Colombia es un país caótico, no solo por la descomposición que ha permeado a algunas capas de la sociedad, convertidas en caldo de cultivo para una violencia que se ha vuelto consuetudinaria y se percibe como “algo normal”, sino porque además el modelo neoliberal terminó por echar atrás los escasos avances del aparato productivo, empobreciendo a la inmensa mayoría de la población, en favor de unos potentados que cada vez concentran más la riqueza.
Por eso se está pasando de un país solidario y bondadoso a aplicar la ley de la selva: La ley del más fuerte, o sea, “sálvese quien pueda”, que es el sinónimo del rebusque al cual están precisados sus habitantes.
El dogma neoliberal está llevando a la sociedad a perder los principios, los valores y hasta los códigos de ética.
Una gran mayoría de la sociedad colombiana ha tomado conciencia del estruendoso fracaso de esas políticas neoliberales: sin lugar a equívocos se puede afirmar que el aparato productivo nacional ha sido arrasado para sustituir sus mercaderías por importaciones masivas, con lo cual se generó un ejército de desempleados que acuden a las filas de “los emprendedores”, que no son otra cosa que pequeños negocios que terminan liquidados; a este modelo se debe el alto desempleo y el empleo informal que sucumbe en la competencia entre ellos.
La consecuencia de esta estructuración del país son las altas cifras de colombianos en la miseria y la pobreza –42,5 %, reveló el DANE–, entre los cuales 7,5 millones padecen hambre, sin contar los 1,6 millones de inmigrantes.
Los empresarios nacionales también se han dado cuenta de que el problema es de modelo económico, el cual juega en contra de sus intereses y el de la nación, lo que conllevó a que algunos piensen en enderezar el camino.
La solución a esta encrucijada nacional no puede estar en la elección de los mismos que han generado esta profunda crisis del país; no puede ser la solución aquellos que tienen sus intereses ligados a las potencias extranjeras, o a ese capital financiero multinacional que ha convertido hasta los más elementales derechos fundamentales en su negocio.
Y esos que no se desligan de esos intereses tienen su cordón umbilical pegado al corazón de los TLC y a la OCDE y se disfrazan al hacer actos de contrición y arrepentimiento o posan de grandes caudillos.
Ambos están jugando al «gatopardismo», que es, en ciencias políticas, el «cambiar todo para que nada cambie»; he ahí el gran engaño que están escondiendo.
Colombia necesita una transformación plena de su estructura y por eso urge elegir a un líder estadista, al que le quepa el país y el mundo en la cabeza, con capacidad de trabajo e intelectual, probado como persona íntegra y que llame a la Nación –empresarios y productores nacionales, clase trabajadora y campesina, intelectuales y profesionales, estudiantes y jóvenes– a la más férrea unidad.
Tiene que ser un líder probado en la lucha por la defensa de la Nación, de sus intereses por encima de los de los grupos económicos y gobernantes y que tenga autoridad moral para poner a raya y encarcelar a los criminales que se roban el Estado.
Por diez años consecutivos, Jorge Enrique Robledo Castillo ha sido nominado, por los principales líderes de opinión, como el mejor senador de Colombia; es el líder que reúne todas las charreteras para dirigir a Colombia en esta aguda crisis y está en el tarjetón de la consulta del 13 de marzo en la Coalición Centro Esperanza. ¡Que el Sol brille para todos!
