Amor de infante

Amor de infante

Por: Juan Álvaro Medina Lerzundy
abril 08, 2015
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Amor de infante

Era un día del mes de octubre, la mañana estaba obscura y el clima frío, algo extraño debido a que los días anteriores se había sentido un calor abrasante. Estando de pie esperando la ruta a la universidad, una suave corriente de aíre rozó mi rostro, pero no logre percibir aquella sensación de frescura, por más deleitante que fuera aquella brisa mi cuerpo no le reconocía, era algo extraño, me sentía vació, era como si no estuviese en ese lugar, como si algo más controlase mis acciones, era como si estuviese en un lugar recóndito de mi mente. Con movimientos algo confusos logré tomar el bus adecuado, me senté en una silla estrecha, cerca de una de las ventanas. Podía ver los árboles, casas e incluso personas en la aceras, la imagen era clara, pero… no podía ver nada nuevo, era lo mismo de siempre, los bellos colores que adornaban el mundo habían desaparecido siendo remplazados por un gris depresivo, supongo que debió haber sido causante de la monótona vida que llevaba hasta ese entonces, era alguien solo, mi temperamento algo tosco solía alejar a las personas de mi lado.

Poco a poco el pasar de las cosas en aquel bus trajo a mi cabeza un recuerdo de mi niñez, algo similar a las antiguas cintas de cine ocurrió en mi cabeza, mientras la ciudad se movía el recuerdo de mi niñez se fue transfigurando en la empañada ventana. Un niño no menor de 7 años rodeado de un color gris (claro que el recuerdo no podía ser así, el color lo dio mi estado anímico de aquel entonces), en cuclillas, con la cara bañada en lágrimas y una rodilla algo maltratada, lloraba desconsoladamente, pero nadie atendía su dolor. De un momento a otro en aquella realidad en la que me transportaba a la universidad, el bus frenó precipitadamente, mi cuerpo miró a los lados, se dio cuenta que era allí donde debía quedarse y bajar.

Después de estar treinta minutos viendo a la nada o eso me parecía, porque en mi mente se dibujaba aquel triste recuerdo, aquel bus destartalado me dejó a tres o cuatro cuadras del plantel educativo, mi cuerpo alivianado por la ausencia de mi consciencia prosiguió su rumbo, ni los autos, ni personas que pasaban junto a mi cuerpo lograban despertarme. Pues nuevamente mi conciencia se había marchado a aquel recuerdo grisáceo, pero entre mi sollozar un haz de luz lleno de colores se acercó a mí, me rodeo y pude sentir un sentimiento cálido surgiendo de este, las lágrimas de mi rostro se estancaron y la luz que rodeaba a este ser fue apagándose, pero su color permanecía intacto, era lo único que la tristeza y el vacío no le habían cambiado su color. El recuerdo de su rostro no era muy claro, pero su sonrisa era inolvidable, era delicada, suave, era de esas sonrisas que te devuelven el aliento al cuerpo, además de su sonrisa recordaba su cabello rizado y un dulce olor.

Mi recuerdo pasó cuando pisé el suelo de la universidad, un poco más consiente seguía viendo mi mundo gris, me dirigí al salón de clases y tomé la asignatura de ese día, una vez terminada la clase fui a la cafetería, compré una botella de agua y me senté a beberla, veía como aquellos bultos grises se movían de un lado a otro, buscando sus salones, hablando entre ellos, sonriendo, pero para mí esas sonrisas eran vacías, máscaras al sufrimiento que habita en cada uno. Observaba con atención a todos los que pasaban por enfrente mío, pero algo cruzo velozmente por el rabillo de mi ojo, fue tan fugas, pero a la vez distinguible de todo porque esto poseía color, me giré y allí a unas mesas de distancia vi a un ángel sonreír, nuevamente en mi cabeza rodaba el recuerdo de aquella sonrisa delicada de mi niñez -¿Cómo es esto posible?, ella se fue hace mucho de la ciudad.

Tomé fuerzas y me levanté, algo en mi pecho comenzó a moverse, era un movimiento de algo que se había roto hace ya algún tiempo, a medida que este se movía mi visión grisácea del mundo se fue rompiendo, como si fuese un cristal, podía ver el cielo gris pero fragmentado por un hermoso azul, igual con las plantas en las jardineras que rodaban el lugar, poco a poco ese gris iba desapareciendo a medida que me acercaba a la mesa donde ella estaba. Estaba sola y pudo ver cuando me acercaba, le tomo poco tiempo en reconocerme, ocurrió lo inevitable, en su rostro sus labios delicados dibujaron una cálida sonrisa en la que sus pómulos dejaban dos lindos hoyuelos que enternecían más su rostro, fue tan cálida aquella visión que pude volver a sentir, pero no sentí el frío de aquella mañana de octubre, sino lo caluroso de su saludo, mi corazón latía con rapidez y la visión gris desapareció cuando sentí sus labios en mi mejilla, entonces comprendí como lo había hecho varios años atrás que me encontraba nuevamente con la mujer de mi vida.

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