Fotografía y memoria para la historia
Opinión

Fotografía y memoria para la historia

Por:
julio 29, 2013
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La sonda espacial Cassini, nos fotografió el pasado 19 de julio, sin reparar en La Habana ni en los campos o ciudades colombianas, a unos mil millones de kilómetros de distancia, lejos del ruido de los humanos, de sus desacuerdos y del reflejo del Sol escondido detrás de Saturno, registrando la realidad de lo que somos... un planeta vivo y pequeño que no aprende a vivir en paz.

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La flechita que señala el pálido punto azul, es la Tierra en que vivimos, dentro de la inmensidad del Universo creado por Dios.

Desde que se tiene memoria, el ser humano se ensaña con su prójimo; no aprende a repartir las riquezas del planeta; las destruye y a diario se disputa con otros, para adquirir más poder dentro de la lógica de su racionalidad codiciosa.

La Tierra alberga a más de siete mil millones de almas y en Colombia habitan cerca de cuarenta y siete millones de esas almas. Durante los últimos cincuenta años nos hemos involucrado en 240 conflictos internos y en 22 guerras. Las causas de los conflictos en esencia son las mismas en todas partes; nacen cuando individuos o grupos humanos tienen intereses contrapuestos y entran en confrontación para herir o eliminar directamente a su adversario, a pesar que hay espacio y comida suficiente para todos.

Quizás, cuando los humanos tengan la oportunidad de ir a donde la cámara tomó la fotografía de la Tierra cerca de los anillos del planeta que descubrió Galileo en 1610, se darán cuenta, maravillados por el silencio, que se perdió mucho tiempo con las guerras, enfrentamientos y conflictos.

En este planeta observado desde Saturno, las Naciones Unidas calculan que de los siete mil millones de habitantes, más de mil millones de seres viven con menos de un dólar por día; 2.800 millones de personas, viven con menos de 2 dólares por día; 448 millones de niños sufren de bajo peso; 876 millones de adultos son analfabetos, de estos dos terceras partes son mujeres; cada día 30.000 niños menores de cinco años mueren de enfermedades que podrían haber sido evitadas; más de mil millones de personas no tienen acceso al agua potable y el “20% de la población mundial posee el 90% de las riquezas”. En cualquier esquina de Colombia se encuentra el mismo panorama.

Mientras la Nasa señala que somos pequeños en lo infinito, acá insistimos en graduarnos como guerreristas y eso lo ratifica el Centro Nacional de Memoria Histórica, al publicar en su reciente informe, que la guerra en Colombia ha tocado fondo. Entre 1958 y el 2012, han muerto al menos 220.000 colombianos y ocho de cada diez, eran civiles.

La juiciosa investigación leyó a cada actor del conflicto y servirá para educar para la paz en escuelas, colegios y universidades; recomienda que el Estado debe salir a reconocer sus errores, porque hizo la guerra sin combatir las causas; en el tema agrario, no resolvió nunca el problema; algunos sectores legislaron a favor de intereses muy específicos, pero reconoce que hoy se construye una nueva institucionalidad y que hay razones para la esperanza.

Señala memoria histórica, que los paramilitares fueron los actores que más daño hicieron al país por su violencia y sevicia sin límites; que el peor error de las guerrillas fue que en nombre de la justicia social cometieron crímenes horrorosos; instrumentalizaron a la población civil que pedía cambios, pero no con armas, las guerrillas se creyeron los representantes de la población y fueron inmorales frente a la gente de los campos y ciudades. Algunos sectores de las Fuerzas Armadas, por la exacerbación del conflicto, manifiesta el informe, cometieron su peor error al aliarse con grupos ilegales y en ocasiones no distinguieron entre civiles y combatientes, estigmatizando a los civiles desarmados en los territorios en conflicto; también le registra pecados a sectores de la Justicia colombiana, porque como establecimiento se dejó instrumentalizar por poderes ilegales.

Con estas verdades, lo colombianos debemos ceder ante la guerra y no enfrascarnos en más conflictos, donde las diferencias políticas no son vistas como escenarios de discusión, sino como verdaderos campos de batalla.

Por eso es mejor enfrentar los conflictos, profundizando la democracia y combatiendo las causas de esa conflictividad, adquiriendo capacidades para resolver los interrogantes: ¿Cómo hacer para que el Estado en las regiones deje de ser utopía? ¿Qué hacer para que la historia no se repita? Llegó el momento de usar la lógica racional para que esta amarga y reciente historia no se repita, cambiando las fórmulas: dedicar todos los esfuerzos exclusivamente en lo principal: el desarrollo humano, y dejar poco o casi nada para enfrentar lo secundario: ¡la guerra!

Las lecciones aprendidas, dejan una fotografía y mucha memoria para construir una nueva historia, lejos de las cavernas de la guerra.

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