Los otros muertos

Los otros muertos

A propósito de la muerte de los 26 guerilleros

Por: Juan Pablo Trujillo Urrea
mayo 25, 2015
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Los otros muertos
Foto: tomada de caracol.com.co

Hay unos muertos que se lloran, que deben homenajearse con todo tipo de rituales fúnebres, que su deceso entristece a todos, que su muerte enluta a la mayoría. Hay unos muertos que acongojan, que ponen en trances dolorosos a dolientes de ocasión, que indignan de manera generalizada. Se hacen actividades de pésame aquí y allá, se asumen como propios aunque no lo sean. Estos muertos son privilegiados, no adolecen de apenados, sus afligidos se encuentran en ocasiones por puñados, y otras veces por hordas. No es necesario incluso que se concerte un día de entierro, pues su velación es interminable gracias al lamento generalizado. A estos muertos se les hace honores incansables, la vigilia es permanente y el luto desconsolado.

Hay otros por el contrario, que no merecen mayor sobresalto, son indignos de un apenado, no le interesan a nadie, su muerte acaso le importa a su madre, e incluso muchas veces ni ella llega al entierro. Y es que ni entierro merecen, deberían dejarlos en el lugar del asesinato para que el sol haga la tarea de descomponerlos a la vista de todos. Estos muertos no gozan de pesares, no reciben ninguna cortesía, se les tiene restringida la más mínima muestra de malestar por su destino. Incluso algunos celebran con mucha algarabía su muerte, y claman enfurecidos por más muertos de esa clase.

Estos muertos, los otros, tienen una categoría especial de existencia, los discursos políticos, los medios de comunicación, e incluso la conversación cotidiana se ha encargado de deshumanizarlos. Son seres de otro planeta, no se sabe bien de donde vinieron: no son colombianos, ni latinoamericanos, ni europeos, ni nada. Su origen no se explica, se encuentra encriptado en discursos llamativos que eligen quien es digno de humanidad.

Los otros muertos ni siquiera muertos son, son objetivos, son positivos, son cifras; demuestran la eficacia de un bando sobre otro— como si de bandos se tratara— planteando la discusión en términos de quién mata más. Los otros son el antónimo del humano, viven en el “inframundo”, ese que todos los días nos da muestras de que lo habitamos, de que estamos en él, de que no es tan lejano como nos parece.

Hay entonces dos clases de muertos, los unos merecedores de lamento y los “otros” cuya muerte se asume natural. Lo paradójico es que esas categorías encierran algo que no es cierto, pero que nos hemos encargado de repetir tanto, que se instaló como axioma: hay quien es humano y quien no lo es. Al fin y al cabo, escogemos a quien llorar y a quien no, y sin sonrojarnos siquiera, asignamos la humanidad a dedo, a complacencia, ligada a intereses; práctica que incluso es pretenciosa para el mismo dios.

Murieron 26 guerrilleros y yo quiero pensar que los muertos no tienen clase, que no son otros, que esos también son colombianos, que son campesinos que libran una guerra prestada, que un soldado y un guerrillero tienen un núcleo común: son colombianos que se matan al son del sinsentido.

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