La caída de almacenes Tía, la cadena que empezaron 2 inmigrantes europeos en Bogotá

Fue fundada en Bogotá por los empresarios chechos Bedřich Deutsch y Karel Steuer en 1940, quienes lograron llevar la idea a Argentina, Ecuador, Uruguay y Perú

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noviembre 06, 2025
La caída de almacenes Tía, la cadena que empezaron 2 inmigrantes europeos en Bogotá

El 14 de octubre de 1940. En la carrera Séptima, entre las calles 17 y 18, se abrió el primer Tía. Detrás de una reja metálica, los estantes esperaban llenarse de historia. Nadie lo sabía aún, pero ese día el país estaba a punto de conocer el primer almacén moderno de Colombia.

Hasta entonces, comprar era un acto de voz. Había que negociar, discutir, regatear con el tendero. El precio dependía del estado de ánimo, del tono del cliente o de la confianza. Pero ese día, los fundadores de Tía decidieron imponer algo inédito: el precio fijo. Una cifra igual para todos, impresa en una etiqueta. Un gesto tan simple como subversivo para una cultura acostumbrada a la palabra antes que al número.

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La idea había nacido años atrás, en la Europa de entreguerras. Fue fundada en Checoslovaquia por Bedřich Deutsch y Karel Steuer, como una tienda llamada TETA había demostrado que el orden podía ser una forma de modernidad. Ellos entendieron que vender también era enseñar: que el cliente podía aprender a caminar entre góndolas, a elegir sin preguntar, a confiar en la transparencia de un cartel. Luego vino la guerra, la oscuridad, los pasaportes sellados al amanecer y las maletas llenas de proyectos más que de ropa. Desde ese éxodo europeo llegó la semilla que germinaría en Bogotá, donde Deutsch y Steuer fundaron el mismo almacén que habían tenido que cerrar a las malas en su natal Checoslovaquia.

La tienda se llamaría Tía, cuatro letras familiares y breves, un nombre que sonaba a confianza, a alguien conocido. No necesitaba explicación: bastaba con pronunciarlo para sentir cercanía. En la inauguración, mujeres con vestidos sencillos y hombres con sombrero se asomaron a las vitrinas como si se tratara de un teatro. Dentro, los productos brillaban bajo la luz eléctrica y los clientes, por primera vez, podían tocar sin permiso, comparar sin pedir ayuda. El asombro fue general.

Almacenes Tía se convirtió en Colombia en un sinónimo de modernidad. En sus estantes había productos importados y nacionales, y su método de autoservicio se volvió una lección silenciosa de disciplina para los nuevos compradores. En cuestión de años, el experimento bogotano se expandió por el continente. Llegó a Buenos Aires, Montevideo, Lima, Guayaquil. Cada ciudad la recibió como un símbolo de progreso.

En Argentina, ir de compras al Tía se convirtió en una rutina familiar, con escaparates en forma de círculo y vitrinas relucientes. En Uruguay, su versión local, la cual se llamó Tata, fue en un par de años parte de la cotidianidad.  Y en Ecuador, sus tradicionales colores rojos y blancos siguen siendo parte del paisaje urbano. La fórmula de Almacenes Tía era irresistible: variedad, orden y precio claro.

Pero a esta historia le llegó su reverso. En los años 80, la crisis económica que se vivía en América Latina hizo tambalear todos los comercios y Tía no fue esquivo a aquella crisis inflacionaria. En Perú, las vitrinas se vaciaron con rapidez. En Argentina, los empleados tenían que cambiar el precio a diarios de los productos. La magia de Tía empezaba a desdibujarse. El modelo que había nacido de la eficiencia se veía atrapado por la inestabilidad. Mientras tanto, en Uruguay y Ecuador, la marca sobrevivía.

En Colombia, la cuna de la cadena, vivía su propia tragedia. En el siglo XXI llegó al país una feroz competencia. Apareció la paisa Éxito, la costeña Olímpica y la francesa Carrefour. El Tía empezó a detenerse. Las ventas bajaron y las deudas empezaron a ahogar la compañía. En 2017, después de 77 años, la empresa anunció su cierre definitivo en el país donde la historia había empezado. La noticia marcó el final de una era. El final de la tienda que enseñó a comprar con el método de autoservicio.

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