Alci Acosta, el cantor que se inspira en la tragedia del desamor

Alci Acosta, el cantor que se inspira en la tragedia del desamor

Hoy cumple 84 años de vida el precursor del género popular, quien mantiene vigente un estilo que nació en las fondas y cantinas de la Colombia rural

Por: Jorge Eric Palacino Zamora
noviembre 05, 2019
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Alci Acosta, el cantor que se inspira en la tragedia del desamor

Alci Acosta representaba para algunos niños sesenteros una suerte de etéreo narrador de historias dramáticas. Más que cantar, parecía narrar oscuros cuadros de la tragedia humana desde las vitrolas Seeburg instaladas en cafetines y billares de pueblo. El instante era esperado con ansías por los chicos de esa Colombia rural. Uno de los mayores, un hermano, el padre o el tío, echaban la moneda por la ranura y se producía el mágico efecto sonoro. Previa activación de un engranaje perfecto, piñón y brazo mecánico dejaban servido el acetato para que la aguja inyectara la música. Entre esas voces, que surgían de aquellos armatostes maravillosos, estaba la del artista soledeño que se convertiría en referente de la música popular.

En aquellos días lejanos de un solo canal de televisión estatal, o esporádicas vespertinas de cine improvisadas en casas curales o casonas, nos recreábamos en los revisteros donde alquilaban los folletines de El Fantasma, Kalimán o Butch Cassidy, razón por la que la entretención que brindaba esa música difundida en tiendecitas y cantinas, llamaba escenas alucinantes en la imaginación, especialmente de los chicos. La voz de Acosta, en medio del soniquete de las bolas de billar chocando, nos daba cuenta de un hombre que bebía de una copa rota, del infortunado que veía pasar a su mujer con otro de brazo y del desgraciado prisionero de la cárcel de Sing Sing quien llegó a sus oscuros pabellones por haber matado a su esposa.

Seguramente no eran los mejores relatos para niños pero representó, sin duda, una aproximación a un género que llenaba locales de nuestros poblados, especialmente los días de mercado, cuando irredentos y despechados, refugiados en una mesita de esquina, rumiaban sus nostalgias con las melodías de Alci y sus pares Lucho Bowen, Óscar Agudelo o Julio Jaramillo, integrantes de una pléyade de artistas que alinderaron el movimiento denominado posteriormente música popular.

Un buen día pude pudimos ver a Alci en un programa de Jorge Barón y supimos que el tipo que contaba las historias más tristes del mundo, no era ecuatoriano, ni argentino, sino de Soledad, Atlántico. Luego vino una noticia extraordinaria, cuando supimos que el cantante de marras visitaría nuestro pueblo. Alci Acosta haría una parada en Anolaima.

Inolvidable

“Señoras y señores, en minutos tendremos aquí al señor Alci Acosta, su voz y su piano”, anunció el locutor Jorge Vargas, eterno presentador de las fiestas del pueblo y otras celebraciones en la región de Tequendama, Cundinamarca. De hecho, el piano ya había sido instalado y un puñado de pelaos nos distraíamos con el brillo de las teclas y el olor acrílico del aparatejo que era como la extensión de la fama del artista.

Era la oportunidad de corroborar que esa voz relatora de historias dramáticas pertenecía a un sujeto delgado vestido de impecable frac. Tras el anuncio de timbales, apareció el connotado intérprete de El último beso, versión criolla de una balada gringa que Wayne Cochran grabara en 1962. Algunos repararon que no habían visto a un sujeto usando corbatín o que en la rockola “…se escuchaba de mayor edad”. Alci ya en tarima se soltó la blanca chaqueta y se instaló frente al piano para iniciar un ritual para irredentos, desconsolados o simplemente admiradores de su particular y exquisita forma de cantar. Sonó aquella velada el maravilloso Si hoy fuera ayer, un bolero surgido en la inagotable pluma de Edmundo Arias. Se escuchó el Brindo brindo y Camas separadas y No renunciaré, Traicionera y El papel de la calle, auténticos himnos de la desesperanza que se cantaban en todos los rincones de Colombia.

La fiesta terminó. Lalos Club, el local escenario del espectáculo, cerró sus puertas con las primeras luces de la madrugada. Alci partió en un bus pulman de la Flota San Vicente con destino a Bogotá y desde allí a las poblaciones donde era requerido como nueva figura de la canción de aquella patria incipiente. Sus canciones migraron a los labios de los habitantes del pueblo. Algunos, los más viejos, aún las tararean en el salón de billar, o mientras laboran el campo, o cuando los asalta la nostalgia y, al calor de unos guaros, recuerdan los besos ausentes de algún amor truncado.

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