La urgencia de un gran movimiento por la paz que haga realidad los acuerdos

La urgencia de un gran movimiento por la paz que haga realidad los acuerdos

Las formas en que han torpedeado los acuerdos de paz han sido múltiples. Por ello, los firmantes se organizan para preservar la unidad y consolidar la fuerza social

Por: Federico Montes
septiembre 06, 2022
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La urgencia de un gran movimiento por la paz que haga realidad los acuerdos

Voy a empezar con una idea fuerza que nos ayude a desarrollar nuestro tema: tras la firma del acuerdo final de paz entre el Estado colombiano y la antigua guerrilla de las Farc-EP, se ha creado una nueva realidad política sobre la cual con muchas dificultades se abre camino el país, por lo tanto, no podemos dejar pasar el alcance que pueden llegar a tener cada uno de los temas que en la mesa de diálogos de La Habana se pactaron.

El AFP configuró la oportunidad para reencausarnos como sociedad, pero al mismo tiempo un gran desafío que exige de todos los colombianos mucho más que la cantinela del discurso. La contienda electoral se abrió camino, en medio de un mar de polémicas que suman, en síntesis, la naturaleza de las antiguas y las emergentes élites, así como las nuevas corrientes alternativas, progresistas y de izquierda que poco a poco se han ido abriendo camino.

Pero surgen también en el marco de esta nueva contienda corrientes y tendencias que van desde la destrucción en el discurso del Acuerdo Final de Paz, su renegociación o desconocimiento, hasta los que sabedores de su importancia lo claman y esgrimen como la principal bandera para construir el proyecto de país que por el cual se ha luchado en los campos, calles, carreteras y ciudades de mil formas distintas.

Lo vimos en la resistencia de las élites políticas para reconocer el AFP, desenmascarando así su verdadero talante y naturaleza. En primer lugar, pidieron quedar blindados frente a cualquier nuevo modelo de justicia, lo cual siembra de antemano muchas dudas sobre su conducta; en segundo lugar, pretendieron instrumentalizar a las víctimas, sus dolores y sentires, pero luego se negaron a darles los espacios, reconocer sus verdades y la importancia de avanzar en las garantías de no repetición.

Torpedearon hasta llevar a su casi su fracaso el modelo de erradicación más exitoso de todos los aplicados en Colombia; también desdibujaron el concepto de participación política y la forma en que se debe tratar la protesta social. Han retardado la reforma rural integral, sus componentes, y con ello, la necesidad de transformar estructuralmente el campo colombiano. Poco o nada hacen para superar las expresiones violentas y más bien si, mucho han demostrado en materia de estigmatización, discursos del odio y los llamados a reavivar la barbarie.

Por otro lado, estamos las nuevas corrientes, no lo digo de forma literal, pues muchas de estas gozamos de varias décadas de existencia y nuestra permanencia en el escenario político denota la capacidad para adaptarnos y reconstruirnos de cara a las realidades y adversidades. Claro que también hay otras más recientes y todas son de vital importancia porque en ellas confluyen variadas luchas de resistencia en diferentes sectores, territorios y momentos.

Pero si hay algo que no debemos perder de vista, sin importar su antigüedad, pero sí en correspondencia con su naturaleza y carácter, es que no hay nada más lejos de cualquier corriente alternativa, progresista o revolucionaria que la negación de un sentir mayoritario y popular.

Vamos a hablar de forma exclusiva de estos actores, sectores, movimientos, fuerzas y partidos, los que se suponen estamos de esta orilla, la orilla de la civilización y que negamos por ende la barbarie.

Sabíamos en nuestro caso que alcanzar la paz nos implicaría grandes esfuerzos, pues es claro que las élites no renunciarían a su carácter por el simple hecho de firmar un acuerdo; sabíamos que las acciones emprendidas por ellos estarían enmarcadas por la violencia, el odio y la injusticia. Nadie planteó lo contrario. Y de eso, quienes seguimos atentamente la construcción de acuerdo estamos claros.

Por ello, planteamos la importancia de la organización como una forma de preservar la unidad y consolidar la fuerza social; por esa razón, planteamos la necesidad de un gran movimiento por la Paz, en capacidad de sumar todas las voluntades, la creatividad e ideas para lograr la defensa e implementación integral del AFP.

Somos claros que en su conformación se han experimentado fallas, y es apenas normal, pues se trata de algo nuevo, un experimento organizativo que se construye sobre la marcha, y este no es un discurso justificante; también sabíamos y sabemos que hay quienes actúan por conveniencia, y que más allá de la ceguera que produce el interés personal y particular, no proponen ideas innovadoras que sirvan para potenciar el Acuerdo Final de Paz, logrando hacer de éste una herramienta fundamental para alcanzar el concepto de paz total.

Sabemos que la construcciones sociales, son mucho más que simple teoría, entonces se hace necesario pensar, crear, actuar, confrontar, errar y acertar, para luego reflexionar, discutir, reajustar y nuevamente emprender. Del mismo modo, sabemos que uno de los pasos fundamentales tiene que ver con el reconocimiento de todos los actores comprometidos con la justa causa de la Paz, para pensarnos conjuntamente el país que queremos y donde quienes firmamos el Acuerdo Final ya hemos dado el primer paso.

 

 

 

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