Piedra, papel, tijera
Opinión

Piedra, papel, tijera

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septiembre 08, 2013
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El peso de las palabras que se pronuncian se siente en el aire que respiras. Hay palabras que hacen todo más liviano, de amor han de ser, porque aclaran incluso los días más oscuros. Hay también palabras graves que traen anuncios que son toneladas en tu espalda y te roban la sonrisa, noticias de enfermedades y tristezas, por ejemplo. Hay palabras que concilian y levantan puentes, son pertinentes. Hay palabras que traen luz como las de la ciencia y la poesía y hay otras que dibujan un abismo, como las amenazas, por supuesto.

Primera palabra

La mejor respuesta a una diatriba bien vendría siendo otra argumentada diatriba o incluso un elocuente silencio. Hablo aquí de lo que ha sucedido hace poco con el cronista Alberto Salcedo Ramos (un hombre necesario a la hora de entender el significado de esta otra palabra: Colombia) quien escribió por encargo de la revista Sohosu “Diatriba contra Silvestre Dangond” en una habitual sección de esa publicación en la que se apela a la ironía, a la sátira a veces e incluso a la... Salcedo Ramos, periodista como es —fiel a la verdad por definición— no escribió nada que no sea cierto. Si alguien lee allí una caricatura es porque el reflejo del personaje descrito puede verse así ante un espejo por algunos de sus más célebres actos públicos. Porque eso hizo el cronista: recopiló y expuso lo que simplemente ya estaba expuesto, lo que es de dominio público. ¿El resultado? Una legión de indignados, previsible, lo que si resulta un poco más incómodo son las voces que pasan fácilmente del insulto a la amenaza sin ruborizarse siquiera. Confirmando de paso el ánimo pendenciero que guarda el espíritu que representa este cantante, este intérprete. Disculpen, no soy capaz de usar la palabra Artista para referirme a Silvestre Dangond. Hubo quienes le pronosticaron pocos días, pidieron cortarle las manos al cronista para que no escribiera más, funcionarios públicos incluso señalando que la diatriba ataca a la cultura de una región y casi expulsando a Salcedo del parnaso intelectual costeño. Y, bueno, esos mismos deben ser los que justifican la respuesta que dio Silvestre después de tocar los genitales de un niño sobre una tarima: “es que eso es cultural”. Yo, honestamente, creo que la cultura de la costa atlántica tiene un representante más alto en las historias relatadas por el autor de La eterna parranda que en las canciones del parrandero que grita megustamegustamegustamegusta mientras se viste con prendas propias para un militar a la hora de promocionar su novena batalla.

En fin, el poeta Jaime Jaramillo Escobar bien lo dijo antes: “En Colombia exponer las ideas no atrae un contradictor sino un sicario”. Y es sobre eso en lo que detengo la mirada: en la falta de humor del país que goza con el abstracto título de ser El país más feliz del mundo. Aquí para algunos resulta más práctico desaparecer que convencer.

Última palabra

Las palabras fundan un mundo. Eso está claro, basta con ver el mundo del arte. Pero en política las palabras, además, deben acompañarse de acciones. Eso es gobernar. Distinto es el anuncio que la ejecución de la obra. No basta con decir “haremos una escuela” para que la escuela aparezca. Hay que construirla. No basta con negar que un paro existe para que el descontento desaparezca, es más: dices que no existe y la furia te demuestra lo contrario. Cambiar ministros no es cambiar la realidad, pero es un paso concreto si se acompaña de acuerdos que se cumplan después de levantar los bloqueos de las carreteras. Firmar la paz en La Habana con unos y en Montevideo con otros no deshace por encanto el maleficio de nuestros peores días porque no es de papel la inequidad que habita entre nosotros. Bien podrías ponerle más ceros al billete que tienes en el bolsillo y eso no te hará más rico. Las palabras hacen compromisos, los compromisos necesitan hechos. El tiempo de cambios que necesita este país es el presente, no esperar a ese tal vez que es el futuro. Hay que hacer que esta sea la hora del hacer.

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