Que la próxima votación sea por una de ellas
Opinión

Que la próxima votación sea por una de ellas

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julio 04, 2014
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No soy feminista pero ante el bochornoso espectáculo de la última campaña presidencial, dan ganas de serlo. Entrar a repetir la manera como los colombianos quedamos atónitos, desorientados y adoloridos por el país, extenderse en el tema que fue abordado casi a diario por los medios nacionales e internacionales, es tan inútil como llorar sobre leche derramada. Sentí pena ajena al presenciar la inmadurez, la falta de sentido patriótico y de elegancia de los contendores, amén de tantas otras cosas que, también, para qué repetirlas. Asuntos que deberíamos dejar atrás, aunque sospecho que volverán a darse.

Estoy casada con un norteamericano. Una persona que quiere a Colombia, el lugar donde ha vivido durante más años, conocedor de nuestra historia, nuestra lengua, nuestra idiosincrasia. Por eso me dolió tanto oírle repetir en más de una oportunidad durante la campaña que “esta es una república banana” con las implicaciones que la frase tiene, la peor la de una especie de subdesarrollo mental del cual nuestros canditatos se comportaron como los mejores exponentes.

Me atrevería a decir que no fui la única que el pasado 15 de mayo acudió a las urnas acosada por las dudas. Si otras veces había votado por el menos malo, no a favor sino en contra de alguien para cerrar el paso a malas iniciativas en lugar de apoyar buenos proyectos que realmente se llevarían a cabo, ideas que fueran algo más que populismo o huecas promesas, esta vez votar fue casi que jugar a la cara y sello, obligada a elegir entre unos finalistas que, para citar otro refrán, “mostraron el cobre”.

No ocurrió así con las candidatas, quienes desafortunadamente quedaron por fuera del juego electoral en la primera ronda. Tanto Clara López como Marta Lucía Ramírez dieron muestras de esas dos cualidades que para los antiguos romanos eran condición indispensable de quien aspiraba a un cargo público: dignitas y gravitas, sin las cuales el gobernante carecería de auctoritas y sin ella, le quedaría imposible ejercer con credibilidad. El ejemplo de dignidad y seriedad que estas dos señoras nos dieron, debe servir de consuelo y también de esperanza. Cada una en su estilo demostró la altura, la serenidad, la tolerancia y la transparencia que Santos y Zuluaga no siempre nos dejaron apreciar. En ningún momento se salieron de casillas, no insultaron, ni señalaron, ni acusaron, ni espiaron, ni emplearon métodos por fuera de los esperados por personas civilizadas para exponer sus puntos de vista y tratar de convencernos de darles el voto.

Tal vez entre los cambios que está reclamando el país está el del sexo del primer mandatario. Pero ese sesgo machista que aún nos domina, así sea de manera inconsciente, nos mantiene sujetos al miedo de elegir a una mujer a la Presidencia de la República. Votamos por ellas, sí, pero tímidamente, a sabiendas de que esa buena opción no se va a concretar por falta de decisión colectiva. Estamos frente a temores atávicos, a la idea equivocada de que las mujeres no somos capaces, no del todo, de asumir tamaña responsabilidad. Y esto le restó votos tanto a Clara, como a Marta Lucía.

Al pensar en ellas, he recordado también a las primeras damas. Todas ejemplo de sensatez, discreción, inteligencia y dignidad. El encanto de una Cecilia Caballero de López que no volverá a repetirse, la absoluta falta de protagonismo de doña Rosa Elena de Betancur, la elegancia de doña Carolina de Barco, tanta, que en los funerales de la gran duquesa de Luxemburgo la gran duquesa parecía ella, una figura que con su sola presencia hacía quedar bien al país. La discreción de Nohra Puyana, siempre en su punto, la inteligencia y sutileza de Lina Moreno.

Yo propondría a estas dos últimas para que intervinieran en política, ampliando el abanico de posibles candidatas. Ambas trabajaron de manera infatigable durante la presidencia de sus maridos sin deseo de figurar ni ansias de poder por la primera infancia, por la educación de los niños colombianos, en el caso de Nohra por la recuperación de las víctimas del terremoto de Armenia. Nadie las vio intrigar, medrar, cortar cabezas, vengarse, utilizar a los medios para servir a sus propios fines, para perseguir. Imposible dudar de su cultura, de su patriotismo, de su desinterés.

Va siendo hora de perder la reticencia a votar por una mujer. El mundo contemporáneo está lleno de buenos ejemplos. Sin duda Nohra, Lina, como también Clara López o Marta Lucía Ramírez, haría bien la tarea. Ya otras lo han hecho. Basta pensar en una Ángela Merkel, hacia quien vuelven los ojos esperanzados los demás países de Europa. Tal vez alguna propondría, por ejemplo, un plan viable de desarrollo del país para los próximos cincuenta años, reduciría la corrupción a sus justas proporciones como decía cierto expresidente, contribuiría a la paz comenzando con el solo poder de un lenguaje desprovisto de agresividad, y haría menos angustioso el deber ciudadano de salir a votar.

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