La prensa nacional califica como tensión diplomática la situación entre Colombia y los Estados Unidos. Y no es para menos, las declaraciones de Donald Trump, en parte dirigidas contra el presidente colombiano Gustavo Petro y en parte contra nuestro país, han encendido todas las alarmas, sobre todo aquí, pues somos sin duda alguna la parte débil en esa relación, los que realmente podemos perder.
En el mundo globalizado de hoy resulta imposible entender los hechos, si no se extiende a la vez la mirada al entorno internacional, a las aproximaciones y contradicciones que tienen lugar entre las grandes potencias, así como a sus desarrollos. Lo que estamos presenciando, no es sólo el choque entre dos personalidades arrogantes, sino sobre todo el reflejo de los cambios en marcha en la balanza del poder mundial.
El autoritarismo de Trump no puede atribuirse únicamente a su carácter de niño rico acostumbrado a imponer su voluntad. Su consigna de America First, o los Estados Unidos primero, es el producto del reconocer que su país enfrenta rivalidades poderosas, que le imponen condiciones muy diferentes a las que recién gozaba como poder hegemónico mundial. Las rivalidades de China y Rusia, así como la de los BRICS frente al G7, lo tienen nervioso.
Los demócratas que gobernaron antes que él, tenían una resolución. Armar guerras frontales contra Rusia y China. Para la primera, habían provocado el conflicto en Ucrania y con él miles de sanciones con las que pensaban destruirla. Para ello contaban con el respaldo casi unánime de la Unión Europea. Para la segunda, tenían reservada una escalada fundada en la disputa por la independencia de Taiwán. Sus alianzas en el Pacífico, con Corea, Japón, Australia y Nueva Zelanda, aparte de su poder nuclear, les hacían creer que vencerían.
Todo indica que el partido de Trump desechó esa vía, que a su juicio terminaría por desencadenar una tercera guerra mundial de carácter nuclear. Para mantener su hegemonía, procuraría llegar a algún tipo de acuerdo con esas potencias, pensando en aproximar a Rusia, para separarla de China, para la cual reservaba sucesivas presiones económicas que la mantendrían a raya, y que podrían incluso frenar decididamente su desarrollo tecnológico e industrial.
Al resto del mundo le aplicarían también fuertes presiones, con el propósito de obtener multimillonarios recursos que le compensaran su déficit fiscal y de todo orden. Por eso los aranceles, sin contemplaciones por nadie. Ni siquiera para sus aliados de siempre, la Unión Europea. Estados Unidos serían el mayor proveedor de armas en el mundo, y todos sus aliados deberían ser sus compradores. Para ello crearían tensiones permanentes.
Las grandes empresas debían cerrar sus factorías en el exterior y volver a los Estados Unidos. Y Latinoamérica, que empezaba a abrir sus puertas a China y Rusia, debía regresar a su redil, a su papel histórico de patio trasero. La CIA y la DEA trabajarían por derrocar gobiernos con ínfulas de soberanía. El ideal lo representaban gobiernos fieles a Washington, y por tanto uno de sus blancos urgentes sería Venezuela.
Trump habló de hacerse con Groenlandia, de convertir a Canadá en el estado 51 y de recuperar el canal de Panamá, todo lo cual da una idea de su prepotencia, de su ánimo imperialista. En líneas generales su proyecto avanza. Parece que terminará lo de Ucrania y que llegará a un acuerdo con Rusia. Se habla de un canal en Bering que uniría los dos países, por un valor de 78.000 millones de dólares. Y tiene pendiente en estos días su reunión con Xi Jinping.
Así que las manifestaciones contra la obediencia a su omnipotente voluntad también tendrían su precio. Trump sueña con un gigantesco proyecto turístico en Gaza tras la salida de los palestinos. Una interesada razón personal para mantener la tradicional alianza norteamericana con el sionismo genocida. Desde luego va a enfurecerse con todo aquel que critique a Israel. Como contra todo aquel que discrepe de sus intenciones contra Venezuela.
Petro en Colombia, otro personaje difícil, obsesionado a su manera en la gloria personal, que disfruta con su papel de víctima
Y eso, precisamente, es lo que le ha aparecido con Petro en Colombia, otro personaje difícil, obsesionado a su manera en la gloria personal, que disfruta con su papel de víctima. Y que olvida la importancia de la diplomacia en las relaciones internacionales. Sólo la ultraderecha arrodillada a Washington duda de la veracidad de lo que dice Petro, lo que no hace que la oportunidad y la manera de decirlo generen serias dudas.
Si la estrategia de Petro hubiera sido aproximarse a China, Rusia y los BRICS, para que Colombia no dependiera de manera determinante del comercio con los Estados Unidos, debió haber obrado en esa dirección desde un principio. Pero ha sido tímido, como vacila sobre Venezuela y el Acuerdo de Paz. No vale retar a puños a un gigante sin un plan previo para vencerlo. En esas estamos, Aureliano Buendía perdió todas sus guerras.
Del mismo autor: La podredumbre que revela el Nobel de Paz de 2025
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