El egoísmo del poder

El egoísmo del poder

Por: Camilo Acosta
diciembre 11, 2013
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El egoísmo del poder

Cuando era niño empecé a comprender, más temprano de lo que hubiera deseado, la difícil situación de orden público que vivía el país. Veía en televisión cómo la guerrilla secuestraba, ponía bombas y asesinaba. Veía cómo los paramilitares cometían miles de masacres, cómo acribillaban a figuras públicas, y cómo el narcotráfico y las mafias se adueñaban de una cosa que mis papás decían que existía y que dizque se llamaba Estado.
Claro, vivir en Colombia no es cosa fácil, y menos para los niños. Preguntaba asombrado qué era esto que me había tocado vivir, por qué nos matábamos los unos con los otros en medio de tanta normalidad. Mi familia, primera fuente de contraste de la información mediática, me indicaba que si estábamos así era porque había un poco de gente sin trabajo ni nada qué hacer, y que preferían estar por ahí matando y matando en vez de servirle bien a la patria. Se me hacía raro pero trataba de asimilarlo. Luego escuché que la guerrilla tenía fines políticos. Eso decía Marulanda en el Caguan, y yo lo veía por la tele. ¿Cómo así papá?, pregunté. No le creas, me dijo, solo dicen eso para que la gente no se dé cuenta de que son tan malos. Que buscaran trabajo, que llegara Uribe y les diera plomo, sí, ¡plomo!, así decía yo cuando estaba apenas en primaria, con la rabia ingenua pero sincera de los niños. Aprendí en el colegio que vivíamos en democracia, que teníamos unas cosas que se llamaban derechos políticos, y que cualquiera podía elegir y ser elegido para los cargos públicos. Hombre, esta gente de la guerrilla es el colmo; con tantas oportunidades y ellos allá, matándose, haciéndose matar. Conocí la Constitución del 91 y vi cómo en ella se mandataba la creación de un Estatuto de la Oposición, para que la gente inconforme pudiera realmente llegar al poder. Tan bonita la Constitución y esa gente allá, echando bala, cargando fusil y comiendo pasta, comiendo pasta todos los días, como decían los secuestrados.

Pero luego me enteré de la otra parte de la historia. Me enteré que el país había sido gobernado, desde que somos República y desde antes, por dos partidos: el Liberal y el Conservador. Me enteré que antes hubo un gran líder, que se apellidaba Gaitán y que lo mataron por defender al pueblo. Me enteré que la gente esa de la guerrilla antes vivía en el campo, y que tuvieron que alzarse en armas para combatir la violencia de los dos partidos. Me enteré que se inventaron una dictablanda para que los guerrilleros se desmovilizaran. Me enteré que después de hacerlo mataron a Guadalupe Salcedo. Me enteré que se había creado una dictadura que se llamaba el Frente Nacional, que no se llamaba dictadura pero que nadie más podía ganar (así ganara, como en el 70). Me enteré que los de la guerrilla habían impulsado una cosa que se llamaba la Unión Patriótica, y que les habían matado como a tres mil personas. En mi colegio éramos mil quinientos y en las izadas de bandera llenábamos la cancha de baloncesto. Me estremecía pensando en dos canchas de baloncesto, como las de mi colegio, repletas de gente muerta. Me enteré que el M-19, una guerrilla, tenía gente en el Congreso, y que habían sido protagonistas en la asamblea constituyente del 91. Me enteré cómo fueron víctimas, también ellos, de las balas de la ultraderecha. Me enteré que Uribe, el primer presidente que no pertenecía a los partidos tradicionales, venía de uno y se amangualaba con el otro. Me enteré que él, terrateniente, había sido puesto allí por los de siempre, para defender a sangre y fuego, en la legalidad y fuera de ella, sus intereses económicos y políticos.

Y así, entre pregunta y pregunta, empecé a estudiar la política. Me di cuenta, leyendo a Dahl, a Sartori, a Pasquino, que la oposición es un requisito fundamental de la democracia, sin el cual no merece ser llamada así. Y me di cuenta cómo en Colombia nunca había gobernado la oposición, me di cuenta cómo la misma élite se había repartido el poder, por las buenas o por las malas, desde los remotos tiempos de Bolívar y Santander. Pronto pensé que la gente de la guerrilla, tan extraña para mí, estaba en el monte por alguna razón que no era simplemente matar o enriquecerse, esa gente estaba en el monte porque había intentado de mil maneras acceder a la política, ser escuchada por el Estado, y no habían encontrado forma más rápida (por lenta que fuera) y más efectiva, que alzarse en armas y meterse en la selva. Habían sufrido mucho, eso está claro, pues los muertos de la guerrilla también son muertos, y también habían hecho sufrir al país.

En tiempos de diálogo y de reconciliación nacional, asumí con entusiasmo mi deber patrio: la esperanza. Vi cómo el candidato de la ultraderecha, Juan Manuel Santos, viraba sus posiciones frente a la guerra y emprendía el proceso en La Habana. Vi cómo los partidos políticos, las celebridades, los medios, los demás países, la iglesia, todos (con excepción del movimiento de Uribe), rodeaban al Presidente en este nuevo esfuerzo por la paz de Colombia. Pero vi también cómo la izquierda se mostraba dividida, que porque Petro era santista, que porque el partido comunista era de la Marcha Patriótica y ésta de la guerrilla, que porque la guerrilla se había equivocado históricamente al lanzarse a la guerra, que porque no se apoyaba sin condiciones a la candidata del Polo, entre un largo etcétera de suposiciones malintencionadas. Además, comprobé con la misma rabia de mi infancia, que poderes oscuros podían, así como así, aprovecharse de la ley para castigar a quienes pensaban diferente y para absolver a quienes pensaban igual. Fui testigo, como todos ustedes, de que eso que Rousseau llamaba Soberanía Popular no existe aquí, donde la soberanía reside en el dinero, en el prestigio y a veces hasta en Dios.

El egoísmo del poder ha dejado miles de canchas de baloncesto, como la de mi colegio, llenas, repletas, de gente muerta. El egoísmo del poder ha aniquilado sistemáticamente, con las balas, con las palabras y con los fallos, a aquellos compatriotas que han decidido poner su vida al servicio del pueblo. Hoy, cuando la arremetida contra la voluntad popular es más visible que nunca, el llamado debería ser a la unidad, a la movilización, a la indignación, pero sobre todo, a la construcción real de una democracia, en la norma y en los hechos. Entretanto, lo que puede decirse es que la oposición nunca ha tenido garantías completas, pero está muy lejos de aprovechar las pocas que tiene. Colombia, es el egoísmo del poder.

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