Adolfo Mejía o el poeta que no conocemos (1)
Opinión

Adolfo Mejía o el poeta que no conocemos (1)

Noticias de la otra orilla

Por:
marzo 24, 2018
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Gracias a las redes sociales me he cruzado por ahí con un par de textos firmados por el maestro Adolfo Mejía, que ha hecho circular su hijo el trombonista Manolo Mejía, a quien no tengo el honor de conocer, pese a la cercanía espiritual que he tenido con la memoria familiar, con su música, claro, y también con su faceta de poeta. Pero estos dos breves ensayos hablan de la historia del arte a través de temas como el cristianismo en la música y la historia de la música española.

Esa nueva faceta que no conocía, la del Mejía ensayista, me ayudó a reactualizar mi fascinante encuentro con Mejía el poeta, que es del que voy a hablar.

Lo primero que debo decir aquí es que la obra poética del maestro Adolfo Mejía Navarro que hemos tenido como referencia para abordar esa dimensión de su trabajo creativo es un puñado de poemas, no más de diez piezas, para ser exactos, que conocí desde siempre en los archivos personales de mi padre, Femando Iriarte Navarro, incluidos dos textos fragmentarios que recoge el investigador y biógrafo del maestro, el amigo Enrique Muñoz, en su trabajo Adolfo Mejía, La Musicalia de Cartagena.

Pero antes debo decir también que lo que hace poeta a Mejía no son esos poemas prácticamente desconocidos, o desestimados en su valor real, faltos aún de una consideración razonada en el contexto del canon de nuestra poesía, sino su condición existencial misma, su historia personal e intelectual, el espíritu que animaba su cultura, su deseo de saber, su esencia de creador, que lo inscribe sin dudas en una categoría fundamentalmente de poeta posromántico, perfectamente previsible por demás como era de esperarse que sucediera con un hombre de su sensibilidad en cualesquiera de nuestros países latinoamericanos de ese momento, luego de que, como Mejía, con la información y la lectura, pudiera experimentar la vida y la cultura de otros pueblos en sus viajes.

 

Mejía es poeta desde lo profundo,
es un ser que sabe que sólo a través de la creación y del conocimiento
se logra el ascenso del espíritu

 

Mejía es poeta no porque haga versos de ocasión para divertir a los amigos en tertulias y parrandas, o porque sea letrista avezado de nuestro cancionero popular y fuera por ello festejado como tal. No, Mejía es poeta desde lo profundo, es un ser que sabe que sólo a través de la creación y del conocimiento se logra el ascenso del espíritu, y es muy probable que esa otra dimensión no fuera exactamente estimada cabalmente en la Cartagena de sus contemporáneos, pero es sin duda la que lo hace una figura de espíritu renacentista como de alguna forma lo había sido también su padre, el viejo Adolfo Mejía Valverde: orfebre exquisito, relojero, músico, artesano y saltimbanqui en su juventud. Mejía, el hijo, era fundamentalmente un self made man que leía y estudiaba de forma consagrada, escribía, dibujaba, pintaba, componía, interpretaba, enseñaba y vivía de una manera en la que latía una sensible actitud vital que se contraponía a muchas de las cosas intrascendentes de la sociedad de su momento, de las que sin duda disfrutaba también, y las cuales asumía con cierto soslayo irónico y humorístico.

 

Monumento  a Adolfo Mejía, Cartagena

Era poeta, además, porque pudo construir un universo simbólico de significación nacional y latinoamericana a través de la música, y porque aún desde esa breve colección de versos tiene méritos para terminar haciéndose visible en el contexto de nuestra poesía, en virtud de una visión trascendentalista excepcional que no tiene entre nosotros ningún otro creador referenciable, y que sólo veremos de manera reconocible y distinta, y desarrollada en profundidad y extensión más hacia lo religioso y lo místico, en un hombre como su amigo Gustavo Ibarra Merlano y en sólo algunas cosas de otro tono y construcción, tal vez, del maestro León De Greiff.

Pero fue precisamente el maestro Ibarra Merlano quien en alguna ocasión poco antes de morir me hiciera un entrañable retrato de Mejía cuando me dijo que era un hombre definitivamente arcangélico (fue la palabra que usó), de asombrosa calidad humana y de una sensibilidad extraordinaria, poseedor de un espíritu fino y atento, tanto a los detalles más aparentemente nimios de nuestra cultura popular en torno de la cual siempre hacía anotaciones musicales o gráficas de sus aires, sus ritmos, costumbres y vestuarios en pequeños cuadernos u hojas sueltas, y con el mismo interés y agudeza hablaba y se interesaba en temas de la alta cultura: los griegos, los grandes compositores y artistas, profundos asuntos de estética o su interés asombroso por las lenguas extranjeras. Y agregó: yo mismo fui su profesor de griego clásico, clases que me solicitó especialmente y de las que fue aplicadísimo estudiante. Pareciera, dijo, que a través de las lenguas pudiera realizar un poderoso espíritu aventurero que lo trabajó por dentro desde siempre y que lo animaba a viajar el mundo subido a un barco. Como en efecto pudo finalmente realizar y que probablemente hubiera querido seguir haciendo.

 

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