A raíz de la reciente decisión tomada por la FIFA, la de no querer afectar la participación de Israel en la eliminatoria para el próximo Mundial de fútbol en el 2026, ante solicitud de algunas ligas europeas, porque sus selecciones nacionales se tenían que enfrentar con ese país, involucrado directamente en un conflicto genocida, deja en claro que la intervención de la política al interior de este deporte de masas y popular.
Es una clara demostración de la descomposición moral que suele manifestarse y encontrarse entre las sociedades humanas, conformadas por castas, clanes, razas, etnias y hasta por grupos delincuenciales y mafiosos, a partir de los intereses corporativos que se han ido apropiando, aprovechando e incluso trasladando hacia la emotividad que provoca una actividad de índole recreativa. La cual se expresa colectivamente en estadios y competiciones a lo ancho y largo del planeta, de la que necesariamente tiene que separarse, o siendo blindada urgentemente, por motivo de semejante perniciosa influencia, modelada y transformada en ultraje ideológico y lucrativo del ocio, pues obligaría a que sus participantes y concursantes tuvieran que tomar partido tras cada jugada o movimiento en contra de los rivales.
A los cuales se tendrían que catalogar de enemigos, al tener que ser caracterizados por sus abusos o inequidades sociales, materializando unas diferencias insoportables e impresentables en los espacios y terrenos competitivos, respecto a las injusticias que se practican y desarrollan alrededor de un mundo, al cual desgraciadamente este modelo de administración organizativa ha ido llevando hacia la separación, o limitando hasta transformarlo en cotos de caza.
Dos casos específicos corresponden a ejemplos de lo que quiero exponer que viene ocurriendo con los deportes en masa, son los asuntos que ocurren con los deportistas israelitas y rusos, debido a los conflictos asumidos por sus gobernantes, en un caso en contra de Palestina y en el otro el de Ucrania, en los cuales a unos se les castiga impidiendo y evitando su participación en competencias mundiales, cual si fueran sus representantes posibles individuos peligrosos, como si fueran a contaminar al resto, como viene sucediendo en las olimpiadas, algo similar en las eliminatorias mundialistas de fútbol. Además, también ocurre con otros deportes, incluso está sucediendo con los torneos del tenis profesional, en los cuales los y las tenistas rusas no pueden identificarse con su país, pareciendo parías o despatriados, mientras que en paralelo a esta específica anómala situación, viene manifestándose un comportamiento diametralmente opuesto, en favor de Israel, país envuelto e involucrado en un conflicto mucho más sanguinario y violento, de dimensiones inhumanas, apocalípticas y de proporciones injustas.
Al estar por culpa de una clase dirigente sádica y despiadada, sus habitantes viéndose inmersos en un genocidio. Sin embargo, las autoridades deportivas mundiales no aplican el mismo rasero, ni los mismos criterios que han venido pontificando y practicando con el veto hacia los deportistas rusos, desaplicando los mismos parámetros contra los israelitas, dejando en evidencia unas diferencias procedimentales parcializadas, absurdas y preferenciales, permitiendo reflejar las claras influencias que poseen los intereses corporativos y financieros de origen privado judío y sionista.
Por lo general con orientación económica, extractivista y colonialista en ciertas regiones ocupadas por comunidades distintas, permitiendo resaltar a la vista de las demás observables influencias políticas e ideológicas en unas actividades que entre esos niveles de participación deportiva se tienen que evitar, eliminar y excluir, porque desvirtúan las competiciones deportivas mundiales.
Ya que sí seguimos llevando este mismo camino hasta los deportistas estadunidenses, ingleses, franceses, australianos y otros más del bloque occidental se tendrían a futuro que vetar, por sus gobiernos participar en guerras, conflictos y conflagraciones, cuestiones que se suponían estar ajenas de esos manejos, desde qué un dirigente francés, el aristocrático barón de Cuobertín, formuló poner en práctica entre las competiciones deportivas la pedagogía de la libertad de participación en general, sin importar las diferencias éticas ni conflictos territoriales, pues proponía que el deporte y sus practicantes fueran un instrumento para promocionar el pacifismo global, al mismo tiempo que ayudara a la formación del carácter personal, asuntos que vienen perdiendo estas orientaciones, para desgracia de toda la humanidad.
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