Petro se dedicó a una decadente lucha de clases

Petro se dedicó a una decadente lucha de clases

'Se fue contra todo lo que le oliera a inversión oligarca, al punto que prefirió improvisar cogiendo la culebra por la cola'

Por: Leonel Uriel Alzate Herrera
noviembre 12, 2015
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Petro se dedicó a una decadente lucha de clases

Cuando uno analiza a profundidad el comunismo de los últimos 30 años en el mundo se da cuenta de lo utópico que le resulta a la izquierda mundial reciente hablar de filosofía marxista, cuando en su mayoría ha terminado siendo la antítesis de un marxismo que proponía todo lo contrario de lo que ellos han hecho. Basta ver cómo el poder del Estado, según Marx, debe nacer y recaer en el pueblo, en las clases obreras, y no en un puñado de aves rapaces que es más lo que dañan que lo que salvan.

Pocos se atreven hoy a reconocer que, por ejemplo, el muro de Berlín cayó para desatar conflictos más graves que la misma Guerra Fría. La Perestroika de Mijaíl Gorbachov terminó convertida en un búmeran que no solo ocasionó el fin de la Unión Soviética, sino que gestó en cuestión de meses el odio más aberrante y sanguinario entre bosnios, serbios, chechenos y croatas, entre otros.

No falta tampoco el que discuta que la revolución de Cuba, que se creía la panacea del comunismo latinoamericano, se entregó este año en cuatro patas a los gringos, no sin antes dejar un cordón de miseria a lo largo de La Habana y Camagüey, para no ir muy lejos.

Del mismo modo, aquí muchos dirán que estoy loco, pero déjenme decirles que en Venezuela hay muchos que añoran la desigualdad social del mismo Lusinchi en la década de los ochentas, cuando Venezuela en verdad era aún un paraíso de libertad económica, comparado con el mal llamado 'Socialismo del siglo XXI', que no es otra cosa que el empoderamiento del Estado por parte de unos cuantos personajes nefastos, que solo velan por sus mezquinos intereses, y se mantienen hasta hoy en el poder mediante el uso de la fuerza y malgastando el erario para subsidiar a vagos de las clases populares para que griten consignas comunistas, y todo a la sombra de un símbolo decadente llamado Hugo Rafael Chávez, quien desbarató el aparato democrático de esta hermana República, para legarle el poder a un chofer de bus que habla con pajaritos y cierra fronteras para esconder el desastre interno de su mal gobierno.

Pero centrémonos en la historia reciente de Colombia donde los movimientos guerrilleros que decían ser marxistas-leninistas, y que una vez se autoproclamaron el 'el ejército del pueblo', terminaron siendo acusados precisamente por ese pueblo; tanto, que hasta el masón de la oligarquía colombiana, el todo poderoso procurador Ordóñez, y el fiscal general, Eduardo Montealegre, quieren sacar tajada investigando entuertos de hace treinta años, a un puñado de rancios intelectuales exmiembros del M19, gran parte de ellos culpables de la hecatombe izquierdista de hoy.

Mi conclusión es, al menos en lo que a nuestro país concierne, que si los pseudo comunistas de la rancia izquierda colombiana hubieran entendido la filosofía de la verdadera Democracia, de seguro no habrían perdido el norte y hoy serían una verdadera fuerza política en el país, cosa que quedó demostrada en las pasadas elecciones de octubre.

No es posible ignorar que las bases del comunismo se basan en poner el poder las masas populares, pero haciéndolas productivas, incluyendo a grupos económicos que son vitales en temas de lo autosostenible, pero descentralizando el poder para que el Estado sea fruto de la democracia del pueblo, y no la democracia fruto del Estado. He ahí la utopía del ex-M19 y hoy alcalde de Bogotá, Gustavo Petro. Un buen tipo diría yo, y una de las banderas de la izquierda colombiana, pero nunca entendió que una cosa es cacarear y otra poner el huevo.

Su talento como opositor lo terminó traicionando a la hora de gobernar, y se echó de enemigos a los constructores y a otros gremios que consideraba oligarcas, y terminó más sólo que un corcho en un remolino, porque solo se le arrimaron Clara López, y otros mamertos que a ultranza solo buscaban cobijarse bajo la sombra de la Bogotá Humana, pero olvidaron que había que tumbar a tiempo el muro de la infamia que habían dejado Samuel Moreno y su combo.

¡Pero no!... Petro se dedicó a una decadente lucha de clases —hoy mandada a recoger— y abriendo más las fisuras entre los pobres y la clase media, se fue contra todo lo que le oliera a inversión oligarca, al punto que prefirió improvisar cogiendo la culebra por la cola, antes que involucrar a sectores económicos imprescindibles, y que van desde los grandes inversionistas de la construcción, o de la prestación de servicios públicos, hasta el comercio informal, a los que les queda de recuerdo solo el chaleco marcado con el logo de la Bogotá Humana, pero que siguen condenados a la falta de certeza que genera la ausencia de verdaderos proyectos de crecimiento, lo que, a la postre, lo condenó a un gobierno dedicado más a defenderse jurídicamente que a reconstruir la ciudad que ya habían destrozado sistemáticamente Lucho Garzón y Samuel Moreno.

Y todo porque no aprendieron un ápice de las bases del verdadero socialismo, olvidando descentralizar el poder y hacer partícipe de ese poder al mismo pueblo, en especial a las clases obreras. Craso error no haberlo hecho.

Y es que Petro no es el único; en Colombia la izquierda viene de fracaso en fracaso: le pasó a los sindicatos, se convirtieron en mafias de sinvergüenzas que acabaron con todas los fortines económicos del país, si no miremos nada más cómo se comieron a Dragacol o Telecom y así muchas fuentes de trabajo del país, no se les salvaron ni las licoreras de algunos departamentos por nombrar algunos. Por eso perdieron credibilidad, y hoy sufren la más oscura satanización de su historia.

Le pasó también a las guerrillas; antes pioneras de los más nobles ideales, pero se dejaron permear por el narcotráfico y la ambición de poder, por lo que a la postre perdieron el rumbo y de redentores pasaron a opresores, como las farc, que se ensañaron los últimos veinte años, cometiendo barbaridad y media contra el mismo pueblo, hasta que ese pueblo un día se volcó a las calles con un grito que aún resuena en el ambiente: "No más Farc".

Al menos por ahora, la izquierda colombiana no va para ningún lado. hoy no tienen un norte claro y definido, porque casi todos sus actores perdieron lo ganado; confundieron la democracia con la "yo me mando", la anarquía comunista con la mezquindad, la lucha armada con la barbarie, y el socialismo con la tiranía. Esta es la razón por la cual, paradójicamente, la izquierda depende del papel que jueguen las Farc en el posconflicto. Pero por ahora hay que reconocer que el único que hoy le cree a Timochenko es el presidente, quien en 2014 necesitó de este circo mediático mal llamado proceso de paz, en la Habana para poder ser reelegido, y necesita que termine bien para no pasar a los anaqueles de la historia como el más laxo y arrodillado de los Presidentes de nuestro país. ¡He dicho!

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