Nos encontramos en tiempos difíciles y es normal ver cómo en las redes sociales el miedo es exteriorizado. Se ve en los múltiples comentarios sobre —las múltiples— publicaciones que tienen que ver con política. De hecho, es normal encontrar entre estas —publicaciones partidarias— mensajes de odio entre contradictores de pensamiento político, de izquierda a derecha y centro, irónicamente entre los de abajo.
Tales mensajes no pueden ser más que evidencia del profundo miedo, de la ansiedad hacia el desconocimiento del futuro del país, que se debate en las manos de electores que critican y no votan, los que votan por “el menos peor”, por “el que mejor pague” o más me convenga —capital—. Pocos electores buscan informarse, gran problema, más aún, en esta época tan crucial dentro de la política colombiana; posconflicto, mercados emergentes, nuevas tecnologías, grandes problemas, etc.
Las redes se inundan de insultos al contrario, debe ser porque en estas —redes—no se puede gritar. Lo digo por esa premisa que reza que la gente se grita entre sí para acortar la distancia, puesto que el otro no escucha lo que le decimos. En la red parece que el insulto, mensaje de odio, y su posterior ridiculización, es la manera de hacerle entender —a alguien— que está mal y sus argumentos no son válidos. Sin embargo, nos olvidamos que la validez de una idea es subjetiva puesto corresponde a la identificación de la realidad del ser que la expresa, aunque es cierto hay verdades más válidas que otras. Pero, ¿quién es quién para decirlas?
No solo la realidad política del país nos afecta, las tensiones internacionales también están presentes en nuestras constantes denuncias en la red, no es raro encontrar en la secciones de noticias en la red, artículos, protestas, llamados de atención, etc., sobre lo que ocurre en Siria, la tensión entre Rusia Y EE.UU., pelea que se reactivó pocos días después de la denuncia del pueblo palestino sobre el genocidio israelita contra su gente en la ONU, pues cuando todo el mundo volteo la mirada a palestinos olvidados —hasta por su mismo dios— de nuevo un ataque del que el pueblo de Siria es blanco, Palestina otra vez en el olvido, porque es lo que los medios resaltan.
Miedo ataca de nuevo, miedo infeccioso, propagándose hábilmente por los medios de comunicación; bombardeos constantes estallan en nuestros cerebros, infectándonos del ansioso temor al difuso e incierto futuro. La probable III guerra mundial; la nefasta probable decisión electoral que hará que en palacio de Nariño durante cuatro años gobierne un mal gobierno —nada nuevo—. El miedo actúa como una pantalla aparente, distractora de lo que en trasfondo ocurre, detrás de toda presión, de toda cortina de terror se esconde una realidad que no es más aterradora, sino triste, desgarradora.
Detrás la disputa entre potencias en Siria, se esconde la invisibilización del épico genocidio palestino y el paulatino recorte de sus tierras después de la creación del estado de Israel, la tierra que Dios no les dio se las otorgó el dinero, Inglaterra y la ONU o una reactivación económica y democrática gracias a una nueva gran guerra.
¿Esto no debiese a nosotros de preocuparnos? Nada podemos hacer desde este sitio tan apartado, dejemos de pensar en lo que no nos concierne. ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano. Lo dice la biblia.
Tenemos el deber y la obligación de protestar en y por nuestra tierra, ante las demasiadas carencias en servicios públicos, salud, seguridad, educación, justicia, política e infinidad de etc., y debemos ser honestos, no cambiará porque el que dijo Uribe, el que dijo la izquierda, el que dijo el pueblo —que sea—, y no cambiará puesto que primero debemos cambiar nuestra conciencia, nuestra forma de concebir la política, restableciendo ese vínculo perdido, el pueblo político —sin llegar a los extremos del 48 (¡Larga vida a Gaitán!) claramente— no solo con que unos pocos se politicen esto cambiara de curso, es el pueblo entero. Este trabajo no se hace a través de insultos —ya vimos no funciona, ya que ningún “ilustrado” lo ha logrado en Facebook o Twitter— si queremos protestar en serio, debemos subirnos a los medios de transporte cuáles eran los medios de comunicación antiguos, pregonar con megáfonos en los calles, realizar performances en los barrios, plazoletas, tertuliar con la familia, conversar con el vecino de la tienda cuando compran lo del almuerzo, para que escuchen las señoras mientras escogen frutas. Acción revolucionaria directa y con sentido, bombardeo colectivo y autónomo. Necesario para hablar entonces de política sin hacerlo, necesario para el buen ejercicio de una democracia estable fuerte y duradera.
Nos están matando, del 6 de enero de 2016 al 6 de abril de este año han muerto 164 líderes sociales en toda Colombia, en este primer trimestre —2018— de esos 164 han muerto 16. Hasta esa fecha han pasado 15 semanas en lo que lleva del año, un poco más de uno por semana. Hay 24 mil hectáreas de coca sembrada en el país, mucha gente quisiese dejar de sembrarla, sin embargo son obligados por grupos armados al margen de la ley, Catatumbo y Tumaco son los sitios en los que la violencia se incrementa, Bacrim y guerrillas pelean constantemente, paros armados indefinidos y asesinatos a quienes de acuerdo no estén. Mueren y amenazan periodistas por denunciar la verdad, evidenciar lo que tras las cortinas se oculta. Mueren testigos o cambian sus testimonios puesto que quienes ostentan el poder no quieren perderlo, matan, amenazan, acaban con todo lo que quiere construir.
¿Tenemos miedo de acabar igual que ellos y por eso solo nos quedamos en las denuncias patéticas por las redes sociales? O, ¿estamos tan dominados, tan inmersos en la ideología de los poderosos, que no podemos ver más allá de lo aparente, de esas luchas distractoras que no podemos resolver sino a través la verdadera búsqueda del restablecimiento de nuestros derechos comunes? Invitados.