Ningún SITP me va a quitar la libertad que conocí con la bici

Ningún SITP me va a quitar la libertad que conocí con la bici

Luego de ser atropellado por un SITP y enfrentarse con el sistema de salud de Bogotá pensó abandonar su caballito de acero, pero al final decidió que no sería así

Por: Pablo Arciniegas
noviembre 08, 2017
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Ningún SITP me va a quitar la libertad que conocí con la bici

El jueves de la semana pasada fui parte de una de las estadísticas más tristes de Bogotá: otro ciclista atropellado por un SITP. Por muy poco, casi me sumo a otra terrible cifra: otro ciclista asesinado por estos buses.

El accidente fue en la carrera novena con calle 127. Aunque iba por mi derecha, el azul, uno de los más grandes y nuevos del sistema, me cerró hasta dejarme sin vía y tumbarme al  pavimento. El choque de ambos vehículos me hizo dar tantas vueltas, que no bastaron mis manos, lo que realmente detuvo la caída fue mi boca y mi cara.

Con las fuerzas que me quedaron, me arrastré hacia el andén, mientras escupía sangre y veía cómo el SITP seguía derecho. Atrás, como vomitada por las llantas del bus, estaba mi bici, la bici en la que gasté mi primer sueldo, en la que paseaba hasta Cota y montaba en las rodadas.

Nunca le puse nombre, y por ser delgada se pinchaba a cada rato con los huecos, pero significaba mucho para mí. No solo era mi transporte al trabajo, era mi escape: pedalear me hacía sentir libre de las frustraciones, de las depresiones y los malgenios. Pedalear —decimos con una amiga— es una terapia, es la biciterapia, la única manera de moverse en Bogotá y no andar rayado.

En fin, la ayuda se demoró en llegar. En ese andén y con la cabeza untada de sangre, le gritaba a los carros para que se detuvieran, pero sus conductores me lanzaban una mirada indolente. Ninguno paró, así es Bogotá. Los únicos que sí se detuvieron fueron dos biciusuarios y un motociclista.

El azul también se parqueó, pero cuadra y media más adelante, gracias a que un taxi le echó pito. No obstante, su conductor no se bajó del vehículo hasta más tarde. Mientras yo seguía ahí, una de las ciclistas me preguntó por mi casco. Le dije la verdad: no lo llevaba. Sin embargo, el otro le contestó que ningún casco me iba a salvar de un choque con un SITP. La verdad.

La ambulancia se demoró 35 minutos en llegar. Los paramédicos se disculparon y me dijeron: "Así son las cosas, no hay suficientes ambulancias para todos los accidentes de tráfico en Bogotá".

Ingresé por el SOAT al hospital y contrario a lo que se espera para este tipo de emergencias, todo se hizo más lento. Me atropellaron a las 10 de la mañana del jueves y solo hasta la tarde del día siguiente supe que no me había roto el cráneo ni ningún hueso. Mejor dicho, que por milagro estaba vivo.

Lo cierto, es que el sistema de salud en Bogotá está colapsado, y así son las cosas, como mencionaron los paramédicos. De hecho, en el hospital no habían camas y todo el día lo pasé en una camilla, al lado de un hombre con la clavícula rota y otro al que una bacteria se le intentó comer la pierna. Mi otro compañero era una pared salpicada de sangre, y para remate en el baño no había jabón.

En la angustia de la noche, y entre las pocas visitas que le permitieron a mi familia, pensé si este era el final de mi historia con la bicicleta, si era una llamada de la vida para dejarla.

Pues no. Aunque mi bici ahora es chatarra y además se la robaron frente al hospital, porque mi familia no tenía dónde recibirla más, no voy a dejar de pedalear.

En el hospital también tuve suficiente tiempo para pensar en los responsables de mi accidente:

Una administración distrital que no hace nada para cumplir la ley que le da a la bicicleta un carril entero, un sistema de transporte que obliga a sus conductores a andar como locos en la vía, y una falsa cultura ciudadana que prefiere culpar a un ciclista por no llevar casco, que al conductor de un vehículo cientos de veces más pesado.

Ningún SITP me va a quitar la libertad que conocí con la bicicleta.

#Niunomás

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