Para muchos colombianos, al menos eso creo yo, cada vez que habla Gustavo Petro es un llamado para verlo contradecirse. Sí, amigo lector, no le demos más vuelta al asunto: el presidente se contradice –o lo contradicen– en todo lo que públicamente argumenta. Termina viéndose, ante el mundo entero, como el payaso más vulgar de un circo que no tiene quien dome a las bestias que hoy lo acosan.
Su propia lengua se ha convertido en su peor enemigo. Habría que decirle, como bien versa el dicho popular, que por la boca muere el pez. No hay duda que eso mismo le está pasando en cada una de sus elocuciones: habla más de lo que hace y de lo que se está viendo; trata de explicar una realidad difícilmente reconocible, en medio una existencia tan tangible como la que sufre la víctima constante del proceder insurgente.
Por ejemplo, manifiesta que es el pacificador de la república, pero en la práctica observamos que sus aliados guerrilleros están matando a diestra y siniestra. Plantea, sin descaro alguno, que Colombia es y será “potencia mundial de la vida”. Da risa escucharlo –seguro que sí–, porque en serio la realidad es otra.
Sin embargo, sus dolientes, es decir, los que apoyan sus sandeces, se tragan entero todas las patrañas que a diario da a conocer. Me pregunto: ¿será que lo hacen a conciencia, o simplemente por una estúpida simpatía política? Bueno, el caso es que el presidente se está condenando, y tanto discurso disparatado le está granjeando una mala imagen, principalmente entre los indecisos votantes que lo llevaron a obtener el poder que ostenta.
Al decir que bajo su gobierno el país será reconocido como un remanso de paz, tal como podría retratar el reino de Dios la portada de la Atalaya, está desconociendo las muertes de los servidores de la fuerza pública; pasa por alto el dolor de las familias que lloran a esos buenos policías y soldados vilmente masacrados, cuyo único “mecanismo de defensa” no fue otro que el de la pasividad militar que a raja rajatabla ha impuesto.
Cualquiera podría pensar que el que escribe esta nota se opone a la paz, y realmente no estaría muy equivocado, porque sin tapujos rechazo la paz que propone Petro: la de permitirle al ELN y a las disidencias de las Farc todo el terror que le generan a la población civil. ¿De cuándo acá el que quiere hacer la paz asesina a mansalva, y coloca condiciones a través de sus fusiles? Estamos hablando de un secuestro de la auténtica voluntad, la que no tiene el terrorista guerrillero cuando ciega vidas inocentes.
Desconocer lo que ha venido aconteciendo en los últimos días es una necedad, la muestra perfecta para entender cómo piensan los que nos gobiernan. Bien decía Goethe, haciendo uso de su sentido común, que “estos idiotas nunca entenderán cómo van encadenados méritos y suerte. Si tuvieran la piedra filosofal, a la piedra le faltaría el filósofo”. Es que el filósofo que tenemos –ese que habla de una paz manchada con sangre, y que llegó al poder con una credencial de rebelión–, hace rato dio muestras de no saber en dónde está parado.
