrafo, la fábrica y la radio transformaron la forma en que se ejerce el poder, creando o eliminando derechos, modificando el Derecho mismo y redefiniendo los mecanismos de gobierno.
La Constitución de 1886, generó un Estado fuerte, centralizado y jerárquico, como una locomotora. El presidente era el maquinista, la ley el riel y la ciudadanía la fuerza que mantenía el motor en marcha. La legitimidad ya no provenía solo del voto, sino de la eficiencia técnica: del orden, la disciplina y el progreso. El telégrafo y el ferrocarril fueron instrumentos clave para construir ese Estado-máquina, permitiendo gobernar desde el centro, registrar poblaciones, controlar impuestos y vigilar territorios.
El ciudadano se convirtió en dato y el Derecho, en formulario. La gobernabilidad empezó a depender de la capacidad del Estado para mover información con rapidez, marcando el inicio de una nueva era en la relación entre el poder y la tecnología.
El siglo XX trajo un nuevo tipo de ser humano: el trabajador industrial, el obrero. A su alrededor nacieron derechos que antes no existían: jornada limitada, salario mínimo, sindicalización, descanso y seguridad social.
El Estado tuvo que aprender a regular la energía humana como regulaba la eléctrica. La radio añadió otra dimensión, el poder dejó de ser un texto y se volvió una voz. Surgió el derecho a la información y con él la idea de participación. El ciudadano no solo debía votar: debía escuchar y ser escuchado.
La Constitución de 1936 reconoció la función social de la propiedad y abrió paso a la intervención del Estado en la economía. El Derecho comenzó a girar al ritmo de la electricidad: dejó de ser estático para adaptarse a una sociedad en movimiento y entonces, con Alfonso López Pumarejo, la República eléctrica alcanzó su plenitud.
Su Revolución en Marcha quiso que la justicia y la economía corrieran al mismo ritmo. El presidente fue el motor de un Estado en expansión: promovió leyes laborales, la reforma agraria, la educación técnica y la modernización de la universidad.
El Estado empezó a funcionar como una central eléctrica: generaba energía económica y debía distribuirla como bienestar, López también comprendió que gobernar en la era eléctrica requería comunicar. Su voz en la radio convirtió la política en conversación, no tuvo censuras para poder hablarle al pueblo.
Por primera vez, la democracia tuvo sonido, pero toda corriente genera tensión: el mismo canal que transmitía autoridad podía amplificar la protesta y Jorge Eliécer Gaitán llevó esa tensión al límite.
Su palabra tenía voltaje, transformó el lenguaje jurídico en mensaje social, defendía el derecho a la dignidad en una nación desigual y la idea de que la justicia debía sentirse, no solo proclamarse.
Gaitán hizo del micrófono un arma cívica, su voz conectó barrios y regiones, convirtiendo la radio en ágora pública. Por primera vez, el pueblo sintió que la democracia podía hablarle con su propio acento. El 9 de abril de 1948 rompió ese circuito. Su asesinato fue un apagón nacional: la emoción superó a las instituciones, la comunicación viajó más rápido que la justicia.
El Derecho perdió espacio para pacificar, para mantener la convivencia y la violencia llenó el vacío. Entonces, cinco años después, Gustavo Rojas Pinilla comprendió que el poder moderno ya no se imponía con fusiles, sino con frecuencias. Usó la radio y la televisión naciente para gobernar. Fue el primer mandatario colombiano que convirtió el discurso en política de Estado.
La legalidad cedió ante la imagen. Con él nació el Estado comunicador, donde la autoridad se mide por su capacidad de hablar y mostrarse. La televisión permitió que el pueblo viera el poder, no solo lo oyera. Pero esa visibilidad trajo una nueva forma de control: la ley comenzó a confundirse con el mensaje.
El Derecho se volvió escenografía y la gobernabilidad pasó a depender del relato.
La República eléctrica cambió todo, el modo de gobernar, porque la administración se volvió red, el Derecho, porque se volvió técnica, y los derechos humanos, porque se hicieron sociales, laborales y comunicativos.
La democracia ganó voz, pero perdió pausa, la justicia aprendió a circular, pero se volvió vulnerable a la velocidad.
Cada innovación creó una nueva forma de legitimidad, pero también una nueva dependencia. La democracia ganó voz, pero perdió pausa, la justicia aprendió a circular, pero se volvió vulnerable a la velocidad.
Ese sistema de cables dejó huellas y también riesgos, de esa red nacen las tensiones que abrirán la siguiente etapa: cuando el poder deje de hablar y empiece a mostrarse, y el Estado se vea a sí mismo en la pantalla.
@HombreJurista
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