Lo del bloqueo no es novedad. Es una política que viene cumpliéndose desde el nacimiento mismo de la Revolución Bolivariana, solo que ahora está acompañada de la incautación de buques petroleros, con todo y su carga de combustibles, y de bombardeos a pequeñas embarcaciones. No importa que no haya pruebas de que pertenezcan al narcotráfico, ni que en tales acciones pierdan la vida decenas y decenas de humildes ocupantes, de quienes hay que presumir su inocencia.
Además del supremacismo extremo que se deduce de estas amenazas y del grave extravío mental por el que demuestra estar pasando quien las profiere, con ellas se corrobora que el interés real de Washington no es el de restablecer ningún sistema democrático en Venezuela. Tampoco el de someter el narcotráfico al poder de su aparato judicial o militar, ni mucho menos el de poner a salvo a Estados Unidos de esa “amenaza inusual y extraordinaria”, “riesgo geopolítico y hemisférico” u “organización terrorista extranjera” en que supuestamente se ha convertido nuestro vecino para Estados Unidos.
Lo que hay en realidad es el interés en defenestrar a Nicolás Maduro, un mandatario contra el que los últimos gobiernos norteamericanos y la derecha criolla llevan 12 infructuosos años intentando sacarlo del poder, igual de infructuosos que los 14 años que emplearon contra Chávez. Todo para instaurar un gobierno que, antes que defender la soberanía del país, permita a Estados Unidos enseñorearse de sus inmensas riquezas, como lo hacía hasta que el comandante llegó.
Este último pronunciamiento de Trump coincidió con el show mediático en que se convirtió la entrega del Nobel de Paz a María Corina Machado, una mujer que ha sido elevada al pódium de las más grandes heroínas de los tiempos modernos, y todo por el sinnúmero de aventuras que tuvo que correr para poder reclamar su premio.
Tal show sirvió para ablandar las resistencias que suelen presentarse cuando un país es agredido, como lo está Venezuela, y para que Trump, aliviado por anticipado de los remordimientos que le pudieran sobrevenir, continuara impávido en su aborrecible agresión, cada vez más intensa.
Ante lo anterior, no podían faltar las voces de solidaridad de Rusia, China, Irán, India y Colombia, entre otros países.
Estupor mundial produjo Trump con su anuncio de realizar un “bloqueo total y completo” a las embarcaciones petroleras que entren o salgan de Venezuela y de exigir a este país que le devuelva el petróleo, las tierras y demás activos “robados” a Estados Unidos.
Lo del bloqueo no es novedad. Es una política que viene cumpliéndose desde el nacimiento mismo de la Revolución Bolivariana, solo que ahora está acompañada de la incautación de buques petroleros, con todo y su carga de combustibles, y de bombardeos a pequeñas embarcaciones. No importa que no haya pruebas de que pertenezcan al narcotráfico, ni que en tales acciones pierdan la vida decenas y decenas de humildes ocupantes, de quienes hay que presumir su inocencia.
Además del supremacismo extremo que se deduce de estas amenazas y del grave extravío mental por el que demuestra estar pasando quien las profiere, con ellas se corrobora que el interés real de Washington no es el de restablecer ningún sistema democrático en Venezuela. Tampoco el de someter el narcotráfico al poder de su aparato judicial o militar, ni mucho menos el de poner a salvo a Estados Unidos de esa “amenaza inusual y extraordinaria”, “riesgo geopolítico y hemisférico” u “organización terrorista extranjera” en que supuestamente se ha convertido nuestro vecino para Estados Unidos.
Lo que hay en realidad es el interés en defenestrar a Nicolás Maduro, un mandatario contra el que los últimos gobiernos norteamericanos y la derecha criolla llevan 12 infructuosos años intentando sacarlo del poder, igual de infructuosos que los 14 años que emplearon contra Chávez. Todo para instaurar un gobierno que, antes que defender la soberanía del país, permita a Estados Unidos enseñorearse de sus inmensas riquezas, como lo hacía hasta que el comandante llegó.
Este último pronunciamiento de Trump coincidió con el show mediático en que se convirtió la entrega del Nobel de Paz a María Corina Machado, una mujer que ha sido elevada al pódium de las más grandes heroínas de los tiempos modernos, y todo por el sinnúmero de aventuras que tuvo que correr para poder reclamar su premio.
Tal show sirvió para ablandar las resistencias que suelen presentarse cuando un país es agredido, como lo está Venezuela, y para que Trump, aliviado por anticipado de los remordimientos que le pudieran sobrevenir, continuara impávido en su aborrecible agresión, cada vez más intensa.
Ante lo anterior, no podían faltar las voces de solidaridad de Rusia, China, Irán, India y Colombia, entre otros países.
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