¡Ilustrados, un esfuerzo más!
Opinión

¡Ilustrados, un esfuerzo más!

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octubre 23, 2013
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Templario, inquisidor, Torquemada, oscurantista, medieval, trentista, lefebvriano, fanático, anacrónico… católico. La suma de términos utilizados por los críticos del procurador oscila de modo muy problemático entre la simple descripción, la humillación, el sectarismo, la exclusión y la más vulgar ignorancia. Pretendiendo poner en evidencia el comportamiento de Alejandro Ordóñez, los que así lo critican solo exponen su propia intransigencia, una visión prosaica del catolicismo, y una concepción completamente empobrecida del derecho y de la laicidad del Estado.

Tras todos estos términos para referirse a Ordóñez, subsiste un argumento muy ramplón: las creencias religiosas del procurador lo inhabilitan para actuar en un cargo público, como si el hecho de que el Estado sea laico obligara a que la función pública se restrinja a los ateos o, según una fórmula más ingenua, como si cualquier funcionario público estuviera en el deber de abjurar de sus principios éticos a la hora de ejercer su función. Los críticos iluminados suponen que un funcionario ideal se despoja de sus principios como de cualquier par de medias.

Liberales, izquierdistas, feministas y culturalistas de todas las pelambres coinciden en críticas de este tipo: el pecado de Ordóñez no sería otro que actuar en su cargo según lo dicta su norma moral. Y al encuadrar dichos principios en un universo “anacrónico”, “medieval” y “retrógrado”, solo dejan en evidencia prejuicios tan perversos como los del propio procurador: la religión sería asunto de sectarios ignorantes, la fe sería para los idiotas que no accedieron a la luz de la modernidad.

Y, por supuesto, esto tiene una contracara positiva con la que se perfuman estos críticos: su racionalidad sería universal, democrática y luminosa. Los que critican a Ordóñez por “ser” católico, solo pretenden que los ensalcemos como los faros ilustrados de la democracia y la libertad, aunque cuando describen tal racionalidad a la que todos estamos en la obligación de seguir, su descripción no dista mucho de ser tan ideológica como la de cualquier religión.

Ya los escucho decir que soy un piadoso imbécil que defiende a un sujeto indefendible, pero mi interés aquí no es defender la gestión de Ordóñez. De hecho, creo que en un país como el nuestro la Procuraduría ni siquiera debería existir, pues burocratiza y politiza innecesariamente un conjunto de funciones que otros órganos del Estado podrían desempeñar.

No defiendo la gestión del procurador, pero sí defiendo su derecho a creer en lo que se le venga en gana y a expresar públicamente sus creencias. Y lo hago por una razón muy sencilla: porque la Constitución nos da derecho incluso a ser imbéciles, aunque los ilustrados gusten de ignorar su propia estupidez.

La única obligación como funcionario que tiene Ordóñez es la de actuar de acuerdo con la Ley. Si prevarica o se extralimita en sus funciones, de poco o nada nos servirá saber si lo hace en nombre de cierto dios. Lo fundamental a la hora de criticar su papel como procurador es atender precisamente a lo que la Ley le exige y al modo en que realiza su trabajo, pero el encuadre anticlerical de los ilustrados poco aporta al análisis y, en cambio, sí resulta contraproducente.

Los ilustrados convirtieron a Ordóñez en un mártir. Basta ver los resultados de las encuestas de opinión para constatar la favorabilidad que tiene el procurador, aun por encima de muchos otros políticos. Hay que ver cómo lo ovacionan en todo tipo de actos públicos. Y esto no se debe a que en el país pululen “ejércitos templarios”, sino a que muchos encuentran simpatía con la coherencia ideológica y ética que exhibe Ordóñez, un hombre que soporta sin despelucarse la humillación pública solo por ser coherente con sus principios católicos, en un país en el que justamente la moral y la coherencia ética parecen haberse refundido.

Ordóñez se ha convertido en un adalid moral y poco hacen los críticos ilustrados para socavar tal papel. Contrario a ello, con sus ataques puramente personales, ellos se han dedicado a fortalecer la imagen pública de defensor de la moral pública que tanto gusta al mismo procurador.

Siempre he sentido un poco de lástima por las personas que persiguen la coherencia vital. Esos sujetos que se desviven por armonizar sus principios con sus acciones, sus discursos con sus prácticas y sus ideas con su vida cotidiana, son tan ingenuos como trágicos. Y al leer la tesis de Ordóñez me encontré con un sujeto así: excesivamente coherente, incapacitado para traicionarse a sí mismo, inhabilitado para una vida que su mismo dios parece haber hecho llena de contradicciones y equívocos. Pero los colombianos adoran estos personajes de “principios”, con “valores”, con “fundamentos”… incluso si estos principios acunan violencia y desprecio.

En este debate entre “antiguos y modernos” en que se ha convertido la discusión sobre los derechos en Colombia, bien valdría la pena poder escuchar críticas realmente laicas y hasta católicas al procurador, pero ni los ilustrados ni mucho menos los católicos que defienden Vaticano II, han hecho un esfuerzo por construir un marco crítico más eficaz y con capacidad de subversión de lo que hoy representa Ordóñez.

Ilustrados, un esfuerzo más si quieren ser demócratas. Tal vez la luz de la razón que guía su batalla contra las tinieblas de la “ignorancia religiosa”, también les impide ver su propio sectarismo.

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