Los ídolos de barro
Opinión

Los ídolos de barro

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diciembre 25, 2013
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Cuando muere un personaje como Diomedes Díaz, considerado ídolo musical de multitudes en Colombia (no faltará para quien lo sea en lo moral), vuelve al escenario la pregunta de hasta dónde los ídolos llegan a ser realmente un modelo para los sectores sociales que los admiran. ¿Qué admiran en ellos? ¿Qué ven en ellos? ¿Qué de su realidad se refleja en ellos? ¿Qué quieren validar de su comportamiento con ellos? ¿Qué reflejan esos ídolos?

Crecí en un amiente profundamente cachaco enmarcado por la música colombiana, la de la Billos, los Melódicos, Pastor López, algo en inglés, Miguel Bosé, Camilo Sexto y muuuuucha música de plancha, pero casi cero vallenatos; tal vez algo de Escalona. Solo se los escuchaba a las empleadas del servicio costeñas que hubo en mi casa, y lo digo sin ningún tono peyorativo porque la realidad era esa, pero me parecía rico escucharlos en la playa cuando viajaba a la Costa. En ese contexto me parecía muuuy chévere. Lo que quiero decir es que no crecí con el vallenato ni fui cercana a él. A las cachacas de mi época no nos tocó una dedicatoria con Diomedes. Sonaba más en ese entonces Rafael Orozco y La Creciente fue el único vallenato parte de mi historia juvenil, pues me lo dedicó un vecino que cuando venía del colegio me cantaba: “Y ahí llega la mujer que yo más quiero por la que me desespero y hasta pierdo la cabeza, ¡Clara!...” Nunca le puse cuidado. Valga la mención de Rafael Orozco para decir que aunque no me siento cercana al vallenato, admiro su obra musical; me gustan sus letras. ¿Que fue un hombre muy mujeriego, según dice la historia?, ¡sí!; pero su vida personal no era mi problema ni el de nadie, ni rebasaba lo que era corriente. Un hombre sinvergüenza no era extraño para nadie, menos si era costeño y mucho menos si era artista. Pero no se sientan aliviados los cachacos porque ustedes también lo son, solo que más solapados.

A Orozco lo veía y lo admiraba como tal, como el artista, cosa que definitivamente no puedo desligar con Diomedes Díaz. Lo ví como show central en un concurso de modelaje en el que fui jurado en Bogotá, a comienzos de los años 90, con el grupo español Locomía. A un lado del público toda la comunidad gay se abanicaba y daba vivas a los ibéricos; al otro, los amantes del vallenato debieron conformarse con un Diomedes totalmente ebrio y drogado, con la nariz blanca, tratando de sostenerse al lado del acordeonista y sin entonar una sola palabra, porque la voz no le salía. Tal vez ese evento tan deprimente, en lo particular, y todos sus escándalos, incluido el caso de Doris Adriana Niño, me impiden separar al maestro musical del cuestionado ser humano que fue El Cacique de la Junta. No lo juzgo. Él ya le está rindiendo cuentas al que toca. Cuando se leen o se escuchan con atención las letras de sus canciones (Bonita, Sin medir distancias, Cóndor herido, entre muchas otras), resulta muy difícil tanto juntar como separar al Diomedes persona con el Diomedes artista. Es una sensación muy extraña.

Y es que para hablar de nuestros ídolos y los de otras latitudes, no hace falta profundizar demasiado. De eso se ocupó el filósofo y político inglés Francis Bacon y a ello se refirió de manera sencilla el ensayista, filósofo y escritor español Fernando Savater: “Bacon sostuvo que diversos ídolos o supersticiones ideológicas acosan la mente de los hombres, derivados de la propia naturaleza humana, de la psicología individual, de las convenciones sociales y de errores filosóficos indebidamente venerados”. Pero no me quiero poner pesada y menos un día como hoy donde lo que menos queremos es analizar temas densos.

De Diomedes:

¿Qué admiran? Muchos su música, otros su “libertad”, algunos su dinero y su fama, y unos —si se quiere— su poder.

¿Qué ven en él? La posibilidad de cumplir el sueño de llegar a ser grande viniendo de muy abajo. Lo que no pudieron ser, lo que no pudieron tener. El hombre que les ayudó a conquistar o el que los acompañó con sus canciones a aliviar la tusa. El marido que las mantiene (mujeres). El hombre que valida la posibilidad de tener muchas mujeres y muchos hijos como símbolos de ser macho. El reflejo de una sociedad que difícilmente va a cambiar porque tiene en sus ídolos la materialización de lo que pueden alcanzar sin importar el costo que, como en este caso, va más allá de los valores, de lo moral.

Joaco Guillén, su manager por 20 años, contaba en entrevista a Blu Radio que la policía le permitió llevarle mariachis en su cumpleaños, cuando Diomedes estaba prófugo. También dijo que el cantante reconocía a sus hijos sí tenían "la orejita derecha pangaíta" (aplastada). Así que cuando una mujer tocaba a la puerta de su casa buscando que El Cacique de la Junta reconociera a su hijo, mandaba a Guillén a verificar la marca. ¿Qué tal el folclor?

La RAE dice que ídolo es una “persona o cosa amada o admirada con exaltación”, y para analizar los que hay en Colombia y más allá de las fronteras, solo hay que sumarle un poco de sicología de la vida y sentido común para deducir que como son seres humanos, son hombres y mujeres imperfectos. Por eso, pertenezcan al ámbito que pertenezcan —político, económico, religioso o musical, entre otros—, donde les caiga agua se escurren lo que siempre les recordará que son ídolos de barro.

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