La feria apenas abría sus puertas, en un tiempo poco frío, y ya soplaban los vientos del escándalo, inconformismos y del asombro. La palabra brujería bastó para encender las alarmas de la polémica y las pasiones: algunos la defendieron como una expresión cultural; otros la condenaron sin siquiera intentar comprenderla.
Pero la historia enseña que este miedo no es nuevo, porque entre los siglos XV y XVIII, Europa se consumió en la llamada caza de brujas. Más de sesenta mil personas, en su mayoría mujeres, fueron juzgadas, torturadas y quemadas, en variedad de hoguera, acusadas de hechicería.
El temor al demonio y el poder de la superstición se mezclaron con la ignorancia, la política, la represión, y la persecución. En verdad, muchas de esas supuestas brujas eran mujeres sabias, parteras, curanderas o pensadoras libres, perseguidas por atreverse a saber y a sanar.
Ya en tiempos de Jesús de Nazaret, se hablaba de pitonisas y adivinos, personas con dones, de intuición o de contacto espiritual. La Biblia menciona, por ejemplo, a la pitonisa de Endor, consultada por el rey Saúl, como símbolo de esa búsqueda humana por conocer lo oculto.
Aunque la enseñanza cristiana invita a no depender de tales prácticas, su presencia en los relatos sagrados nos recuerda que el misterio y la fe han coexistido desde los orígenes, el ser humano siempre ha intentado dialogar con lo invisible, buscando respuestas en lo divino, en lo natural o en lo desconocido.
Y en mente abierta, con ideas intelectuales enriquecidas de sabiduría, no se debe oscurecer al ser humano con temores minúsculo, debido a que, el conocimiento, cuando se une a la razón y a la comprensión, disipa el miedo.
El poeta Mario Benedetti escribió alguna vez: “El miedo es una forma de fe equivocada.” Y cuánta razón tenía: el temor puede cegar más que la oscuridad misma. Muchos autores y pensadores han abordado la figura de la bruja desde el arte, la literatura y la filosofía, entre ellos se citan a:
William Shakespeare, en Macbeth, dijo: “Las brujas son el eco de los deseos más oscuros del hombre.” Goethe, en Fausto, advirtió: “El hombre siempre busca más de lo que debe saber.” Y Paulo Coelho, en Brida, ofreció una visión más luminosa: “Una bruja es una mujer que aprendió a escuchar su alma.”
Palabras que nos recuerdan que lo que muchos llaman brujas o brujería, no siempre es oscuridad, sino búsqueda de sabiduría interior. Por eso, antes de condenar, conviene mirar con mente amplia,
como decía Sor Juana Inés de la Cruz, una mujer que también fue señalada en su tiempo, como una bruja;
“Yo no estudio para saber más, sino para ignorar menos.” Ella, como tantas otras, fue una bruja de la inteligencia, de la palabra y del pensamiento libre.
Con el paso del tiempo, el concepto de bruja se transformó: hoy se distingue entre la brujería negra, asociada al daño, la manipulación y el egoísmo; y la brujería blanca, que busca la armonía, la protección y la conexión espiritual con la naturaleza. Detrás de esa palabra temida, se esconden saberes antiguos: el lenguaje de las plantas, las energías del universo, la medicina natural y la fuerza del alma humana.
Y en esta época moderna, donde el intelecto humano ha evolucionado, sería impensable volver a las hogueras de la intolerancia, porque los seres humanos, con su posible intelecto más desarrollado,
se abstendrían de atacar o juzgar a los expositores o convocados de eventos culturales, por COMFAMA, como lo hicieron en su tiempo los autores de la caza y quema de brujas, de esas anteriores épocas de siglos. La historia, si se repite, solo debe hacerlo como lección, no como condena de incineración.
Por eso, una feria como la de COMFAMA no invoca demonios, sino memoria, es un espacio donde confluyen mitos, historia y espiritualidad; un intento de reconciliar lo que el miedo separó: ciencia y creencia, fe y cultura, razón y misterio.
Y, sin embargo, en estos tiempos, presentes, tal vez las brujas más peligrosas no son las que agitan calderos, queman sahumerios o prenden velas en los rincones, sino las que, sin serlo, practican la brujería de la lengua, esa que hiere y quema con palabras, destruye reputaciones y apaga la paz ajena;
esa sí es la magia más dañina: la del ego, la envidia y el juicio.
Porque, si hablamos de brujas verdaderas, en caso de existir, ellas no necesitan regar publicidad, ni convocar a ferias, eventos o exposiciones, porque con su propio instinto y malicia, atraen o llegan las personas que buscan su saber.
Y mientras algunos feligreses todavía preguntan a los sacerdotes: “Padre, ¿de verdad existen las brujas?”, la mayoría en forma prudente, responde con sabiduría antigua: “Hijo mío, no hay que creer en brujas… pero que las hay, las hay.”
Quizás hoy, las verdaderas brujas no son las que agitan calderos, sino quienes destruyen hogares conformados con engaños o prejuicios. ¿Quiénes serán más brujas: las que destruyen familias,
o las que destruyen reputaciones y la paz de los demás con palabras, prejuicios y juicios?
Esta crónica es un análisis cultural e histórico sobre la Feria de Brujería organizada por COMFAMA en Medellín, Antioquia, Colombia, no promueve prácticas de brujería, ni pretende ofender creencias religiosas; su propósito, es reflexionar sobre la historia, la memoria ancestral y la simbología de la brujería en la cultura popular, desde una mirada humanista, literaria y respetuosa. Concluyó el autor.
En tiempos donde el miedo aún intenta disfrazar la moral o la doble moral de fe, la feria en Medellín, despierta viejas sombras y nuevas preguntas:
¿Quiénes son hoy las verdaderas brujas: las que prenden velas o las que apagan almas con sus palabras?
También le puede interesar:
Anuncios.
Anuncios.


