Hace dos años el Representante Rodrigo Lara se encontró con un viejo amigo suyo que estaba estrenando vida. El hombre había recibido un trasplante de riñón, y con el órgano de un fallecido instalado en su cuerpo, sonreía por dejar atrás una expectativa de existencia corta, y su rutina de crisis hospitalarias, medicamentos y permanentes diálisis para mantener a raya la muerte. “Parecía haber renacido”, dice Lara, quien se impactó aún más cuando su amigo le explicó que su caso en Colombia tenía sólo un nombre: milagro.
Lara decidió ahondar el asunto y lo corroboró. Con estudios, cifras y casos documentados comprendió que mientras que en España por cada millón de habitantes hay 39 donantes, en Colombia esta cifra apenas llega a 7. Así mismo, en el país cada año aumenta en 24 por ciento la lista de personas que esperan un órgano vital, al tiempo que las escasas donaciones disminuyen un 11 por ciento. Ingresar a la lista y salir vivo es ciertamente un prodigio, tan escaso como el premio mayor de la lotería. Ante esta situación el congresista decidió formular un proyecto de ley que, en su entender, “salva vidas”.
Lo radicó en septiembre de 2014 y desde entonces trata explicárselo con detalle, dentro y fuera del Capitolio, a todo aquel que frunce el ceño con la idea de en Colombia donar órganos dejará de ser una voluntad para ser una imposición legal. Resulta que la ley en Colombia presupone que todos somos donantes pero cuando se da la hora del fallecimiento la voluntad de los familiares se impone e impide que órganos del occiso sean trasplantados. La ley que formuló Lara invierte la carga de la voluntad. Es decir, si una persona en vida no se opone manifiestamente a que de su cuerpo se extraigan órganos o tejidos después de su deceso, el Estado presumirá que el recién fallecido quiere ser donante, y en consecuencia procederá, aunque sus dolientes se opongan.
“Le estábamos dejando la decisión más difícil a la familia en el momento más terrible de su vida”, dice el doctor Julio Chacón, médico de la Universidad del Rosario, especializado en la Universidad de Barcelona y Coordinador de la Red Nacional Trasplantes. Para ilustrar mejor el momento de crisis Chacón trae a cuento una historia de la que es testigo: en la autopista norte de Bogotá hubo un violento accidente hace cuatro años, dentro de los lesionados, estaba una mujer que fallece, se estableció que tenía muerte cerebral. Y resultó ser la hermana de un joven médico que estudiaba con Chacón procedimientos de trasplante de órganos. “Cuando le dijimos que su hermana lamentablemente tenía muerte cerebral… que podría ser donante para salvar a alguien… nos insultó, se negó y se fue”. Esa experiencia hace pensar que si alguien con todo el conocimiento del asunto tiene tal reacción en ese momento crítico, no resulta fácil cuestionar la negación absoluta de los dolientes en general. Una compleja encrucijada moral. Pero el resultado suele ser que se extingue la posibilidad de sacar de la muerte vida, la esperanza que se extingue para quienes rezan por el milagro en la lista de espera. “Todos los días la gente muere esperando. Hay pacientes que me dicen ‘doctor, me soñé que me llamaban para darme la buena noticia’”, dice Chacón, quien anota que la angustia de los pacientes es extrema pues no saben a qué hora van a morir, pero tampoco saben si antes llegará la llamada que les puede salvar.
Riñón y córnea son los órganos más demandados en Colombia con cerca de 2 mil pacientes en cada lista de espera. La expectativa más remota la enfrentan los niños que requieren un trasplante de corazón, pues tiene que ser un órgano que tenga compatibilidad en peso y talla, es decir, un niño de ocho años en la lista de espera necesita el corazón de otro niño de ocho años. Viabilizar los trasplantes no sólo puede salvar vidas, también puede sacar de la invalidez a alguien o elevar su calidad de vida. Además de órganos, se trasplantan tejidos, huesos y líquidos orgánicos. Hace un par de años un niño sufrió mutilación en su píe izquierdo accidentado en la escalera eléctrica de un centro comercial en Bogotá. La exitosa reconstrucción de sus falanges se debe a que le injertaron piel de un donante cadavérico. Y lo propio ocurre con quienes sufren quemaduras extensas: nada da mejor resultado que ponerles piel de un cadáver para recuperar el tejido perdido.
Por todas estas y otras tantas consideraciones es que Lara decidió darle un vuelco definitivo a la reglamentación en materia de “donación de componentes anatómicos”, como se tituló oficialmente el proyecto del ley. La nueva reglamentación restringe el uso de órganos únicamente para fines terapéuticos (o sea, auxiliar pacientes) y prohíbe que extranjeros no residentes sean beneficiarios de trasplantes en Colombia. Además señala que el Instituto Nacional de Salud deberá fijar criterios para la asignación de los órganos de acuerdo a una escala de urgencia y compatibilidad frente a los pacientes.
Luego de año y medio de debates, esta semana la iniciativa del representante Lara culminó su trámite en el Congreso y quedó lista para la firma del Presidente Santos. “Una persona tiene toda la vida para manifestar su oposición a donar sus órganos, si no lo hace se presume que su voluntad es ser donante, no se entendía que esa voluntad fuera frustrada por sus familiares ante el fallecimiento. Ya no será así”, concluye.
