Tango, literatura, modernismo y Borges: El café de los inmortales

Tango, literatura, modernismo y Borges: El café de los inmortales

Cerremos la historia de Los Inmortales con una frase que se volvió común: “Los inmortales, el único café porteño que tuvo una vida breve y una historia eterna”

Por: Laura Cecilia Bedoya Ángel
abril 05, 2022
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Tango, literatura, modernismo y Borges: El café de los inmortales
Foto: Pixabay

La frase “Si no comemos es que somos inmortales” más la prohibición de Armando a su hermano Enrique Santos Discépolo de visitar el lugar… la presencia de anarquistas, artistas y poetas que convirtieron en un recuerdo mítico y nostálgico este café de Buenos Aires —donde anidó una bohemia donosa que está en las letras de las crónicas porteñas— es lo que intento evocar en pocas líneas.

Se dice que en este sitio ubicado en la calle Corrientes al 920 (y que duró de 1906 a 1916) tomaron café Jacinto Benavente, Enrico Caruso y Ramón del Valle Inclán.

No es posible continuar esta crónica sin presentar a su administrador, don León Desbernats, un inmigrante francés, conocido por su amabilidad y llamado “El padre de los inmortales” quien tenía un anuncio en la puerta del local que decía:

‘UN COMPLETO: Café con leche y pan con manteca a 15 centavos’, además guardaba botellas de grappa para brindar de vez en cuando una copa a sus preferidos —uno de ellos el poeta suizo francés Charles de Soussens— aunque no se vendía licor en el recinto.

Este bardo aseguró que a las veladas de su casa asistían Verdi, Zola y Víctor Hugo quien alguna vez besó su frente y le auguró el futuro de poeta.

El “lindo demonio sedante”, la uruguaya Ángela Tesada, tuvo una silla en este recinto, era artista de teatro e interpretó al personaje de Amalia protagonista de la novela homónima de José Mármol, y aunque era inusual que las mujeres visitaran cafés y menos que fumaran en público, es recordada como la primera mujer que se atrevió a tanto.

Parece que la peña más importante era la de la gente de teatro y están en la lista, Armando Discépolo, creador del grotesco criollo; el dramaturgo y letrista José González Castillo; Ivo Pelay, dramaturgo, periodista y letrista; Alberto Vacarezza, exponente del sainete porteño; José de Maturana, poeta y dramaturgo; y los uruguayos Vicente Martínez Cuitiño —autor del famoso libro El café de los inmortales—, Florencio Sánchez, dramaturgo, quien escribió Mi’hijo el dotor y Barranca abajo, marcados por el tinte social y redactados algunos en sus mesas al dorso de formularios de telegramas. Quedan faltando nombres de aquellos que dedicaron su vida al teatro.

Visitantes muy famosos fueron, Enrique Banchs, Evaristo Carriego, Héctor Pedro Blomberg y Roberto Giusti crítico literario y periodista quien dejó para la historia esta descripción de Carriego: “Magro poeta de ojitos hurgadores, siempre trajeado de negro que vivía en el arrabal”.

Del primero se sabe que fue uno de los predilectos de Jorge Luis Borges, tanto que su obra no reposaba en la biblioteca común de la casa sino en las estanterías del dormitorio. “Aquí guardaba Borges los libros que necesitaba para estudiar lo que llamó ‘las ásperas y laboriosas palabras/que, con una boca hecha polvo, usé en los días de Nortumbria y de Mercia, /antes de ser Haslam o Borges…’, otras como San Juan de la Cuz, y numerosos comentarios sobre Dante” (1).

Voy a cambiar sólo por un momento el tema de los escritores y me voy a pasar a la peña de los políticos, Elpidio González y Alfredo Palacios.

González fue vicepresidente en el período presidencial de Marcelo Torcuato de Alvear y se negó a cobrar la mesada de jubilación, a veces asistía calzado de alpargatas, y de Alfredo Palacios quedó para la memoria de los trabajadores su proyecto de “Ley de descanso dominical”, que además quiso celebrarlo de una forma singular José González Castillo.

Agregar al conteo de los representantes de artes y oficios a los artistas plásticos, músicos, críticos y novelistas, algunos conocidos y reconocidos y otros que estaban en el camino de ser ungidos por la fama. Siempre me quedarán faltando nombres.

En este propósito de hablar del café no había contado que llegué hasta su historia por medio del poeta Evaristo Carriego autor de La canción del barrio y de Las Misas herejes y es uno de los huéspedes ilustres por ser conocido en el mundo de la literatura y del tango como “el poeta del barrio”, y aunque sus poemas no fueron musicalizados, sí que fue el pozo en el que bebieron los poetas insignes del tango. Fue rescatado del olvido por uno de los hombres notables de las letras universales, Jorge Luis Borges.

Quedó para la memoria esta anécdota: un día don León se acerca hasta dos visitantes del sitio y les dice “qué raro, todos los que frecuentan este negocio sólo toman café y no consumen nada, entonces Evaristo Carriego y Florencio Sánchez, sus interlocutores, le respondieron: “Si no comemos, es que somos inmortales”, desde ese momento el café llevó ese nombre, porque antes se llamaba Café Brasil en homenaje al brasilero Santos Dumont, pionero de la aviación, y como dato curioso Louis Cartier diseñó el reloj Santos de Cartier en su honor. Claro que como muchas de las cosas que vivieron hace más de un siglo, siempre habrá quienes digan que fueron otros los autores del nombre Los Inmortales.

Hubo un grupo al que llamaron “Los malditos” porque tuvieron talento, carisma, alegría de vivir y una empatía con lo bello. Todo les fue dado, menos la salud, y murieron jóvenes, así los nombramos: Florencio Sánchez, Evaristo Carriego y Antonio Monteavaro.

Esta es sólo una parte de la historia del Café, porque Don León fue a luchar a su patria (Francia) cuando detonó la Primera Guerra Mundial, sobrevivió a los avatares del conflicto, sin embargo, al regreso renunció a la administración de Los Inmortales, entonces, el café no volvió a ser el mismo sin don León y lo cerraron.

Nosotros debemos salir ya del café y cerrar por hoy la para mí nostalgiosa historia de Los Inmortales con una frase que tiene autor pero que se volvió común: “Los inmortales, el único café porteño que tuvo una vida breve y una historia eterna”.

(1) Manguel, Alberto. La biblioteca de noche.1°ed-Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2017.

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