Para quienes crecimos con una formación filosófica e histórica alternativa, brillaron siempre, como faros que iluminaban nuestro pensamiento, dos declaraciones que, por sencillas, no dejaban de resultarnos sagradas. Siempre apelábamos a ellas cuando se trataba de definir criterios y fijar posiciones, hasta el punto de que podían parecer lugar común, sin que por ello se restara alguna profundidad a su sabio contenido.
La primera de ellas se debía a Bertolt Brecht, el poeta y dramaturgo alemán, perseguido primero por los nazis en su país y luego por el temible Comité de Actividades Antinorteamericanas en los Estados Unidos, país del que también tuvo que huir precipitadamente. La breve pieza literaria exalta la solidaridad, al tiempo que lanza una crítica mordaz al conformismo y a la indiferencia ante la situación y el sufrimiento ajenos.
“Primero se llevaron a los comunistas, pero a mí no me importó porque yo no lo era; enseguida se llevaron a unos obreros, pero a mí no me importo porque yo tampoco lo era; después detuvieron a los sindicalistas, pero a mí no me importó porque yo no soy sindicalista; luego apresaron a unos curas, pero como yo no soy religioso, tampoco me importó; ahora me llevan a mí, pero ya es demasiado tarde”.
La otra, se desprendía de una frase incluida en una carta del libertador Simón Bolívar, dirigida al coronel Patricio Campbell y redactada en Guayaquil el 5 de agosto de 1829: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad”. Quizás Bolívar tan solo meditaba en la famosa frase de John Quincy Adams, por entonces presidente de ese país: “Los Estados Unidos no tienen amigos, sólo intereses”.
Medito en esto a raíz de los acontecimientos que, bien sea en el Medio Oriente o en nuestro vecindario, se acumulan precipitadamente, acompañados de una gigantesca ofensiva mediática que busca justificarlos a los ojos de todos. No creo que se trate de antinorteamericanismo, aunque en los tiempos que corren cualquier palabra o pensamiento expuestos pueden hacernos acreedores a tal juicio y marcarnos con el estigma.
Si reparamos en su geografía o logros en materia económica y científica, sin duda alguna que los Estados Unidos pueden ser considerados como una gran nación. Su historia de migrantes de todo el orbe que consiguieron afincarse y prosperar resulta llamativa y respetable, aunque lograra persistir el mito de los padres fundadores, para quienes América era una especie de tierra prometida que les pertenecía toda por decisión divina.
Lo anterior no impide una mirada crítica a sus ejecuciones en el campo político, militar o de negocios. Y nada más cercano para ello que examinar lo que acontece hoy con Palestina y Venezuela, donde saltan a la vista las enormes contradicciones entre el discurso democrático y las acciones tiránicas. Resulta obligatorio asumir que en ambos asuntos la conducta es igual, cualquiera que sea el partido gobernante en los Estados Unidos.
Joe Biden se reconocía sionista, del mismo modo que Trump asume como propio el discurso del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu. Cualquiera que sea el partido siempre suministrará el dinero y el armamento con el que el sionismo practica la salvaje opresión contra el pueblo palestino. Ni siquiera se respeta el cese al fuego pactado con intermediación de varios países. Los crímenes de Israel siguen al orden del día sin una condena en Washington.
Carece de argumentos sostener que Estados Unidos tienn autoridad para fijar quién gobierna un país
Lo de Venezuela tampoco tiene perdón. Carece de argumentos sostener que los Estados Unidos tienen autoridad para fijar quién gobierna un país. Ninguna norma internacional ni moral les permite bloquear, sancionar, agredir y derrocar a quien les parezca. Tampoco pretextar para ello la invención que se les ocurra. Cada pueblo, en cada país, puede y debe definir por sí mismo su futuro, el afán de otros por sus recursos no puede ser nunca la regla.
Es el sentido de las declaraciones a las que me referí al comienzo. Hay cosas con las que una persona que se precie a sí misma de serlo, no puede estar de acuerdo. Y debe manifestarlo. Creer que las cosas sólo le pasarán a los demás, y que si miramos hacia otro lado lograremos estar salvos, es un error que se pagará muy caro. En cualquier momento vendrán por nosotros. Y será seguramente muy tarde para alegar inocencia.
Israel continúa bombardeando, asesinando civiles, mujeres y niños. Aparte de que estos soportan las calamidades invernales que se suman a la destrucción previa y la hambruna impuestas deliberadamente. A Nicolás Maduro le exigen su renuncia, que se vaya y que entregue su país y su pueblo a los buitres. O que los exponga a la brutalidad de la violencia impune. Ninguna de estas cosas puede ser aceptada por la conciencia de los pueblos.
El mundo tiene que ser diferente, la arbitrariedad debe terminarse. O estaremos irremediablemente perdidos.
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