Cuestión de números

Cuestión de números

Por: Mercy Insuasti
abril 08, 2015
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Cuestión de números
Imagen Nota Ciudadana

Mientras la perra casca un hueso sobre el sofá, los reunidos balbucean palabras. Mi hermana sirve el jamón, los quesos, la carne de pavo y el pan; el viejo toma aceitunas con sus manos y come mientras nadie lo observa. El desastre provocado rodea el comedor. Bolsas de plástico, cds rayados, ropa mal empacada, comida y facturas sobre muebles y butacas. La sala, atiborrada de objetos en desorden y murmullos de la tele, se vacía al atender la pobre conversación. Los futuros comensales sólo tienen esa excusa para quedarse, tras la comida apurarán su paso.

Pasadas las noticias sobre el pescado fresco para la Semana Santa, el desastre en el norte del país y los destinos para vacacionar durante el fin de semana largo, se anunció el ataque. En Kenya murieron 147 estudiantes asesinados por Al Shabab. Milicianos ingresaron a la universidad, dividieron a los jóvenes entre cristianos y musulmanes. Dispararon y jugaron con ellos. Ciento cuarenta y siete almas abandonaron el mundo con pánico, aterrorizados por otros humanos. Una chica que sobrevivió el ataque relataba lo ocurrido; a punto de mencionar lo que gritaban los integrantes de Al Shabab, se cambia el canal. El viejo tiene en sus manos el control, voltea su rostro fresco hacia mi hermana, quien le reclama por el brusco acto, “Si nadie estaba viendo” responde y ambos continúan ordenando la comida. Pienso en las palabras de la joven, “¿qué tal si no se hubiesen dividido? Si uno o varios hubiesen gritado: aquí no hay cristianos ni musulmanes, sólo personas, sólo nosotros” Qué verdad irreductible habría sido. Entonces suspiro para admitir que sería un acto bizarro, lleno de amor, y aún así condenaría la muerte de todos ellos.

La perra gruñe a su hueso, un hombre con gorra revisa por tercera vez su celular, otra mujer dobla y desdobla una bolsa tejida. Mi hermana corta los panes, el viejo sirve la bebida y yo, acelerando la parafernalia terminar la cena, traigo mantequilla y vasos de cristal. Entonces otra noticia, en Corea del Sur un incendio consumió 570 automóviles. En un concesionario de autos usados se desató el fuego en la madrugada y los vehículos, que no contaban con seguro, se declaran pérdida total. “Qué pena, mira. Ay qué pesar tantos carritos, ahí quedaron inútiles”. “Subele. No, no, no, pobres carros, se perdieron todos”, dice el hombre mientras ajusta su gorra y deja por fin de mirar su teléfono.

Pasa la noticia, los presentes sirven su comida y desde sus butacas, mencionan lo rico que sabe. La perra deja su hueso, vela ahora el pavo que se asoma en la mesa. Mi hermana y el viejo se ríen de ella, la antojan con migajas para bajarla del asiento. La perra se aproxima a mis piernas, su tibio hocico me recuerda que sigo en la sala. Ya las noticias terminaron, ya la comida nos llenó. ¿Podemos irnos?, pregunto, pero antes de lograrlo algo más nos distrae.

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