Al lado izquierdo de la doble calzada, a la altura de Aguachica, en sentido norte sur, se puede observar el averiado vehículo tipo volqueta, en cuya descubierta carrocería lucen los restos de las rampas ennegrecidas, desde las que fueron lanzados por el ELN los explosivos contra la base militar de El Juncal la semana anterior. La consecuencia, según los medios, fue la de 6 soldados muertos y 31 más heridos.
Un monumento a la estupidez, a la maldad disfrazada de heroísmo, a la inconsciencia. Colombia, definitivamente, ya no está para eso, la gente está hastiada de la violencia, de los atentados sin sentido, de la destrucción y los muertos en nombre de ideales que se tornaron en crímenes. La bandera roja y negra de esa organización, que algún día pudo simbolizar algo venturoso, hoy, en cambio, equivale al más aterrador anuncio de sangre y luto.
En una especie de paranoia, el ELN pretende creer que el amplio territorio entre el sur del Cesar y Bolívar es de su domino exclusivo, su zona liberada. Allí suelen organizar bloqueos de la vía cada vez que se les antoja. Resulta frecuente que miles de conductores y ocupantes de vehículos de transporte y de carga se encuentren a cualquier hora de la mañana o la noche en medio de un trancón, sin poder moverse durante horas que pueden ser días con sus noches.
Sin que aparezca ningún tipo de autoridad militar o policial a restablecer el flujo vehicular, quizás por temor a una emboscada o por considerarlo infructuoso. Lo que levanten hoy, puede volver a ser bloqueado mañana. Aún no se encuentra completamente reparada la vía a la altura del puente de Pailitas, que el ELN, en un acto revolucionario trascendental, voló con explosivos unos años atrás. Con lo que sólo consiguió amargar la vida a los viajeros durante muchísimos meses.
Sin cambiar absolutamente nada en el país, salvo empeorar sus precarias realidades. Una medida exacta de sus proclamas altisonantes y sus absurdas consecuencias. Como en su último paro armado. El ELN prohibió transitar cualquier tipo de vehículos por vías públicas en todo el país. No se trata de un pueblo que se levante indignado por alguna causa, sino de una orden perentoria, bajo amenaza de ser volado por los aires. Y lo peor, para protestar contra Donald Trump.
Una verdadera payasada. Entonces, los campesinos del Catatumbo, Arauca, sur de Bolívar y otras regiones no pueden sacar sus productos al mercado, ni los pescadores ir al río en busca de su comida o sustento, ni la gente común hacer un viaje por carretera. Porque el presidente de los Estados Unidos está amenazando los pueblos de Venezuela, Colombia y México con incursiones armadas. A lo que el ELN no halla mejor respuesta que pisotear aún más al pueblo colombiano.
Una desquiciada manera de defender la soberanía y la integridad territorial de la patria.
Una desquiciada manera de defender la soberanía y la integridad territorial de la patria. No puede caber un grado mayor de enajenación en la cabeza de sus dirigentes y tropas. Se trata de fanatismo puro, liberación o muerte, dicen. Algo que sólo puede traducirse por: se hace lo que nosotros digamos o se muere el que se oponga. En esas estamos. Por eso fracasó por completo el diálogo que abrió con ellos Petro, porque de la Mesa no surgía una sociedad post capitalista.
La utopía que se les metió ahora en la cabeza. Algo que ni siquiera en China o Vietnam han logrado construir tras casi ocho décadas de sus triunfos revolucionarios. Pero, algo que ellos creen que puede imponerse como consecuencia de unos diálogos de paz. Imagino que porque están convencidos de que es lo que anhelan más de 50 millones de colombianos. Juran representar los intereses de las mayorías nacionales, las mismas que amenazan de muerte en sus paros.
Su incapacidad para comprender e interpretar adecuadamente el país es asombrosa. Su terquedad en mantener un levantamiento en armas contra el actual gobierno es la mejor prueba. Nunca en la historia de conflictos y guerras civiles en este país, hubo, como en este gobierno, una ocasión más propicia para concertar un acuerdo de paz altamente beneficioso. Imposible hallar otro más abierto a las transformaciones democráticas. La ceguera del ELN resultó asombrosa.
Incluso sospechosa. Me hace recordar la obra Años de Fuga, en la que, comenzando los años 80, Plinio Apuleyo Mendoza concibió una trama novelesca. Tras la revolución cubana, los organismos de inteligencia de los Estados Unidos concluyeron que, inevitablemente, para repetir la experiencia revolucionaria, surgirían guerrillas en todo Latinoamérica. Así que decidieron adelantarse y crearlas ellos mismos, garantizando así su disimulado control sobre ellas.
Al revisar las posiciones históricas y actuales del ELN, tan exactamente ajustadas para servir al discurso de la ultraderecha, de veras surgen serias dudas. De no ser así, ¿cómo entender lo que dice y hace esa vetusta y perniciosa fuerza?
Del mismo autor: El difícil precio de ser consecuente en política
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