El mea culpa de las Farc

El mea culpa de las Farc

Por: Marco M. Sarmiento
enero 27, 2014
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Lo de Pradera, en medio de unas conversaciones que buscan ponerle fin al conflicto armado, fue una zancadilla de imprevisibles consecuencias, no sólo porque le resta credibilidad a los alzados en armas sino porque le da argumentos a los enemigos del diálogo en La Habana y siembra el escepticismo en la opinión pública que aún desconfía de la voluntad de paz de las FARC.

De ahí que el rechazo explícito que hizo la dirigencia de la subversión sea tan importante. No sólo es la primera vez que lo hace sino que asegura que quienes realizaron el criminal atentado involucrando a la población civil serán castigados. Esto indica que su desdén por la opinión de los colombianos, como hacia las grandes manifestaciones que rechazaron el secuestro, fue dejado de lado y ahora les preocupa lo que digan y hagan los colombianos.

Esta novedosa posición tiene varias lecturas.

La primera es la falta de unidad en la cúpula. Quizás la haya para conversar y llevar a feliz término el proceso, pero no hay unidad de criterio en cuanto a la guerra misma. Pablo Catatumbo que es el responsable de la región donde se llevó a cabo este crimen de guerra según los Convenios de Ginebra, parece no tener claro que la época del terrorismo se terminó si quieren firmar la paz.

La segunda es que realmente el grupo subversivo tiene en el horizonte la meta de convertirse en partido político y atentados como el de Pradera les cierran las puertas de las urnas y de ahí que quieran tomar distancia del absurdo hecho. La paz, entonces, no es una simple posibilidad para ellos, sino una realidad que quieren de verdad, y, a diferencia del Caguán, harán todo lo posible para llevarla a cabo, incluso imponiendo medidas para que hechos como éste no vuelvan a repetirse.

La tercera es que ya están en campaña electoral. Mostrar la autocrítica clara y directa, sin justificaciones ni enredando la pita como quisieron hacerlo con el crimen de los diputados del Valle, busca generar credibilidad, una tarea ardua pues están en el rol del pastorcito mentiroso; tantas mentiras han dicho que cuesta creerles cuando dicen la verdad. Pero es un comienzo, sea por ideología o por conveniencia, echarse el agua sucia.

La cuarta, es la guerra misma. La seguidilla de victorias militares de los últimos días empleando las bombas de precisión suministradas por Estados Unidos al ejército colombiano, es indudable que les muestra a lo que se arriesgan de persistir en una lucha perdida. La paz es cuestión de supervivencia y de sentido común. Pelear en los confines del territorio, sin más esperanza que llegar al día de mañana, no llama al optimismo.

La última es que se quedaron sin reivindicaciones. Santos entendió que la última batalla contra la subversión había que darla en su retaguardia y de ahí su interés en liderar una serie de transformaciones en el campo. La ley de víctimas y la de restitución de tierras es un paso gigantesco hacia una verdadera reforma agraria que desde López Pumarejo se ha intentado sin éxito. Llevará mucho tiempo por la oposición de los latifundistas y los narcotraficantes, pero este es uno de los caminos para sembrar la paz: justicia social en el agro.

Aunque moderado, el optimismo hay que tenerlo por el resultado positivo de las conversaciones de La Habana, pese a hechos que causan desazón como el de Pradera. No es para menos. Se están poniendo los cimientos de otro país, de un país que deberán levantar las próximas generaciones y las Farc, que viven en otro tiempo, parecen entenderlo por fin y de ahí que quieran subirse al tren.

No hacerlo ahora es perderse el viaje y no hay otro tren que los vuelva a recoger.

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