La importancia de lo Trivial
Opinión

La importancia de lo Trivial

Por:
noviembre 14, 2014
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Es llover sobre mojado discutir la crisis de la educación superior en nuestros países latinoamericanos. Desde Chile a México cada semestre ocurren marchas y manifestaciones, a veces violentas, de estudiantes y profesores reclamando soluciones. En Colombia nos escandalizamos de “Universidades” que son auténticas empresas comerciales con trucos y operaciones financieras que lindan con la estafa. Además, si observamos con algún cuidado el panorama de las instituciones de educación superior, públicas y privadas, encontramos una desmedida preocupación por alcanzar las calificaciones más altas en los exámenes de estado, entregar diplomas y certificaciones que produzcan empleo a los egresados, entrenamientos en pregrado, posgrado y educación continua para ciertas habilidades que el mercado laboral requiere y poco más. En todo esto se pierde algo sutil, fundamental y “trivial” que llamamos educación.

¿Por qué “trivial”? Porque trivial viene no del juego de mesa Trivia sino de Trívium, o Trivio, algo esencial en las raíces de la educación clásica. En las primeras universidades, durante la Edad Media, se exigía para quienes estudiaban un arte liberal, oficio propio de ciudadanos libres como el derecho o la medicina y otros, que los estudiantes cursaran el trivium: gramática, lógica o dialéctica, y retórica. Toda educación superior se construía sobre ese fundamento. Entonces todo hombre educado sabía lo trivial, lo contenido en esos cursos, y ese es el origen del término. No había educación sin Trivio y ahí radicaba la importancia de lo trivial.

Un libro reciente, texto hermoso y difícil advierto, da una explicación más física y matemática a esta característica de la educación y la realidad misma. En “Las raíces triviales de lo fundamental” (Editorial TusQuets, 2010) el profesor Jorge Wagensberg, físico, dice: “He aquí otra ocasión para insistir en nuestra sospecha: Lo fundamental se asienta en lo trivial” Si un físico habla de “sospecha” se adivina algo leve y sutil que puede perderse fácilmente, lo trivial. Y eso es lo que se nos ha embolatado en nuestras instituciones de educación superior.

Hoy más que nunca es necesario rescatar nuestros oficios, en mi caso la medicina, como artes liberales propios de ciudadanos libres. Nuestros estudiantes pueden pasar por nuestras universidades y convertirse en esclavos del sistema sin apreciar que su profesión es un arte liberal. Para eso haría falta conocer la “gramática”, la “lógica” y la “retórica” de su profesión: haber cursado un Trívium para ella.

Pero no podemos volver el tiempo atrás a aquellas hermosas universidades de la Edad Media (el principal legado de esa época) y hay que proponer un nuevo Trívium para nuestros caóticos y fragmentados días. La gramática clásica podría ser reemplazada por una nueva “gramática” de las ideas fundamentales del oficio. En el caso de las escuelas de medicina podría cursar el estudiante la historia de las ideas médicas al comienzo de su carrera. La lógica o dialéctica del trívium medieval se convertiría en la filosofía de la ciencia o profesión que se estudia, un curso para examinar filosóficamente sus conceptos esenciales. Y la retórica de aquellos días podría cursarse como la literatura o narrativa del oficio que se está estudiando. Todo arte o profesión tiene un lenguaje, una literatura, que debe conocerse y nuestros estudiantes universitarios frecuentemente no saben escribir, hablar, narrar o convencer como les exige la práctica de su oficio.

Esto es una propuesta. Hay diversas universidades con mayor o menor interés en la enseñanza de las humanidades. Y las distintas facultades con sus variados currículos sabrán integrar lo humanístico en sus planes de estudio. Pero para mi profesión que es la medicina como dijo el Dr. King: “I have a dream…” Sueño que se enseñe historia de las ideas médicas (no simplemente historia de la medicina) en los primeros semestres. En los semestres intermedios de la carrera se cursará filosofía de la medicina o, mejor aún, filosofía para la medicina: examen crítico de conceptos como salud, enfermedad, cliente, paciente, enfermo, persona, verdad científica, verdad clínica, verdades sociales, “verdades” éticas, etc. Por último, para quienes escogen énfasis clínico en nuestros currículos flexibles un curso obligatorio de medicina narrativa: aprender a escuchar con “imaginación moral” las historias individuales de los pacientes y aprender a narrar historias explicativas de la “historia natural de la enfermedad” a los pacientes.

Repito, esto es como un sueño, una visión personal de la educación humanística en medicina. Sería como un nuevo Trívium (historia, filosofía y narrativa médicas) para nuestras facultades que en ocasiones exageran lo tecnológico, lo costoso, lo más reciente. Si escuchamos al ciudadano de la calle frecuentemente se pide un médico más humanizado. Este sería quizás un camino para lograr un profesional de la salud que no olvide las fundamentales “trivialidades” humanas de su oficio. Para eso las facultades, y no solo las médicas, deben comprender la inmensa importancia de lo Trivial, que no es “trivial”.

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