Hace pocos días se dio a conocer la decisión de Estados Unidos de retirarle la visa al presidente colombiano Gustavo Petro, gracias a su participación en una manifestación propalestina que se dio a las afueras de la convención de la asamblea de las Naciones Unidas en Nueva York. Su participación estuvo marcada de duros señalamientos al gobierno Trump, a quien culpo de cómplice del genocidio en Gaza, además instó a las fuerzas armadas de Estados Unidos a desobedecer las órdenes de su comandante en Jefe, un acto que es ilegal según las leyes americanas.
Esta medida ha sido la última tomada por el gobierno estadounidense contra el mandatario colombiano, en respuesta a sus múltiples cuestionamientos. Sin embargo, el gobierno Trump ha tratado de mantener el diálogo diplomático por respeto a las históricas relaciones bilaterales de los países. El desdén del presidente Petro por llevarle la contraria a Estados Unidos no lo ha afectado solamente a él -como sería lo justo- sino que ha sido problemática y perjudicial para el país. Hace poco y gracias a la mala gestión del gobierno, fuimos descertificados en la lucha contra las drogas, algo que hubiésemos podido evitar si el gobierno atendiera de manera cordial y abierta las solicitudes para frenar el comercio del Fentanilo.
Según el periodista Daniel Coronell, un mes antes de la decisión, la Oficina del Asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca envió a un emisario para reunirse con altos funcionarios de la Dirección Nacional de Inteligencia, entre ellos Jorge Arturo Lemus y César Ortiz. En ese encuentro, el enviado pidió transmitir un mensaje al presidente: bastaría con el compromiso del gobierno colombiano de bloquear el ingreso de precursores químicos provenientes de China, utilizados en la producción de fentanilo, para conservar la certificación. No obstante, el mensaje, al parecer, nunca llegó a oídos del mandatario.
Con hechos como este, el gobierno colombiano ha desperdiciado oportunidades clave para fortalecer la cooperación internacional y mejorar la relación con uno de sus aliados históricos. Petro, en cambio, ha optado por un discurso de confrontación y victimización frente a Estados Unidos, debilitando la confianza entre ambos gobiernos.
En definitiva, su postura no solo ha aislado políticamente a Colombia, sino que amenaza con romper una alianza que durante décadas fue estratégica para el desarrollo, la seguridad y la estabilidad del país. Lo preocupante no es solo el costo diplomático del distanciamiento, sino el legado de tensión y desconfianza que heredará quien lo suceda en el poder.
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