El gozo de la vida
Opinión

El gozo de la vida

Por:
octubre 12, 2014
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Por paradójico que parezca, con frecuencia a las personas nos cuesta gozar de la vida. La culpabilidad sobre el placer ha impregnado la vida occidental desde hace siglos, tanto así que por gozar de la vida se nos ponen hasta penitencias, ¡qué barbaridad!

La Real Academia Española otorga estas tres acepciones a la palabra placer: 1.- Goce, disfrute espiritual;  2.- Satisfacción, sensación agradable producida por la realización o suscepción de algo que gusta o complace. 3.- Voluntad, consentimiento, beneplácito.

La primera, el goce espiritual es tal vez el único no culpabilizado, pero si cuestionado por quienes no creen en dicha faceta del universo, por no decir solo del ser humano. El goce espiritual es tan íntimo, tan personal —bueno, como todos los goces—, que no puede ser transferido, enseñado o dado como regalo. Muchas veces, diría siempre, ni siquiera transmitido adecuadamente con palabras. Aquel día que conduciendo por la circunvalar en Bogotá se iluminó la ciudad con un brillo fuera de lo común, y la sensación de paz fue profunda, mística, es inenarrable. El goce espiritual sucede y aparece como el fuego fatuo, "le huyes y te persigue, lo llamas y echa a correr".

Sigue el goce mundano, (como si mundano y espiritual fueran separados, pero en nuestra pequeña mente así es) la satisfacción y sensación agradable por algo que gusta y complace. Este es el culpable de tanto látigo y hablo no solo del físico, sino del mental y emocional. El látigo que nos damos cuando tenemos una bella pareja y entramos en celos; cuando abusamos de la comida y del licor enfermando al día siguiente, sin darnos cuenta que esto es un castigo por la culpa de gozar el alimento y el traguito; el VIH, el herpes, la sífilis por el disfrute de lo más natural entre lo natural, el sexo. Cada cual puede rememorar sus propios placeres y la culpa anexa a ellos. Algo de sadomasoquismo nos permea.

Tal vez la mayor culpa la produce el buen ocio. La supuesta inactividad de contemplar la naturaleza, de recrearse tirados en un sillón con las remembranzas y los sentimientos vividos a flor de piel. Y tantos otros ocios, son motivo de reproche por la gente a nuestro derredor. Aún la lentitud para hacer algo es visto como culpa, de robarle tiempo a la vida.

Voluntad, consentimiento, beneplácito, es la tercera acepción que propone la RAE, la que nos habla de la voluntad para proporcionar placer a los demás, del beneplácito de servir con el placer, de gozar yo mismo cuando veo al otro alegre por mis actos. Aquí la culpa parece no entrar, cuando muchas veces está presente en subterfugio dado que nos dedicamos a entregar placer, sin saber recibirlo o dárnoslo en forma directa, sin pagar diezmo al resto de la humanidad.

Llega una etapa de la vida donde la culpa se va extinguiendo, donde el goce se hace no solo cotidiano sino continuo, donde todo lo que se vive se goza, incluso la tristeza. La partida de alguien es motivo de gozo porque es el corazón el que goza y no la mente, y el corazón sabe más que la mente, abarca un panorama mayor, por tanto es sabio. Sabiduría es el gozo último, último como la muerte que nos conduce al gozo perpetuo.

Carlos Toro
[email protected]
www.medicointerior.com

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