Un muro frente a tus ojos
Opinión

Un muro frente a tus ojos

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noviembre 09, 2014
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Todos los muros son muros de los lamentos porque toda división resta. El recuerdo de la caída del muro de Berlín es la memoria de un planeta entero que aprendió a sonreír cuando —en ese instante— las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial dejaron de ser herida abierta para empezar a ser cicatriz.

Detrás de los 25 años de la caída de este muro están los 40 años en que estuvo en pie.
Las familias rotas, las esperanzas perdidas, la frustración y la tristeza, los intentos de fuga infructuosos, el monumento a lo peor de la humanidad mirándonos a los ojos desde la Puerta de Brandeburgo, incontables historias tristes que nunca debieron suceder. Ganar una guerra no es otra cosa que perder demasiadas vidas. Porque una guerra nunca se gana, simplemente se termina.

Cae un muro y cambia un mundo.

Fue así en Alemania.

Será en cada lugar en que se derriben fronteras levantadas en odio. Allí está ese muro entre Israel y Palestina. Allí está ese otro muro que separa a México de Estados Unidos. Allí está la imagen de la alta barda en Melilla separando la angustia marroquí de la calma en el campo de golf español. En un mismo mundo somos esta separación. Muros de ignominia, paredes de vergüenza. Fronteras. Trampas.

Inmigrantes intentando España. Fotografía de Fernando Gutiérrez, Agencia EFE

Inmigrantes intentando España. Fotografía de Fernando Gutiérrez, Agencia EFE

 

La caída del muro de Berlín es una señal de la que conviene de cuando en cuando tomar nota y aprender. Junto a esa imagen memorable de los jóvenes a martillo limpio con furia y alegría derrotando el muro —luego de las protestas de un pueblo que venció el miedo y dijo bajo el frío de la noche No Más— junto a esa imagen está una tan enorme y poderosa que es el símbolo universal de fraternidad: el abrazo.

Era jueves aquella noche del 9 de noviembre de 1989 cuando un país separado pudo volverse a abrazar como uno solo. Y en ese abrazo la Historia fue escrita en mayúsculas por esas vidas en minúsculas por las abuelas que conocieron a sus nietos adolescentes y las familias que se reunieron siendo ya otras y queriendo ser las mismas. Era jueves y es inolvidable ese abrazo de una nación que se levantó sobre los escombros de dolor y ladrillos que quedaron debajo.

 

Ese otro Muro que es el malecón de La Habana que la aísla del mundo
Muro, de Carlos Varela, interpretada por Miguel Bosé

 

Los muros no son tan ajenos entre nosotros, para desgracia nuestra. Tal vez no veas una imponente pared custodiada por hombres legalmente armados que te impiden el paso y te desvían la mirada pero mientras existan entre nosotros Fronteras Invisibles que son palpables entre algunos barrios estaremos asistiendo al horror de muros que, aunque no los veas, no son imaginarios.

Muros hay que hemos convenido, tácitamente, aceptar. El peor de ellos es la inequidad que puede constatarse cada día como una frontera que solo puede cruzarse si la voluntad de muchos se hace una para que sea otra esta realidad.

Allí donde se levanta un muro se construye un homenaje al temor. Y el primero que pierde la libertad es aquel que se considera guardián porque queda atado a la condena propia de la vigilia y la desconfianza que convierte sus días en la rutina de patrullar para que el viento no pueda cruzar de aquí para allá.

Nos sobran muros, nos faltan puentes.

@lluevelove

 

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