En política, pocos errores resultan tan costosos como confundir el respaldo con la propiedad, la influencia con la soberbia y el liderazgo con el ego. Durante más de una década, Alejandro Carlos Chacón -quien actualmente es Senador de la República por el Norte de Santander- fue uno de los hombres fuertes del Partido Liberal en Norte de Santander. Sin embargo, el poder que alguna vez acumuló comienza a desvanecerse, víctima de sus propias decisiones y de una desconexión profunda con las bases que alguna vez lo acompañaron.
Por más de doce años, César Gaviria le brindó apoyo, confianza y protagonismo político. Ese respaldo fue el motor que impulsó a Chacón a posiciones de poder nacional, pero también el escenario donde se evidenció su mayor debilidad: la deslealtad política y la falta de gratitud. La ruptura con Gaviria no fue producto del azar, sino de una cadena de gestos de insubordinación, arrogancia y oportunismo. Chacón pretendió igualarse a su mentor, ignorando que el liderazgo verdadero no se hereda ni se impone: se cultiva con respeto, coherencia y resultados.
Lo que ocurre hoy dentro del liberalismo nortesantandereano no es más que la consecuencia natural de ese desgaste. La historia se repite, como cuando los hermanos Cristo rompieron con el expresidente Gaviria: la ambición personal terminó fracturando al partido. Pero en este caso, la diferencia radica en que la figura de Chacón ya no genera ni temor ni respeto, sino indiferencia. Durante años, su discurso político se redujo a promesas vacías. Habló de eliminar el IVA, de impulsar políticas de seguridad, de representar al pueblo, pero la realidad fue otra: una gestión más concentrada en la autopromoción que en la transformación. Su estilo —impositivo, vertical y distante— terminó por aislarlo incluso dentro de su propio círculo político.
El punto de quiebre se evidenció este fin de semana, tras conocerse los resultados de una encuesta realizada por el periodista Fredy Parada, un comunicador ampliamente reconocido en la región por su trayectoria y credibilidad. Los datos no dejaron dudas: Ariel Rodríguez lidera la preferencia con más del 60% de apoyo, mientras el sector de Chacón se debilita progresivamente.
La diferencia no es solo numérica, sino estructural: Rodríguez encarna la renovación, la política del respeto, la que escucha, la que se construye desde las bases sociales y no desde la arrogancia del poder. En contraste, Chacón parece seguir creyendo que el liberalismo es un patrimonio personal, un escenario donde todo se mueve a su voluntad. Pero los tiempos cambiaron, y los liderazgos autoritarios que desconocen la importancia del trabajo en equipo están condenados a desaparecer.
El liberalismo regional exige un nuevo aire. En esa línea, la figura de Carime Rodríguez también emerge como símbolo de coherencia, lealtad y persistencia: valores escasos en una política donde muchos se acostumbraron a cambiar de lealtades según la coyuntura. Alejandro Carlos Chacón tuvo todo: poder, respaldo y visibilidad.
Pero desperdició su capital político en gestos de soberbia, en divisiones innecesarias y en la incapacidad de construir un legado real. Hoy su figura encarna lo que el liberalismo no quiere volver a ser: una política de élites, de promesas incumplidas y de liderazgos personales sin visión social.
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