Si hay algo que merece una reforma urgente al interior del Estado colombiano son las misiones diplomáticas en el exterior, las cuales requieren un tris de modernización y eficiencia en el ejercicio de sus funciones.
Por décadas ha sucedido que irse a una embajada o un consulado de este país en el mundo obedece a una compensación o a un favor por parte del gobierno de turno, que debe hacérsele a este tipo de políticos que han estado enquistados en la burocracia del Estado.
Civiles, militares y hasta empresarios han disfrutado de las mieles de representar a Colombia en el extranjero como altos dignatarios, sin pensar en las calidades propias del cargo que van a desempeñar... y vaya a uno a saber si con el conocimiento del marco jurídico que rige tales funciones. Irse al exterior en medio de una misión diplomática es como disfrutar de un resort en medio del ejercicio de la función pública.
No obstante, ese estado de bienestar no es el mismo para nacionales y extranjeros, quienes por alguna circunstancia deben acudir a estos espacios a realizar trámites o pedir información. Allí se tropiezan muchas veces con funcionarios prepotentes, displicentes, ineptos e ignorantes de la ley colombiana, lo que lógicamente lleva a la frustración, el desencanto y el reclamo de las personas que allá acuden.
Y hablo con propiedad del tema porque he visto de primera mano unas actuaciones que en principio me han producido risa por lo absurdo. Inmediatamente después me ha saltado un sentimiento de cólera de ver cómo funcionarios que tienen un deber legal abusan del poder que tienen. A muchos de ellos no parecen importarles las consecuencias y las afectaciones que derivan de sus actuaciones.
He conocido casos donde se evidencia falta de preparación y de diligencia de los funcionarios que trabajan en varios consulados. Esta ha sido una situación que me ha permitido tener una perspectiva del asunto y que he podido corroborar haciendo uso de las redes sociales, en donde nacionales exponen quejas en la atención de las misiones diplomáticas colombianas alrededor el mundo.
Es de resaltar que quienes acuden a estas representaciones del Estado colombiano lo hacen porque demandan solucionar situaciones que solo puede ser posible hacerlo en esa porción de soberanía nacional en tierras foráneas. No es por pretensión o porque quieran tener un contacto con la tierrita, ¡no señor! Por eso, lo menos que puede recibir un nacional o un extranjero que allá se acerque es un servicio de calidad, calidez humana y suficiente capacidad para asistir en cuanto a interrogantes de trámites y reclamación de derechos asiste. No se puede seguir contratando y llevando gente que ni de lo uno ni de lo otro.
Los funcionarios apostados en las misiones diplomáticas son servidores públicos que devengan un sueldo de los impuestos que nosotros pagamos. Ellos no son señores feudales con ínfulas de señores y dueños. Por tanto, no es dable mendigar una excelente atención, es un derecho que los colombianos en el exterior tenemos.
Es la hora que se mire con lupa cómo vienen funcionando embajadas y consulados de Colombia en el exterior, si están cumpliendo la labor encomendada, si están prestando un servicio de calidad y si el personal que allí trabaja tiene la idoneidad para hacerlo, porque la balanza hasta ahora resulta deficitaria.
Y para usted, amigo colombiano(a) que vive en el extranjero, no permita que lo traten con desprecio y mucho menos se deje meter los dedos en la boca. Denuncie lo que vea está mal, no ruegue, ¡exija sus derechos!
