A lo largo de la historia reciente de Colombia, los gobiernos de Juan Manuel Santos y Gustavo Petro han marcado etapas muy distintas, pero ambas han generado intensos debates entre los ciudadanos. Aunque Santos fue reconocido internacionalmente por su papel en el proceso de paz, muchos colombianos consideran que sus políticas no resolvieron los problemas de fondo del país. Por su parte, Gustavo Petro, actual presidente, ha despertado esperanza en algunos sectores y preocupación en otros, debido a su estilo de gobierno y sus decisiones políticas.
En primer lugar, considero que el expresidente Juan Manuel Santos no merecía el Premio Nobel de la Paz que recibió en 2016. Aunque logró la firma del Acuerdo de Paz con las FARC, este no resolvió de manera efectiva el conflicto armado ni trajo una paz verdadera. En lugar de fortalecer la justicia, el proceso terminó favoreciendo la impunidad, pues muchos de los exguerrilleros no pagaron penas proporcionales a los delitos cometidos. Además, tiempo después de la firma del acuerdo, varios excombatientes se rearmaron o formaron nuevos grupos criminales, lo que demuestra que la paz alcanzada fue incompleta y frágil.
Por otro lado, el presidente Gustavo Petro representa, a mi juicio, un liderazgo que ha generado más división que progreso. Desde su llegada al poder, su gobierno ha estado marcado por el desorden institucional, la falta de resultados concretos y una preocupante tolerancia hacia la ilegalidad. Su cercanía con regímenes autoritarios como el de Nicolás Maduro, así como su aparente pasividad frente a los cultivos ilícitos y la inseguridad, generan gran desconfianza entre los ciudadanos. Sus decisiones y declaraciones parecen buscar una concentración del poder que amenaza la estabilidad democrática del país. En vez de impulsar un cambio positivo, su administración ha profundizado la polarización política y el deterioro institucional, afectando la economía, la seguridad y la confianza de los colombianos en sus instituciones.
En conclusión, tanto Juan Manuel Santos como Gustavo Petro han dejado más incertidumbre que esperanza en la historia reciente de Colombia. El primero prometió una paz que nunca se consolidó, y el segundo plantea un cambio que parece desestabilizar aún más al país. Aunque ambos se presentan como líderes transformadores, sus gobiernos han contribuido, desde distintas perspectivas, a la inseguridad, la desconfianza ciudadana y el debilitamiento institucional. Colombia necesita líderes que unan con honestidad al país, fortalezcan la justicia y trabajen por una paz verdadera, no solo en los acuerdos de papel, sino también en la vida cotidiana de todos los colombianos.
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